— Por supuesto que sí, madre — dijo con tranquilidad y orgullo —, la razón de esta invitación es para celebrar que su hermano menor se va a estudiar en la universidad de la capital, y a la vez para despedirlo, ya que no lo vamos a ver en mucho tiempo.
— ¡Oh! ¿Ya el pequeño Dante está en edad de ir a la universidad? — dijo con sorpresa y a las vez un poco de miedo de madre —, pobre de su madre, debe está sufriendo que su niño se valla de casa, cuando tú te fuiste pasé casi un mes con tristeza en mi corazón, no me quiero imaginar cuando a José Luis le toque irse lejos del hogar, mi corazón estallará de amargura — decía con gran angustia en su expresión.
— ¡Oh madre! Eso es muy difícil de creer, siendo como es, tan… — decía Rafael con una sonrisita de incredulidad.
— Es cierto Rafael — interrumpió el señor Ponce, antes de que su hijo dijera algo que pudiera ofender a su madre, porque sino está iba a estar peor de insoportable de lo que ya es — en esos días tu madre no era la misma, hacia las cosas con desgana — dijo tratando de acomodar la cosa.
— ¿Ves Rafael? Después dice la gente que soy una madre insensible, si supieran cuanto consiento a mis niños, ya no pensarían de esa manera —dijo Alberta con dramatismo, mientras que Rafael hacia una mueca.
Viendo Rafael que el tema principal de la conversación se estaba olvidando decidió intervenir.
— Pero bueno creo que esto no viene al caso, dígame padre ¿qué dice usted?
— Bueno creo que ya eres bastante mayor para cuidarte solo, así que si quieres ir, yo no te lo impediré, — respondió el aludido, y con algo de malicia agregó — pero con una condición, — de repente un brillo apareció en los ojos del señor Ponce, haciendo que los otros en la mesa se incomodaran — al regresar te vas a poner en la búsqueda de la próxima señora de la casa.
Todos quedaron sorprendidos con tal condición, y la señora Alberta fue la primera en protestar indignada, seguidas de las dos hijas que empezaron a apoyar a su madre, formándose un gran alboroto de voces chillonas.
— ¡Silencio! — dijo con gran molestia el señor Ponce — ¡Aquí el que manda soy yo! ¡Siéntense y cállense! ¡Parecen cotorras! — sus gritos potentes debieron de escucharse en toda la casona, é hizo que inmediatamente el barullo cesara y todos tomarán asiento nuevamente, ya que casi todos menos José Luis y el señor Ponce se levantaron de sus asientos — ¿Alberta, acaso no pago yo una institutriz a estas niñas para que sepan comportarse? — preguntó con lentitud y con la mirada enfurecida fijada en su esposa.
»¿Y acaso no eras tú la que se jactaba de ser una excelentísima esposa y que sabía cómo comportarse? — siguió en el mismo tono — ¡Pues no me lo están demostrando! ¡Yo soy el señor de la casa y a mí se me respeta! ¡Las mujeres no tienen ni voz ni voto en este hogar! — explotó con rabia y a los gritos, haciendo que todos lo que se hallaban en esa sala – incluyendo a la servidumbre – se sobresaltaran y las mujeres bajarán la cabeza.
En silencio terminaron todos de comer y se retiraron cabizbajos.
~•~•~
Al llegar a la habitación de la señorita Anabel, la encontró mirando hacia la ventana con una expresión de molestia.
— ¿Señorita? — preguntó dubitativa Andrea, no quería que pagarán la molestia con ella — ¿Necesita que le traiga algún té? Me han contado que la cocinera hace unos té relajantes increíb…
— Cómo pudiste contemplar, la salida de hoy queda olvidada, ahora hay temas de mayor peso que se deben tratar, — dijo con una tranquilidad tan falsa que una alarma se encendió en la cabeza de Andrea — todavía no puedo creer que padre se haya atrevido a ofender a madre frente a todos, ahora va a estar tan triste, tanto que ella lo quiere… — decía con el mismo tono, pero dejando ver un poco de resentimiento — Pero esto no se va a quedar así, voy a demostrar a padre que si soy una dama de verdad y que sí estoy aprendiendo las clases por la que él paga.
— Y, ¿Cómo lo piensa hacer, señorita? — respondió Andrea todavía más angustiada por lo que la otra pudiera proponer.
— Fácil, casándome, pero no con cualquiera ¡Eh! No, no, lo haré con el señorito del que tanto se comenta en las reuniones con las vecinas, — decía con gran seguridad — utilizaré mis encantos para cazar al que todas mis amigas quieren conocer y que posee mucho poder y dinero, — eso sí, para ambiciosa la primera era Anabel — el joven Alexander, heredero del ducado de Alba Lucía — sentenció con gran orgullo, haciendo que Andrea sintiera el mal presentimiento peor — y tú, querida, me vas a ayudar