Habían pasado ya varios días y el doctor Lee no se presentó en su habitación. Era extraño, pensó Jaiden, pues era el primero en ingresar a las rondas matutinas y al rimar paciente que visitaba era él.
No sabía a quién preguntar realmente, pues tanto omegas, como alfas, detestaban la presencia del beta en el hospital, ya que, consideraban que alguien como él, fuera del rango en la jerarquía, debía dedicarse a otra cosa.
Los betas, desde que nacían estaban destinados al fracaso. Su vida consistía literalmente en servir a sus superiores en la pirámide.
Por lo cual, el que Alaska fuera en contra de todo el sistema, era ya una problema detestable. De solo pensarlo le molestaba, porque sabía que todo lo que Lee había logrado se lo ganó a pulso, con su trabajo y esfuerzo.
Pero Jaiden no estaba conforme, su lobo aullaba triste por la ausencia del beta, quería verlo, incluso si sus conversaciones eran tan llanas y distantes, no le importaba, porque sabía que, muy el fondo el beta se preocupaba él.
Hizo un puchero, tratando de ver a través de la ventanilla de la puerta, porque ni siquiera lo escuchaba cerca, como otras ocasiones.
Soltó un suspiro pesado y llamó a la enfermera encargada de él.
Por primera vez en la vida, tomaría su destino en sus manos, ya no esperaría.
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Editado: 09.10.2021