—¡Paige! ¡Paige! —le grité a mi amiga cuando la logré divisar en la entrada de nuestra escuela—. ¡Esperame!
Corrí un poco y ella apartó su cabello negro corto de sus hombros mientras se ajustaba las gafas de pasta negra gruesa. Ella me saludó con la mano y me hizo un gesto para comenzar a caminar. Yo estaba que me moría, debía realizar más ejercicio físico.
—Hola Grace —me saludó—. ¿Por qué tanto entusiasmo?
Sonreí.
—Bueno... Puede ser que haya comenzado a escribir una historia. —Solté una risita y cerré mis ojos mientras daba pequeños saltitos, al volverlos a abrir ella me miraba con una sonrisa—. Ahora tienes a una mejor amiga escritora.
—Sabía que algún día no podrías resistirte —seguimos caminando mientras subíamos las escaleras para ir hacia la segunda planta del edificio—. Me alegro por ti, Grace. Debes pasarme tu usuario para leerte.
Las alarmas sonaron en mi cabeza tal como una canción irritante.
—Uh...
Me dio una sonrisa ladeada y negó con su cabeza divertida.
—¿Qué cosas escribes niña?
—Aún no lo sé —sí que lo sabía pero no iba a decirle—, estoy pensando todavía.
Y creo que de tanto pensar me salieron ojeras en aquella noche donde me desvelé por estar escribiendo hasta el cansancio, creo que me quedó decente el capítulo o bueno, los capítulos.
No eran tan largos como los testamentos de Eva Muñoz pero sí eran lo suficientemente largos como para leerlos en unos diez minutos.
Y creo que había tomado posesión del nombre de Joseph, al menos no había sido muy rara en colocar su apellido también. Aunque en la personalidad sí me la había robado de la realidad, era una copia mal hecha de él, pero por lo menos funcionaba.
Paige dejó el tema estar para concentrarnos en lo que mejor sabíamos hacer: quejarnos de nuestros maestros y maestras, además de tener una dosis diaria y constante de risas por cualquier estupidez.
Así que ahí estábamos nosotras riéndonos y haciendo comentarios en silencio sobre la exposición de una de nuestras personas que clasificaban el la lista C: personas irritantes que les hacen falta más tornillos que tuercas.
—¿Es que quién rayos dice que los pájaros tienen dos pares de alas? —le pregunté a Paige—, ¿quién?
—Ella, es que ya sabes, a veces a las personas les falta un poco para estar cuerdas —se entrometió John—. Hola Paige, hola a ti también Grace.
—Ardilla, ¿Entrometiéndote en conversaciones que no te incumben? —Aquella era la extraña manera de mi mejor amiga de molestar a las personas.
—Por lo menos tú eres la rarita Grace —dijo riendo en voz baja para luego señalar a mi acompañante—, pero ella es una loca, en toda la palabra.
Digamos que John era el más tranquilo de nosotros seis. Alguien se aclaró la garganta y nosotros giramos la cabeza para poder ver de quién se trataba. La señora Carla, profesora de español, nos miraba con acusación por estar interrumpiendo su clase.
***
Me senté en la banca de madera de una de las mesas de picnic donde estaban mis demás amigos ya comiendo y riendo —menos mal aún no habían quemado algo—, dejé mi mochila en el suelo y tratando que la falda no volara por el viento me logré sentar.
Sí, era una escuela privada, por lo tanto un uniforme era lo que utilizábamos para ir a clases. Era una falda de cuadros blancos y azules y una camisa blanca de mangas cortas junto con una corbata azul rey y un saco del mismo color. Era un poco incómodo porque en aquellas épocas donde hacía calor daba picazón.
—¿Quieren una galleta? —Carter sacó de su lonchera tres paquetitos de la misma marca de galletas que él odiaba y se las aventó en la cara a Paige, Joseph y Adrien—. No sé porqué me las sigues colocando si ya le he dicho a Julisa que no me gustan.
—Por lo menos ya no es la carne de rata —se burló John mientras bebía de su jugo—. Aún tengo traumas con esa carne.
—Según ella y el vendedor era carne de res —se encogió de hombros y agarró de las zanahorias que tenía en un recipiente—, pero prefiero creer que era eso a que la rata fue descuartizada.
—¿Mataron a un miembro de tu familia? —preguntó Paige con burla a mi enfrente de mí mientras comía fresas—. Porque de ser así te doy el sentido pésame.
Todos reímos en la mesa y John levantó su mano para chocar sus manos con la de Paige.
—Esa estuvo buena —señaló Adrien quien trataba de abrir una bolsa de papas—. ¿Alguien lo puede abrir? —desistió.
Extendí mi mano y dije:
—Dámelo.
Abrí la bolsa de papas y de inmediato un brazo se posó sobre mis hombros y yo me sobresalté por la cercanía de cierta persona que me volvía más loca que una cabra.
Era Joseph.
Vi como Paige ocultaba una sonrisa detrás de su fresa que estaba comiendo —ahora con Nutella—. Volteé mi vista hacia Joseph y vi como me daba una sonrisa de boca cerrada, yo se la regresé.
—¿Me das papas? —preguntó inocente.
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Editado: 14.07.2021