El clima tenía esa tristeza hermosa que sólo las lluvias constantes saben dar. No era una tormenta que asustara, ni una llovizna fugaz; era esa lluvia suave pero persistente que parecía arrullar al mundo entero.
Las gotas golpeaban con ritmo sobre el techo, como un corazón que late en reposo, o como ese ruido blanco que ponen en YouTube para dormir, solo que este era gratis y venía con el bonus de charcos traicioneros en la acera. Podría haber dormido para siempre con ese sonido.
De hecho, tenía planes muy específicos de hibernación que incluían mi edredón, mi almohada y yo, formando un trío amoroso contra el mundo.
Pero no. Maldita escuela y su maldita manía de insistir en la educación. ¿No sabían que los miércoles lluviosos deberían ser, por ley universal, días de descanso obligatorio?
Me desperté con los ojos tan pesados que creí que aún estaba soñando. O que alguien había venido por la noche y había pegado pequeñas pesas de gimnasio a mis párpados. Todo mi cuerpo me gritaba que no me moviera, en un coro unánime que incluía a mis músculos, mis huesos y ese espíritu vago que habita en mi interior. Tenía ojeras tan marcadas que parecía un mapache de bajo presupuesto que hubiera perdido una pelea callejera contra un ejército de tareas y responsabilidades... y claramente, como dije, había perdido. Por nocaut.
—¡Oye, Sakura! —La voz de Nirei rompió mi miseria matutina con la sutileza de una patada voladora en un museo de porcelana fina.
Entró en mi habitación como si fuera el supermercado y él tuviera las llaves, o peor, como un inspector de sanidad en un restaurante de dudosa reputación. Su energía matutina era tan radiante que resultaba ofensiva antes de las 7 a.m.
Me miró con esa cara suya de "¿En serio otra vez tú así?", una expresión que había perfeccionado con los años, y soltó:
—Apúrate o si no llegaremos tarde.De nuevo. Como la semana pasada. Y la anterior. Y el mes pasado, básicamente.
Me aclaré la garganta, o al menos lo intenté. Sonó como un motor diesel averiado.
—Ya,ya voy, solo déjame vestirme. A menos que quieras que vaya en pijama de Hello Kitty. No es una amenaza, es una posibilidad real.
Él soltó un suspiro tan dramático y potente que casi mueve las cortinas y alertó a los pájaros del vecindario.
—Bueno, te espero abajo. No tardes. No hagas que adopte la postura de la estatua del pensador en tu sala, porque me da calambre.
Cerró la puerta. No sin antes hacer el dramático "clic" final, como si ese sonido fuera la banda sonora de la motivación y no el preludio de mi desesperación.
Me arrastré al baño. Literalmente. Mi cuerpo se deslizó por el pasillo como si fuera un gusano perezoso y dramático. Abrí la puerta y me enfrenté a mi némesis: el espejo.
Me miré al espejo. El espejo me miró de vuelta. Ambos nos compadecimos mutuamente. Él por tener que reflejar este desastre a primera hora, y yo por ser el desastre en cuestión.
Cepillarme los dientes fue una odisea. Escupí la pasta con la fuerza de un tubo de escape, manchando sin querer el jabón. Lavarme la cara fue un acto de fe. Peinarme "un poco" - porque no es como si me interesara parecer una estrella pop recién salida de un videoclip. Pero tampoco quería que me confundieran con un nido de pájaros abandonado o, peor aún, con un árbol andante con enredaderas rebeldes.
Uniforme puesto. Pelo "decente" (término muy generoso). Cansancio nivel Dios Zen-Oh de Dragon Ball.
Bajé las escaleras con la gracia de un zombi recién salido de la tumba.
Nirei me esperaba en la sala con la misma sonrisa optimista de siempre, tan brillante que casi necesité gafas de sol. No entendía cómo podía tener tanta energía por la mañana. Seguramente había hecho un pacto con algún espíritu energético o se alimentaba de la luz solar directamente, como una planta ambulatoria.
—Ya estoy listo, ahora sí vámonos —dije, con la voz aún ronca.
—Sí,ya vámonos. Se nos hace tarde. De hecho, ya estamos técnicamente tarde, pero soñar no cuesta nada —respondió él, ajustándose la mochila como un soldado listo para la batalla.
Justo entonces, la voz de mamá, como siempre dulce y tranquila, surgió desde la cocina:
—¿Ya se van?
—Sí,ya nos vamos, madre.
—Oh,vayan con cuidado a la escuela, ¿sí? No se caigan en los charcos.
—Sí,madre. Cuídate. No hagas fiesta sin nosotros.
—Gracias,señora —añadió Nirei haciendo una pequeña reverencia, siempre tan formal. Me da risa porque mi madre lo adora más que a mí. Creo que si tuviera que elegir salvar a uno de un incendio, lo pensaría dos veces.
Salimos bajo la lluvia, mochilas al hombro, compartiendo un paraguas que claramente no fue diseñado para dos adolescentes con hombros amplios y egos frágiles. Caminamos como pingüinos torpes y húmedos hasta la escuela, esquivando charcos que parecían trampas mortales diseñadas por el mismo diablo.
Y claro, hoy tocaban matemáticas. La pesadilla de cualquier humano que tenga alma. O, en mi caso, medio alma, la otra mitad aún estaba en la cama.
—Oye Sakura, te veo distraído. ¿Pasó algo? —preguntó Nirei con voz de amigo preocupado, mientras esquivábamos un charco particularmente traicionero.
—No es nada.Solo estoy teniendo una crisis existencia temprana, lo de siempre.
—Solo digo...porque últimamente no duermes bien, y también te noto más... ¿omega? ¿Como más del lado oscuro de la fuerza?
Le lancé una mirada que podía cortar acero.
—Cállate. Y deja de ver tantos animes antes de dormir.
Entramos al aula. Milagrosamente, el profe de mates aún no llegaba. Un pequeño milagro que agradecí al universo, o a quien estuviera a cargo de los retrasos docentes. Nos sentamos en nuestro lugar de siempre, al lado de la ventana, en la esquina. Ese rincón que te deja mirar la lluvia y fantasear con escapar del mundo, o al menos con que un rayo destruya el pizarrón.
—Ah, por cierto. No te conté que el viernes llegó un alumno nuevo —dijo Nirei como quien anuncia el fin de la guerra o el lanzamiento de un nuevo videojuego.