Nos volvemos a encontrar.

Capítulo 8.

Casona de la Familia Ponce, Alba Lucía, España. 
A la noche de ese mismo día, 1852. 


Ya hacía rato que habían llegado a la casona y Andrea todavía pensaba en la mirada que le dirigió el señorito Alexander, a pesar de que la habían puesto en diversas labores a ayudar, no podía sacarse esa sensación rara que la invadió al notar como la veía este hombre. 

Aunque es cierto que le molestó un poco la proposición no hablada, a la vez se sintió muy bien saber que alguien como él le pareció atractiva una criada cualquiera como ella. 

Ya la cena se había servido y consumido, los amos se encontraban en una salita hablando de todo un poco antes de proceder a dormir. 

En la cocina se encontraban limpiando los últimos trastes del día, conversando en voz baja sobre lo que se habían enterado en el pueblo, de rumores y hasta de alguna que otra anécdota de las mujeres mayores. 

— Hoy mientras hacía limpieza en los pasillos cerca del establo vi a la coronela hablando muy cerca del capataz — dijo una de las muchachas bajando más la voz por si dicha coronela se encontraba cerca no la fuera a escuchar, y es que la coronela no era otra sino que la temible ama de llaves de la casona. 

Son muchos los que sospechan que la ama de llaves tiene alguna relación con el viejo Kenneth, el capataz. Aunque nunca nadie los han podido encontrar en una posición comprometedora, así que no se ha podido confirmar nada.  

Aunque hay algunos como Andrea que simplemente creen que solo son buenos amigos, y es por eso que tienen un trato más íntimo. Como sea Andrea no pudo seguir escuchando las conversaciones que derivaron de ese comentario, porque la campana que conectaba con la habitación de Anabel sonó, haciendo que está de inmediato se dirigiera hacia allá. 

Mientras subía las escaleras del servicio algo llamó su atención, de una de las salitas que estaban cerca salió la doncella personal de la señora Alberta arreglando su uniforme que se encontraba sospechosamente desarreglado y para asombro de está la siguiente persona que salió no era el señor Ponce ni ninguno de sus hijos, ni tampoco alguno de los trabajadores de la casa, no, es que ni siquiera era un hombre, la persona que salió después de ella con el mismo atuendo desaliñado fue la temible ama de llaves, la dichosa coronela. 

Y por si habían quedado dudas o excusas se hubiesen puesto en la cabeza de Andrea para explicar el hecho de que estuvieran en esa situación, fueron bruscamente desechadas al verlas abrazarse brevemente y darse un profundo beso en los labios. Al ver que se separaban un poco y empezaban a susurrarse cosas entre besos, Andrea prefirió seguir su camino, antes de que le descubriesen. 

Definitivamente esto no se lo esperaba, es que Andrea ni siquiera sabía que existían personas con ese tipo de inclinaciones. Todos los amoríos que había visto eran con personas de distintos sexos y nadie le había comentado que también se podía con personas de el mismo sexo. 

Ahora sí que tenía algo más en lo que pensar para olvidarse del tema del señorito Alexander. Pero, todos los pensamientos tuvo que dejarlos a un lado porque ya estaba llegando a la habitación de la señorita Anabel y tenía que concentrarse. 

Tocando la puerta, esperó a que le indicarán que podía pasar, cuando sucedió y entro, lo primero que recibió fue una regañida. 

— ¿Dónde estabas? ¿Por qué tardaste tanto? — la pregunta le llegó en  tono de reproche, y ni siquiera termino de abrir la boca para responder, cuando la señorita siguió hablando — Hace rato que toque la campana, no vuelvas a dejarme esperando, es de muy mala educación dejar esperando a tu ama, — antes de que ella pudiera disculparse, nuevamente, siguió hablando — pero bueno, no importa, te llamé para que me ayudes a deshacerme de este peinado que ya no aguanto, y  me hagas unos masajes en los pies porque ese paseo, aunque no se lo quise demostrar a madre, me dejo los pies doloridos. 

Andrea se puso manos a la obra sin decir ni una palabra, comenzó quitándole todos los broches del cabello y dejando caer cada rizo artificial, luego cepillo el cabello, desenredando todos los nudos que se le hicieron en el día. Luego de que eso estuviera listo, bajo por una ponchera con agua caliente para masajear los pies de su ama. 

Al bajar y llegar a la cocina se encontró con la cocinera terminando de tomarse un té con la coronela y algunas criadas, al verla llegar le ofrecieron uno, pero ella declinó alegando que tenía prisa, cogió lo necesario y se marchó como una bala. La verdad es que le hubiera venido bien ese té, pero la incomodidad que le da el estar cerca de la ama de llaves después de lo visto anteriormente le pudo más. 

Cuando llegó a la habitación de la señorita Anabel, la mencionada ya se encontraba cambiada y lista para recibir su masaje. Así que Andrea acomodó todo y comenzó con el trabajo.  

Ya llevaban un rato trabajando en completo silencio, cuando fue interrumpido por la misma Andrea. 

— ¿Señorita Anabel? — con un sonido le pidió que siguiera hablando— hoy antes de salir del local donde comimos, el señorito Alexander miró hacia nuestra dirección… 

— ¡¿Qué?! — interrumpió a los gritos,a la vez que se levantó inmediatamente del lecho — ¡¿Por qué no me lo habías dicho antes?! ¡Dime, dime a quién estaba viendo! 

Los saltitos infantiles que daba Anabel desesperada por información, le causaron risa a Andrea, pero tuvo que reprimirla por respeto. 

— La verdad no tenía la vista puesta en ninguna en específico — mintió con nerviosismo, no le podía decir a su ama que a quien estaba observando el futuro duque fuera a una don nadie como ella — creo que no hubo demasiado tiempo para que el las viera bien, todo fue muy rápido. 

— ¿“Las viera bien”? Querrás decir “la viera bien”, es decir que no hubo tiempo de que me viera bien — decía con egocentrismo y señalándose a si misma — porque es de mi quien tiene que engancharse no de la insípida de mi hermana. 
 




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