Nostalgia

II.

Les Funambules, Monaco. 2024

Me recliné en mi asiento; la habitación se sentía más fría de lo normal. La luz que entraba por la ventana iluminaba las fotos que descansaban sobre el escritorio. Podía sentir la adrenalina correr por mis venas. Verla de nuevo trajo recuerdos y sentimientos que había creído enterrados junto con su partida.

Me levanté del sillón de cuero y caminé hacia la pequeña mesa de madera donde guardo mis bebidas. Abrí la tapa del bourbon y serví un poco en un vaso de cristal. El líquido ámbar se agitó suavemente cuando lo levanté, y tras un sorbo, regresé a mi asiento. Con una mano llevé la copa a mis labios, mientras con la otra tomaba la foto que mi asistente había dejado sobre el escritorio.

Mis dedos trazaron suavemente los contornos de la imagen. Estaba cambiada, y sin embargo, seguía siendo tan ella. Ahora sonreía. Su cabello recogido resaltaba la seguridad que emanaba. Ya no había perlas, joyas ni vestidos elegantes; su estilo era sencillo pero poderoso. Había algo en su mirada que me decía que había cambiado más de lo que las imágenes podían capturar.

El sonido del teléfono irrumpió en mis pensamientos. Solté la foto y metí una mano en el bolsillo de mi saco. La pantalla mostraba el nombre de mi madre. Por un momento dudé en contestar. Ya había tenido suficientes emociones por un día, y cualquier cosa que ella tuviera que decir seguramente sería una carga más. Aun así, deslicé el dedo por el botón verde.

—Mamá, ahora mismo estoy muy ocupado —contesté de inmediato.

Su resoplido al otro lado de la línea fue tan familiar como irritante.

—Nunca tienes tiempo para tu madre, pero sí para esas... personas con las que te juntas —replicó con amargura.

—No empieces otra vez, por favor. ¿Qué sucede? —pregunté, con el tono de alguien acostumbrado a lidiar con este tipo de conversaciones.

Hubo un breve silencio al otro lado. Estaba a punto de insistir cuando ella respondió con una voz teñida de suspicacia:

—Tu padre tendrá una cena esta noche con unos socios importantes. Requiere que estés aquí.

Algo en su tono me puso en alerta. Se traían algo entre manos, eso era seguro.

—No puedo esta noche —decliné rápidamente, sin pensarlo demasiado.

—No es una invitación, Ariel, es una orden. Aquí a las 8 p.m. —Su tono cambió, firme y cortante. Antes de que pudiera replicar, colgó.

Exhalé con frustración y pasé las manos por mi rostro. En mi mundo, todos me obedecían, todos escuchaban lo que tenía que decir... todos, excepto mis padres. Y, por supuesto, ella.

Mis ojos volvieron a posarse en las fotos de la mujer de cabello oscuro. La realidad golpeaba con fuerza: nadie debía saber que la había encontrado, al menos no todavía. Tomé las fotos y las guardé en la caja fuerte del escritorio. Ahora no podía arriesgarme a que alguien más descubriera su paradero, no antes de que pudiera contactarla de nuevo y reclamar lo que era mío.

Justo cuando cerraba la caja fuerte, mi vista se posó en un sobre vacío que descansaba sobre ella. Una idea empezó a formarse en mi mente. Teníamos su dirección; eso sería suficiente por ahora. Este sobre sería su primer aviso, una señal de que estoy cerca, de que estoy a punto de ajustar cuentas.

Con una sonrisa fría, tomé el sobre y lo dejé sobre el escritorio. El juego apenas comenzaba, y yo siempre sabía cómo ganar.




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