Nosotros

CAPITULO V

 

León Rangel sabía perfectamente la clase de cariño que estaba gestándose en el corazón y la mente de su hijo.

“De tal palo tal astilla pensó con cierta triste amargura.”

La ironía de todo esto radicaba en que, él mismo sufría de una misteriosa obsesión amorosa por una mujer prohibida; se frotó las sienes con un ademán cansado, claro que bien podría hacer público su romance, pero aquello le costaría no solamente a él, si no también a su hijastra y su hijo. Sería un escándalo y aquel hecho era el que lo detenía. El bien podía darse el lujo de cometer tal acto de escándalo, después de todo era un hombre que ya gozaba de cierta posición social y económica que bien podría permitirle ser un excéntrico, pero sus hijos no. Si él se atrevía a rendirse a aquellos deseos egoístas los arruinaría, más aún si salía a la luz el hecho de que ellos se querían como hombre y mujer, en lugar de ese cariño fraternal. Era inadmisible, no había manera alguna en que dejara que Nicolás se casara con su hermanastra por muy hombre de mundo que se considerara. Lo único que estaba en sus manos era alejarlos y esperar que con la distancia y el tiempo...ambos olvidaran aquella obsesión pasajera.

Primero tenía que casarlos bien para después poder rendirse ante los impulsos de su corazón de hombre maduro, después de proveerles la seguridad de una posición social sólida bien podría pensar en sí mismo.

León había amado a sus dos esposas. Primero a Beatriz, la madre de Nicolás, a quien había perdido después del parto. Las comadronas en quien su esposa confiaba habían hecho cuanto había estado en sus manos para salvarlos a ambos, más al final sólo Nicolás había sobrevivido. Furioso, echó a las mujeres de la casa, calificándolas de poco menos que yerberas y no fue si no hasta que habló con el Doctor Sevillares que este le dijo que no había manera de que Beatriz viviera... y que, de hecho era un milagro que la criatura hubiera vivido. Así que le consiguió una nodriza a su primogénito y encontró cierta paz al verlo crecer.

Cuando Nicolás cumplió los 10 años, León conoció a Ana, la viuda de Terreros que estaba en una situación económica muy precaria, pero que al ser una dama muy apreciada en la sociedad era invitada a las reuniones sociales de las buenas familias. En una de esas reuniones fue que se conocieron.

A León le agrado la inteligente mirada y el porte elegante de aquella morena así que le pidió permiso para visitarla, tras tres visitas Ana le presentó a su pequeña hija Luisa de Terreros, una niña alegre y vivaracha que le fascinó casi tanto como su madre y tras pedir el beneplácito de los padres de Ana, contrajeron nupcias. Al principio Nicolás se mostró distante con su nueva hermana, tras un lapso breve, la acogió y se convirtió en su protector.

Entonces León no se había dado cuenta que lo que Nicolás sentía por Luisa eran las raíces de un amor profundo que crecería a lo largo de los años. Su medida desesperada había sido prometer a su hijastra con un buen hombre, las nupcias se llevarían a cabo aprovechando el viaje de estudios que Nicolás había emprendido en Europa. Estaba seguro que si su hijo estuviera presente en la ceremonia, sería mas que capaz de interrumpir la boda y hacer algo verdaderamente desesperado.

Con algo de suerte el matrimonio haría que su hijo olvidara aquella locura. Era inadmisible, no había manera, tras la boda no le quedaría mas que resignarse, después la distancia y el tiempo se encargarían de hacerlos olvidar aquella obsesión pasajera. Para cuando Nicolás regresara, Luisa ya no podría ser suya, seguramente su hijo lo odiaría por un tiempo, pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr, después de todo sólo eran niños creyendo que estaban enamorados.

ESMERALDA , ÁMON, MAIA Y SETH.

Tocó la puerta con los nudillos a pesar de que ésta se encontraba abierta de par en par, Maia estaba acostada en la cama con un libro de Jane Austen en las manos, se volvió a mirarla amablemente

  • Voy por Graciela... ¿vienes?
  • Ummm – y ladeó la cabeza – no, las espero aquí... ¿quieres que prepare algo?
  • No, hay lasaña en el refrigerador hice demasiada ayer y quedó suficiente para nuestra noche de chicas.
  • Bien... entonces
  • Me voy
  • Con cuidado
  • Si, seguro

Maia esperó hasta que escuchó la puerta de la entrada cerrarse, aquello si que era incómodo, cerró con llave y volvió a su cuarto, se recostó y cerró los ojos...

...Está creciendo sano y fuerte, con tal rapidez que no deja de asombrarme. ¡Ah si pudieras verlo querida! Las líneas estaban garabateadas a toda prisa y aún así la caligrafía de su dueña era preciosa. Esta última selló la carta y la guardó en una pequeña caja de madera laqueada, había muchas mas cartas allí, pero tristemente ninguna llegaría a su dueña. Sus ojos se llenaron de lágrimas, lejos del bullicio de la ciudad en la hacienda de la familia de su madre, había encontrado cierta paz y había conseguido engañarlos a todos a excepción de ella misma, sacó un guardapelo que llevaba oculto en el corpiño y lo abrió...allí estaba el rostro tan amado de a quienes irremediablemente había perdido.




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