Nostrum terra

Nostrum terra

No sé cómo pudo empezar esta historia pero sí sé dónde fue. Arrancó en una ciudad protegida, al igual que otras muchas, por una enorme cúpula de energía refractaria. Era la única forma en la que los humanos podíamos vivir en este mundo devastado por las sucesivas guerras, tanto contra nosotros mismos como enfrentando razas provenientes de otras galaxias.
A las afueras de la misma destacaban vastos campos verdes solapados entre montañas bajas y ríos caudalosos. En su conjunto formaban el único lugar de esparcimiento libre de contaminación.

Dicen que en algún lugar de aquella urbe; tal vez en un almacén, quizás en un sótano o a lo mejor en la parte trasera de un taller clandestino, alguien había creado un cíborg. Esas mismas bocas destacaban su gran capacidad de aprendizaje cuántico; su espíritu aventurero e indomable carácter.
Respondía al curioso nombre de Cp40. Frisaría por aquel entonces los ochenta años pero cuando estás hecho de materia viva y componentes electrónicos la edad simplemente es algo anecdótico.
Su complexión fuerte no pasaba desapercibida así como tampoco su ansia por comprender lo que él denominada «tareas humanas pendientes» tales como el alma, la muerte o el más allá…

Mientras que la población mundial, siempre creciente a pesar de los distintos conflictos, ya fuesen gentes sencillas o personas ilustradas aceptaban como ciertas las ideas convencionales sobre el mundo, él cuestionaba sistemáticamente cada hecho que, bajo su parecer, no estaba suficientemente acreditado.

A pesar de haber avanzado miles de años la humanidad parecía vivir con la inteligencia justa para no extinguirse. Y de entre las mentadas «tareas humanas pendientes» aquella más anquilosada en sus circuitos guardaba relación con la aceptada creencia de que la Tierra era plana y como tal más allá no existía nada. ¿Cómo? ¿La tierra redonda? Menuda ridiculez…
Aceptar lo común sin más chocaba frontalmente con su programación al respecto. Según partes del código insertado en su corona cerebral IA, la Tierra de ninguna de las formas podía ser plana empero ¿quién le había metido tales ideas? ¿Y con qué sentido?...

Puede que no fuese más que información errónea como parte indivisible del código máquina. Quién sabe, probablemente el mundo entero llevase razón, viviendo ajeno a tonterías que no conducen a ningún sitio. Le angustiaba ¡qué humana sensación! la necesidad de convencerse de que su causa era justa y no un mísero desliz en la codificación.
Desde lo más hondo de su alma de metal anhelaba descubrir la verdad por sí mismo. Algo indeterminado e impalpable le impulsaba a ello de forma casi enfermiza. Al caer la noche, cuando las estrellas brillaban como joyas en el cielo oscuro, su disco duro proyectaba antiguas leyendas. Éstas aseveraban que la Tierra era llana porque el mismo universo, al completo, lo era...

Hasta en lo más subterráneo de su memoria ROM, información dispuesta en filas de ceros y unos caían en cascada, haciéndole ver que más allá de los confines del mundo existía un borde. Un abismo infinito que conducía al vacío y por ende al sinsentido absoluto. Un territorio donde las cosas se desintegraban para pasar a formar parte del tiempo y del espacio… ¡Dos programas activos, ejecutables y antagónicos chocando entre sí dentro de su cuerpo de hojalata! ¡Qué despropósito!

Decidido a descubrir la verdad Cp40 comenzó a preparar la expedición. La susodicha lo confrontaría al gran dilema de forma definitiva. Más de una semana le llevó prepararse.
Existía el riesgo de que una vez sobrepasadas tanto la cordura como lo racional nada fuese como esperaba o no como debería haber sido. De hecho y no era cosa menor, cabía la posibilidad de terminar reducido a trozos de chapa prensada. Sin embargo no se amilanó, ni siquiera cuando las autoridades competentes le prohibieron realizar tal empresa...

Con una brújula insertada en la muñeca como parte del equipo y guiado por un mapa hecho a partir de viejos manuscritos guardados en su base de datos se embarcó en el viaje de su vida.
El primer tramo de la dura travesía lo llevó a través de los místicos bosques lumínicos. No le resultaron intimidantes al tenerlos referenciados en su sistema, el cual le detallaba su composición. Únicamente eran pértigas de luz, azulada al caer la noche y violeta al salir el sol. Carecían de hojas o frutos y por inaudito que parezca se movían, desplazándose varios centímetros al día en busca de suelos ricos en fósforo…

Cruzó montañas escarpadas habitadas por formas de vida que se alimentaban de piedras y saciaban su sed bebiendo tierra. También estas criaturas estaban guardadas en su base de datos. Comprobó, al intentar tocarlas, que carecían de cuerpo físico al estar constituidas por temblores cósmicos. Tan sólo adquirían masa al hacer vibrar lo suficiente las cuerdas del universo. Entonces sí se las podía palpar…
En el largo camino enfrentó bestias salvajes nunca vistas; alimañas de muchas cabezas que no sólo escupían veneno, también se mimetizaban con el medio, adoptando el color y la forma de éste. Amén de su habilidad para la bilocación. Se deshizo de cuantas le salieron al paso gracias a su condición robótica…

Lidió con las míticas tormentas del Galeno. Gigantescas y aterradoras, capaces de alcanzar la altura de varios rascacielos. Era tal su poderío que removían toneladas cúbicas de tierra para depositarlas a cientos de kilómetros de distancia. Cada hercúleo vendaval modificaba y alteraba el paisaje, imposibilitando cualquier asentamiento humano. De ahí su nombre: «la zona muerta».

Luchó contra salteadores de caminos, escoria caníbal mejorada con partes biónicas conseguidas en el mercado negro. Organizaban luchas a muerte, robaban equipamiento a los más desgraciados, buscaban alimento o simplemente bebían aceite de motor hasta reventar el estómago antes que el hígado…
Confrontó una de las últimas tribus que vivían ancladas en la edad de piedra. Enfermos y deformes se les consideraba meros eslabones perdidos del género humano.




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