S U O H A Y A T O
El sol caía sobre el patio de la escuela como si tuviera prisa por irse, arrojando sombras largas que parecían arrastrar consigo los secretos de todos los que caminaban bajo su luz. Yo estaba ahí, parado detrás de Nirei, fingiendo la indiferencia que siempre me servía de escudo, pero mis ojos no se apartaban de él ni un segundo. Era como si tuviera imanes en las pupilas.
Sakura.
Lo vi entrar al salón con esa expresión cerrada que tanto me fascinaba, tan concentrado en sí mismo que parecía imposible de alcanzar. Y, sin embargo, algo en su manera de moverse, en la tensión que cargaba en los hombros como si estuviera llevando un piano invisible, me decía que estaba consciente de mi presencia. Lo sabía. No era necesario que lo admitiera; podía sentirlo en cada pequeño gesto, en cada vez que se ajustaba el cuello de la camisa como si le estuviera sofocando.
No era por simple capricho que lo seguí anoche hasta su casa. No era por aburrimiento ni por ese juego de poder que a veces tanto disfrutaba, como un gato jugando con un ratón especialmente dramático. No. Esta vez... esta vez era diferente.
Era el tipo de curiosidad que te carcome por dentro, mezclada con algo más profundo, algo que no sabía cómo nombrar sin sonar como el protagonista de una novela juvenil barata.
Lo vi desde la calle, inmóvil junto a la ventana. Sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y... ¿curiosidad? Quería decirle algo, gritarle que no temiera, que no había nada que temer excepto quizás mi sentido del humor, pero las palabras nunca llegaban. Solo pude quedarme ahí, observando, esperando, y probablemente pareciendo un acosador de manual.
Y entonces... sus ojos me encontraron.
Ese segundo... ese instante fue suficiente para que algo dentro de mí se quebrara, como un vidrio fino que nunca supe que tenía.
No fue arrogancia lo que mostró. Ni desafío. Ni burla. Fue... vulnerabilidad. Y eso me desarmó más que cualquier pelea o confrontación que hubiera tenido antes con él. Es difícil mantener tu fachada de chico cool cuando alguien te mira como si fueras un fantasma especialmente persistente.
Sí, soy Suo. Sí, generalmente manejo todo con calma, con superioridad, como si hubiera nacido con un manual de cómo ser intrigante. Pero él... él me tocó un lugar que no esperaba que existiera. Y ahora, mientras lo sigo por los pasillos de la escuela, siento que cada movimiento mío, cada palabra que digo, está medida por él. Es como bailar, pero sin saber los pasos y con un compañero que preferiría estar en casa viendo la tele.
Cuando nos cruzamos esta mañana, fingí normalidad. Sonreí suavemente, como hago siempre, pero esta vez fue diferente. No había burla en esa sonrisa. Solo... interés. Genuino. Como el de un científico que descubre una nueva especie de insecto y se pregunta si pica.
Lo vi tensarse. Podía sentir cómo intentaba cubrirse detrás de su habitual muro de indiferencia, y eso me hizo sonreír de nuevo, un poco para mí mismo. Porque sabía que lo había visto. Sabía que no podía mentirse a sí mismo: había notado que yo estaba ahí, merodeando como un mal pensamiento con patas.
Durante el descanso, lo encontré solo bajo el árbol. La primera palabra que salió de mi boca fue un acto de riesgo calculado, como lanzar un dardo con los ojos vendados.
—¿Anoche dormiste bien?
Era una pregunta simple, casi banal, pero cargada de intención. Lo vi tensarse, cerrar el puño bajo su chaqueta, y sentí cómo un pequeño triunfo se encendía en mí. No por derrotarlo, sino por lograr algo mucho más raro: tocar su mundo privado sin que lo notara del todo, como un ladrón que roba solo un suspiro.
—Eso no es asunto tuyo —dijo, con frialdad, pero su voz traicionó una pizca de... ¿incomodidad? ¿O quizás solo indigestión? Con Sakura, nunca se sabía.
Sí. Eso era lo que quería ver. No quería molestarlo. No del todo. Solo quería acercarme, poco a poco, sin que él pudiera escapar de mí tan fácilmente como lo hacía normalmente, como un caracol decidido a escalar una pared de cristal.
—Vaya forma de agradecer que alguien se preocupe —dije, apoyándome en el tronco como si fuera el dueño del lugar, aunque en realidad lo único que quería era observarlo, leer cada reacción como si fuera un libro fascinante y malhumorado.
Lo vi apartar la mirada, negando con la cabeza, pero su respiración era rápida. Lo noté. Y eso me hizo reír suavemente, un sonido bajo, apenas audible, diferente a cualquier risa que le hubiera dirigido antes. Sonó casi... nervioso. ¿Yo? ¿Nervioso? Qué concepto extraño.
—No vine a molestarte. Vine a verte —confesé, y las palabras salieron más suaves de lo que había planeado.
Y por un momento, todo se detuvo. El bullicio de la escuela desapareció. Solo estábamos él y yo, bajo la sombra del árbol, atrapados en algo que ni él ni yo sabíamos cómo llamar. Podríamos haberlo llamado "tensión sexual no resuelta" o "encuentro fortuito entre dos personas con problemas de comunicación", pero "algo" era más fácil.
Lo vi levantarse bruscamente cuando sonó la campana, intentando romper el hechizo del momento. Y aun así... sus manos temblaban apenas un poco. Pequeños detalles que decían más que mil palabras, o al menos más que las que Sakura estaba dispuesto a decirme.
Lo seguí con la mirada mientras se alejaba, y me pregunté, no por primera vez, si alguna vez me dejaría acercarme lo suficiente como para cruzar esa barrera que él construía tan cuidadosamente. Una barrera que parecía hecha de sarcasmo, mal humor y posiblemente algo de cemento.
Porque lo odiaba. Lo sabía. O eso quería creer. Pero bajo esa fachada, había algo que me atraía de manera imposible de ignorar, como un accidente de tráfico del que no puedes apartar la vista.
Y mientras caminaba tras él, con esa calma que siempre parecía tan natural, supe que no iba a irme. No aún. No mientras pudiera quedarme un poco más cerca de él, descubrir un poco más de lo que escondía, y quizá... solo quizá, dejar que él descubriera algo de mí también. Como que tengo un parche de repuesto para ocasiones especiales, por ejemplo.