Casona de la Familia Ponce, Alba Lucía, España.
Año 1852.
Ha pasado una semana desde aquella discusión entre las amigas, y Fabiola dolida y siguiendo sus sueños, renunció a su puesto en la casona, y se presentó en el castillo de los duques de Alba Lucía, si fue elegida para trabajar es algo que a Andrea la mantiene en vilo, ya que no a recibido ninguna misiva de su gran amiga.
La casona se vio afectada, ya que muchos trabajadores y criadas mostraron su renuncia para poder presentarse en el castillo, y muchos puestos quedaron vacíos. Y al no poder conseguir empleados de calidad en el pueblo, tuvieron que reorganizar la servidumbre que todavía trabajaba para ellos.
Dos de las criadas que se retiraron, fueron las doncellas personales de las señoritas Ponce, así que con las jóvenes que quedaban se hizo una “competencia de habilidades”, en las que quedaron ganadoras dos criadas, María, una ayudante de la cocina y ella — que ayudaba en lo que hiciera falta—.
La familia Ponce es una familia de famosos abogados, algunos en su linaje hasta llegaron a trabajar para el Rey. El señor Ponce es un hombre de buen corazón pero potente carácter, su esposa la señora Alberta es muy sumisa con su esposo, pero con sus hijos muy correcta. Tienen cuatro hijos, dos hombrecitos y dos jovencitas.
A María se le encargó atender a la menor — dieciséis años— de las señoritas y a Andrea la mayor— dieciocho años—, las dos son unas jovencitas insoportables en el criterio de Andrea, ya que no le agrada el drama y estás jovencitas tienen mucho drama en su ser.
Hoy es su primer día como doncella personal, y alistándose en su pequeña habitación no puede dejar de pensar lo mucho que a escalado en la sociedad. Aunque para la nobleza, el que ella se enorgullezca de ser de la servidumbre pueda causarle risa, ella se siente completa, porque sabe que está logrando salir de ese pozo depresivo en el que su madre la había sumergido.
Al estar lista, fue hacia la cocina a cumplir con las obligaciones que se le asignarán.
— Hola Andrea, buenos días, la señorita Anabel aún no ha despertado. — ese fue el recibimiento que obtuvo al entrar a la cocina de parte de la ama de llaves de la casona, una mujer alta y delgada con una mirada tan calculadora que a veces hasta miedo da — Así que mientras ella no te solicite, tu trabajo es ayudar en todo lo que puedas, un par de manos nunca está de más, y ahora que casi la mitad de los criados se fueron, mucho más, todavía no puedo creer esa falta de responsabilidad de todos esos que se fueron, pareciera como si aquí no tuvieran suficiente comodidad, es que no soy los amos y siento tanta indignación por la falta de lealtad que mostraron con ellos que no me puedo imaginar lo que deben estar sufriendo, pobres… — y siguió con su discurso de irresponsabilidad y lealtad, mientras que la cocinera le hizo señas para que le ayudara con unas cazuelas que había que lavar, así que aprovechando, se apresuró en ir.
Ese es el problema de tan aterradora mujer, que cuando está molesta é indignada no puede controlar su lengua.
Estaba por la mitad de las cazuelas cuando sonó la campana que conectaba con la habitación de la joven Anabel. Así que dejando todo se apresuró a limpiarse e ir a la habitación de la señorita.
Al llegar fue directo a abrir las cortinas dejando entrever la luz natural y volteándose hizo una pequeña reverencia y se presentó.
— Buenos días señorita, soy Andrea, su nueva doncella personal, cualquier cosa que necesite hágamelo saber, no importa el día, ni la hora o el clima, tenga presente que estoy a su entera disposición.
La joven todavía en el lecho, la observó de arriba abajo con curiosidad, y medio sentándose le señalo la bata que reposaba en una silla cercana. Y Andrea apresurándose fue de inmediato a ayudarla a taparse con la bata.
— Muy bien Andrea por ahora solo quiero arreglarme para ir a desayunar —dijo con tranquilidad, sentándose en un banquillo a esperar que la arreglaran y Andrea se puso manos a la obra— voy a hablar con madre a ver si me da permiso de ir al pueblo a comprar algunas cosas que me hacen falta y tú me acompañarás, quiero que seas tú la que sirvas mi plato y te quedas a un lado en el lugar para que escuches la respuesta, ya que no me gusta estar de mensajera, quiero que siempre estés a mi lado, siempre, que seas como mi sombra, y me cuides las espaldas ¿Entendiste?
— Sí señorita — le responde Andrea mientras le termina de ajustar el vestido, mientras sopesa lo que dijo Anabel, y la actitud de está cuando lo dijo, ya que estuvo calmada en todo momento, cosa extraña para ella que siempre la veía a lo lejos ser una joven caprichosa y bulliciosa.
Al terminar la acompaña hasta el comedor dos pasos detrás de ella. Y sigue su camino hacia la cocina, ayudó a servir la comida y acompaño a los demás al rincón donde esperaban a ver si los amos necesitaban algo, en la mesa estaban el señor Ponce en la punta, la señora Alberta a su lado derecho con sus hijas siguiéndole y a la izquierda estaban sus dos hijos, los señoritos Rafael — veintiún años— y José Luis — con catorce años—.
Comían en silencio, lo único que se escuchaba en esa sala eran los cubiertos chocar con el plato. Hasta que la voz ronca del amo Rafael interrumpió.
— Padre, madre, está mañana me a llegado una carta de mi estimado amigo Teodoro, invitándome a pasar una semana en su casa de campo en Kenia — terminó de hablar dejando el comentario en el aire, ocasionando que por la falta de respuesta del señor Ponce, la señora Alberta hablase.
— ¿Y… y se puede saber cuál es el motivo de tal invitación? — preguntó vacilante y tensa al principio por si le reprendían pero al darse cuenta de que nadie la iba a reprender por hablar, se relajo.
Todos estaban al pendiente de la conversación, aunque trataban de disimular al seguir comiendo como si nada pasara.