Nosotros

CAPÍTULO III

 

Huía, pero nunca lo suficientemente rápido. Inevitablemente aquella pesadilla siempre lo alcanzaba. No era más que un sueño y lo sabía. Conducía un auto por una carretera preciosa cuando la sintió llegar; empezó a llover sangre, tenía diminutos fragmentos de hielo circulándole por las venas. Se hacía de noche abruptamente, la carretera estaba vacía, mientras tomaba consciencia de su soledad la oscuridad se convertía en un cuerpo sólido arrastrándose por el sueño. El saber que se aproximaba a algo inevitable le aprisionó; pequeñas perlas de sudor se formaron en sus sienes…mientras la pesadilla le alcanzaba.

“El bosque que rodeaba la casa era espeso, enorme y lleno de animales; no por nada se les tenía como una de las familias más ricas de la ciudad, solía cazar conejos pero no demasiados porque a Luisa no le gustaba que asesinara a indefensos animalitos. Apuntó el arma al manchón blanco de pelusa, matando con un certero tiro al animalito, su sabueso se le adelantó corriendo mientras Nicolás levantaba la vista al cielo nublado, pronto llovería. Se apresuró a alcanzar al can y levantó a la presa por una pata echando a andar rumbo a la casa que se descubría imponente entre las copas de los árboles. El perro tras él movía la cola trotando a lado suyo como el fiel guardián que había sido desde siempre. Se sumió en sus pensamientos, mientras con una mano acariciaba la cabeza el animal, estaba preocupado por ella, por su hermana. Tenía que admitir que desde la muerte de su madre ella no era la misma, lo entendía, él tampoco era el mismo niño que le hiciera la vida de cuadritos cuando aquella niña extraña llegara a la casa con su madre, quien contraería nupcias con su padre.

El sol estaba ocultándose cuando abrió la enorme puerta de madera labrada, atravesó el patio interior con sus naranjos y su fuente para dirigirse a la cocina para dejar al conejo antes de que Luisa o Amelia lo reprendieran por haberlo cazado.

Sabía perfectamente donde la encontraría. La biblioteca de la familia Rangel era bastante surtida y variada. Su padre educado en los mejores colegios de Europa era un gran partidario del estudio, así que insistía en que tanto su hijastra, como su nueva esposa y su hijo se instruyeran, no era raro que hubiera artistas, escritores y profesores alojados en una, de las 10 habitaciones. Aquel detalle provocaba una mirad de desaprobación pero como él solía decir: le gustaba tener conversaciones inteligentes. Nicolás se lavó las manos y el rostro con un poco de agua fresca de la fuente, para después abrir la puerta de la biblioteca y llamar con suavidad a su hermanastra:

  • ¿Luisa?

Su voz era unas octavas más grave que lo que recordaba, era más varonil, se estaba convirtiendo en un hombre, con cansancio pensó en que pronto tendría que cumplir con los deberes propios de su posición. Si por él fuera se quedaría en la casa de los Rangel con Luisa dejándola ser libre como un pájaro.

Suspiró, aquello por supuesto era imposible, su padre estaba buscándole una esposa, pero él sólo podía pensar en una persona para ocupar aquella posición. Y allí estaba ella: Luisa, con el cabello castaño cobrizo resplandeciendo con el sol, el corazón de Nicolás golpeó dolorosamente su pecho, cuando al levantar sus ojos castaños vio lagrimas en ellos:

  • Papá me ha prometido a José Cailleros
  • No... – dijo él con la voz entrecortada

El pequeño y amoroso mundo donde vivía feliz estaba haciéndose añicos entre sus manos. Pero no lo permitiría, no dejaría que arrebataran a Luisa de su lado... no cuando él... él la amaba tanto. Sin pensarlo se acercó a ella en dos zancadas, tomó aquel rostro entre sus manos y lo beso en la frente, atrayéndola contra su pecho mientras ella suspiraba reteniendo las lágrimas.

Luisa entrelazó los brazos en su espalda estrechando su cuerpo por primera vez en mucho tiempo.

Y por un momento ambos se olvidaron de todo.

MAIA.

Estaba convencida de que su vida era plana y terriblemente aburrida. Así que con el convencimiento que se necesitaba una aventura para ponerle algo de sabor a la vida, se decidió a salir del país, era para probarse a sí misma que podría cuidarse sola, e independizarse de su familia y ser capaz de estar bien.

Todo eso y también el que dentro de su corazón deseaba ver si en otras tierras podría tener más suerte en el amor. Era una romántica empedernida pero no le gustaba mostrarlo porque aquello la hacía vulnerable y odiaba sentirse de esa manera. Luchaba contra una temible inseguridad que minaba su autoestima al compararse continuamente contra las otras mujeres encontrándose siempre inadecuada, un hábito malsano que tenía que erradicar pero que le estaba costando dejar. Estaba convencida hasta cierto punto que tal vez aquella versión idealizada del amor la encontraría en otro lado y no en su propio país.

Esa idea no abandonaba su mente ni a sol ni sombra, así que fuera de la pesadilla recurrente soñaba con el momento exacto donde sabría que estaba enamorada perdida de irremediablemente de un ser que la completaría. Así que segura de que estaba soñado no opuso resistencia alguna a las formas que cobraban vida en aquel otro mundo. Estaba de nuevo en la vieja casa que recordaba, aquella que le pertenecía a una rama de su familia con la que no tenía contacto. Había vivido en ella cuando sus padres tuvieron aquella crisis monetarias; obligados a tomar dos o incluso tres trabajos la niña se vio de pronto abandonada al cuidado de una abuela a la que no conocía pero que sin embargo la quiso en cuanto la vio.




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