Nos volvemos a encontrar.

Capítulo 3.

Casa de las mujeres Gutiérrez, España. 
Ese mismo día a la noche, 1848. 

La puerta de la entrada fue cerrada escandalosamente, sobresaltado a la pobre Andrea que se encontraba sirviendo la escasa cena que preparó en unos cuencos algo viejos y aporreados. 

— ¡Andrea! ¡Niña estúpida ven aquí! — el grito rabioso de su madre provocó que un escalofrío de miedo le atravesara la espina dorsal. — ¡Andrea! 

Con timidez, y repasando en su cabeza todo lo que había hecho en el día a ver si había cometido algún fallo se dirigió al lugar de donde era llamada, pero no, no había hecho nada mal. “Seguro otra vez ocurrió algo malo en su trabajo, y está de mal humor por eso” intentaba vanamente darse aliento y que el miedo que la recorría y la hacia temblar disminuyera un poco. 

Al llegar a la sala donde estaba su madre, recibió una tremenda bofetada que le giró la cabeza hacia el lado izquierdo y luego otra que la volteó hacia el lado derecho. 

— ¡Eres una ramera! — le gritó su madre tan fuerte y con tanta furia que algunas gotas de saliva le cayeron en la cara, a continuación recibió un fuerte impacto familiar en la cara, que la dejo tirada en el suelo del lugar — ¡Crees que no me iba a enterar que andas de puta! ¡Que te la pasas en el pueblo provocando a los hombres! — mientras hablaba le soltaba golpes una y otra vez con el cinturón de cuero duro que había conseguido hace un par de años para hacer las palizas de su hija más dolorosas. 

Andrea llorando y removiendo su cuerpo por los golpes, no entendía de lo que estaba hablando su madre, ella nunca había cometido tal cosa, jamás había mirado siquiera por más de diez segundos a ningún hombre, “Para no levantar pasiones” como decía su abuela Agnes. 

— ¡Yo no é hecho nada! ¡Lo juro mamá! —grito en llanto la joven tratando de que cesará los golpes que ya habían comenzado a hacerla sangrar. 

— ¡No me digas mamá, yo no soy madre de una perra mentirosa! — los golpes se volvieron más fuertes, y aunque la mujer ya se sentía cansada por el esfuerzo, el odio puro que la cegaba no la dejo parar — ¡Mentirosa, mentirosa! ¡Pero ya verás, si quieres andar de fulana, yo voy a ser que seas una verdadera fulana! ¡Y ahí vas a desear no haber estado de provocadora! 

Con esas palabras y un último golpe se fue de la sala dejándola tirada, con numerosas marcas nuevas y mucha sangre bañando su vestido. 

Llorando trató de incorporarse pero las fuerzas la habían abandonado, así que espero calmarse y recobrar el aliento para levantarse y servir la cena a la mesa o sino sería otra golpiza, que no estaba segura de poder soportar. 

~•~•~ 

Después de un rato de estar en el suelo, se incorporó con mucho dolor y fue hasta la cocina tratando de seguir con la tarea que estaba haciendo antes de que llegara su madre. 

Sin embargo su cuerpo tembloroso por el dolor, se lo hizo difícil. 

— Andrea, hija — el susurro débil y lloroso de su abuela le hizo saltar y voltear tan rápido que casi se cae por culpa de su debilucho cuerpo. 

Recostada y apenas de pie en el marco de la puerta de la cocina, se encontraba la señora Agnes, con su rostro lleno de lágrimas y una mirada de sufrimiento. 

Andando lo más rápido que su cuerpo pudo llegó hasta donde se encontraba su abuela y la ayudó a sentarse en una de las sillas que había en esa sala y arrodillándose a sus pies, lloró. 

— Abuela no la entiendo, no se de dónde saco eso de que ando provocando a los hombres del pueblo — susurró la joven en medio del llanto silencioso — Le juro abuela, por lo más sagrado que hay, que yo no he cometido tal cosa abuela, se lo juro… 

— Lo sé mi niña, yo sé que tú no serias capaz de tal cosa — dijo con mucho dolor la señora Agnes, acariciando el cabello de la joven— sin embargo, tu madre es otra cosa, seguro algún comentario le habrán dicho en la calle y se a ensañado, sabes que es muy manipulable — dijo tratando de arreglar a situación.  


Andrea ya cansada de lo mismo se separó rabiosa, y la observó con el ceño fruncido. 

— ¡No abuela, ¿Hasta cuándo con lo mismo?! — gritó en voz baja, ahora las lágrimas ya no eran de dolor sino de furia— ¡Siempre que madre me pega, la defiendes! ¡Entiendo que somos tu única familia y que no quieres que estemos en discordia!, — dijo con tanto sentimiento que la abuela no pudo sostener la mirada— pero yo ya no puedo más, siempre le he aceptado todo por ti, pero ya no puedo más... 

El llanto de la señora Agnes interrumpió a Andrea, y está preocupada, le cogió las manos y se las besó para que se tranquilizara. 

— Mi niña perdóname por favor, pero trata de aguantar un poco más mi amor, hazlo por mí, por lo poco de vida que me queda — le rogó con los ojos tan rojos por el llanto y por el dolor del momento — hazlo solo mientras esté con vida, no soportaría ver lo que me queda de familia desmoronarse ya cuando estoy en mi lecho de muerte. 

— ¡O no abuela, no digas eso! — exclamó Andrea con un dolor tan grande al imaginarse un día sin su gran amiga, su gran pilar, sin sus enseñanzas, sin sus palabras sabias, sin su linda abuelita. 


La abuela le tomó de las manos, viéndola con unos ojos de súplica. 

— Promételo mi niña por favor, ¡Promételo! — exclamó desesperada y alterada por oír esa promesa. 

— Te lo prometo abuelita — dijo con amargura solo para complacer a su abuela. 


 




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