Nos volvemos a encontrar.

Capítulo 1.

Casa de las mujeres Gutiérrez, España. 
Año 1848. 

Corriendo en medio de la plaza trataba de no caerse, ni chocar con algún guardia y a la vez trataba de perder al panadero que la perseguía por robar un pan de su puesto.  

No podía dejar que le alcanzará y le quitará el pan, o sino la paliza que le iba a dar su madre por no llevar comida iba a ser brutal. 

Y ahora que su abuela — la única que la defendía— estaba en cama, no podía darse el lujo de molestar a su madre. 

Al fin logro dejar atrás al panadero, así que busco un escondite en el que pudiera pasar desapercibida. Cuando lo encontró, se escondió y espero. 

Esperó a que pasara cierto tiempo, en el que el panadero se cansara de buscar. 

~•~•~ 

Cansada y adolorida de estar acuclillada en la misma posición por largo rato, caminaba con desgano a la casucha donde residía. 

Al llegar y abrir la puerta se dio cuenta que su madre no estaba, respirando aliviada se despojo del bolso con las hogazas de pan que había logrado robar al panadero. 

— ¿Quién está allí? — preguntó una voz débil desde la segunda planta que había en ese lugar. 

— Soy yo abuela, no te angusties — respondió rápidamente la joven de apenas trece años de vida. 

Se aproximó con premura hacia donde estaba y arrodillándose a un lado del lecho donde descansaba la señora Agnes gravemente enferma, le contó un poco de las travesuras de ese día. De como se veía el gordo del panadero mientras corría tras ella. Y su abuela sonriendo levemente la contemplaba con gran cariño. 

— ¡Ay, hija! Un día de estos te van a alcanzar y la regañida que te vas a llevar va a ser grande — decía la abuela con gran pesar. 

— ¡Ay, abuelita! Prefiero mil veces esas regañidas a las palizas de madre— dijo haciendo una pequeña mueca, a lo que la señora Agnes calló y desvió la mirada, percatándose la joven de esto preguntó — ¿Ya comiste?, ¿Quieres que te ayude en algo? 

Agradecida del cambio de tema de su nieta, le pidió un poco de agua y le informó las cosas que había que hacer. 

Incorporándose fue al pozo y saco agua para abastecer los jarrones que ya estaban vacíos, le dio un vaso a su abuela, y comenzó a lavar las cacerolas sucias, los extravagantes pero viejos vestidos de su madre y puso al fuego un caldo de verduras para cenar con las hogazas de pan. 
 




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