Nos volvemos a encontrar.

Prólogo.

Casa de las mujeres Gutiérrez, España. 
Año 1843. 

— ¡Elena! ¡Basta! — gritaba con el ceño fruncido de preocupación la mujer  
de avanzada edad — ¡Ya, ya! 

Interponiendo su cuerpo en medio de la escena impidió que la madre de la niña le siguiera dando con el palo que había encontrado en el camino, ganándose un buen golpe. 

— ¡Madre, quítate de en medio! ¡Está niña tiene que aprender cual es su lugar! — gritaba con cólera, mientras la pequeña lloraba desconsolada en una esquina de ese cuartucho de mala muerte. 

— ¡¿Qué lugar ni que lugar? Te has vuelto loca! ¡Es una niña, déjala en paz! — gritó rabiosa de nuevo la mujer mayor. 

Elena molesta por la interrupción, observó por última vez a su hija con desprecio, y dándose la vuelta salió dando un portazo. La señora Agnes aliviada de que su hija se halla ido, corrió a socorrer a su preciada niña. 

— Ya se fue pequeña, ya está. — decía mientras le abrazaba acariciando su cabello cobrizo. 

— ¿Por qué me odia tanto abuela? ¿Qué le é hecho? — preguntó hipando y aguantando el dolor de las nuevas marcas que su madre le había dejado.  

La abuela sentía un gran escozor en los ojos y una gran decepción en el corazón, odiaba ocultarle cosas a su nieta, pero hay cosas que simplemente no se pueden contar. 

Callada y triste levanto a la pequeña y como ya se había hecho costumbre la aseo, curó y alimento en silencio, siempre en silencio. 

Todo se había vuelto costumbre en esa pequeña familia después de las tragedias del pasado, cada vez que la pequeña Andrea cometía un error en lo que se le había encomendado, su madre se desquitaba de la manera más horrible que encontraba. Y su abuela llena de remordimiento lo único que hacía era consolarla en silencio, siempre en silencio. 




 




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