Nosotros

CAPÍTULO IX

 

Amelia estaba nerviosa, Luisa lo notó en sus manos en cuanto la abrazó, eran muy buenas amigas, aunque hubiera 3 años der diferencia, Luisa también estaba nerviosa pero trato de disimular cuando la invitó a su recibidor de uso personal donde estaba segura que su esposo no las interrumpiría. Cuando estuvieron seguras de que estaban solas y a resguardo de oídos malintencionados dejaron la formalidad de lado y se dieron un abrazo fraternal, Luisa la condujo a un silloncito donde ambas tomaron asiento muy juntas. Entonces Amelia con un suspiro por fin soltó aquel pensamiento que le oprimía el alma:

  • Estoy esperando un hijo

Luisa se puso muy contenta, pero también al mismo tiempo se quedo sin habla. Después de todo su mejor amiga aún no estaba casada, se enfrentaría a la censura pública, su bebé sería un bastardo...ya no serían bien vistos en sociedad... quien sabe si en realidad podría casarse, después de todo. Amelia dio un gran suspiro al ver el desconcierto de su amiga, sabía perfectamente los pensamientos que pasaban por su mente ya que ella misma los había considerado la noche previa cuando había recibido la confirmación de su estado

  • Hoy se lo diré al padre... – dijo ella
  • Pero...entonces...- dijo aún más perpleja Luisa.
  • No es...- y se sonrojó – de Carlos Sala

Luisa palideció, aún más perpleja, Carlos era el heredero de la acaudalad familia española Sala, muchos decían que contaba con el favor del rey mismo, la chica tembló... los Sala estaban emparentados también con los Cailleros, el actual esposo de Luisa. Pero lo siguiente que le dijo le heló el corazón.

  • Es de León – dijo angustiada, temiendo haberla ofendido – cometí la audaz e indecente decisión de enamorarme perdidamente de él, hermana – hizo una mueca amarga – una mujer comprometida desde hace un año – su voz se volvió desesperada – pero no pude evitarlo

En ese preciso momento Luisa tuvo un presentimiento terrible en su corazón. Pero se obligó a poner ese mal presagio a un lado y abrazar a su amiga para confortarla y al mismo tiempo mostrarle que no estaba molesta con ella. Tras unos momentos en silencio, ella también le confió su secreto:

  • No tengo derecho a juzgarte, después de todo, hermana, sólo somos piezas que los hombres a nuestro alrededor mueven a su conveniencia – Luisa sonrió con tristeza infinita y lagrimas en los ojos – aunque estoy casada con un buen hombre mi corazón le pertenece a otro...- su mirada se hizo vacua, mientras pensaba en él - siempre ha sido así.
  • Lo sé... – dijo ella oprimiendo su mano con una de las suyas.

Unos tímidos golpecitos rompieron el silencio cómplice en el que se habían quedado tras aquellas confesiones. Una linda y elegante muchacha de no más de 13 años entró llevando una bandeja con chocolate, y la dejó en la mesita de centro con un gracioso gesto, para retirarse después discretamente.

Ambas sonrieron y procedieron a degustar el chocolate. Ninguna de ellas sospechaba en entonces lo mucho que se les complicaría la vida en un par de meses.

Tenían esperanza en que las cosas les resultaran bien al final.

ÁMON Y ESMERALDA

Esmeralda sintió un alivio inmediato al no soñar con la casa nuevamente. Maia llevaba una semana fuera de casa en una asignación, ahora contrario a lo que les sucedía antes, al estar separadas las pesadillas disminuían a un nivel en el cuál, con un poco de esfuerzo de su parte podría fingir que nada de eso había sucedido jamás. Pero claro, fingir nunca había sido su fuerte; sin embargo su amiga había estado extraña desde hacía días, par colmo negándose a decirle que había sucedido, así que por una parte era bastante conveniente que ella estuviera fuera.

Cruzó la calle y entró al ya familiar bar. Era una cliente habitual así que los meseros ya la conocían por lo que tenía la ventaja de que había una mesa reservada junto a la ventana; un lugar perfecto ya que estaba lo suficientemente lejos del escenario como para disfrutar la música además del hecho de que desde ahí podía observarlo todo sin perder intimidad al estar en un rincón entre sombras.

Se estiró perezosamente, mientras ojeaba el menú que ya se sabía de memoria. Consultó el reloj de pulsera en su delgada muñeca, justo cuando su mirada deambuló a la puerta lo vio entrar, pero no se trataba de Ámon, si no de su hermano: Seth. Éste entró mientras sus ojos azules recorrían el lugar ansiosos; cuando su mirada se topó con ella sus ojos chispearon para enseguida volver a su expresión sombría, la observó por unos segundos para después hacerle una inclinación de cabeza a modo de saludo, pero sin hacer intento alguno por acercarse.

Seth fue a la barras escudriñando de vez en cuando el local expectante, mientras se bebía una cerveza a tragos lentos; Esme sacudió la cabeza, reprimiendo una sonrisa pícara, estaba segura de saber a quien estaba esperando, no se le había escapado la expresión decepcionada de su rostro al ver que estaba sola... frunció las cejas, pero estaba segura de que ella no aparecería, mucho menos ahora que estaba lejos en una asignación y cerca de aquel don juan de oficina, que se le había metido en la cabeza como una especie de obsesión peligrosa y malsana. No le gustaba para nada lo que su mejor amiga (casi hermana) estaba haciendo, aquel hombre no la merecía y aunque había tratado de decírselo ella había decidido hacer oídos sordos y volcarse por completo en el trabajo, emocionada por su primera asignación en campo. Hubiera deseado saber que había pasado entre esos dos, pero tal parecía que ni Seth ni Maia estaban muy dispuestos a despejar las dudas. Ámon y ella tenían varias teorías respecto a lo que había sucedido, por una parte Ámon estaba seguro que su hermano había metido la pata y Esme estaba segura que Maia al ser tan insegura había malinterpretado todo y corrido sin aclarar la situación, si tan sólo pudieran sentarse como dos adultos y hablar en ves de olvidarse de toda aquella sucesión de eventos extraordinarios, sin pensarlo dos veces.




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