Notas bajo el cerezo | Suosaku [omegaverse Bl] Fanfic

Capitulo Ocho

Al llegar a casa después de una larga jornada en la escuela que incluyó tres exámenes sorpresa y el intento de Nirei de formar un club de admiradores de mi personalidad (lo disolví antes de que tuviera estatutos), me dirigí directamente a mi habitación sin decirle ni una palabra a mi madre. La rutina se había vuelto automática: entrar, dejar la mochila como si contuviera explosivos y desaparecer entre mis pensamientos como un fantasma dramático.

—¡Sakura! —exclamó mi padre con esa voz que solo usa cuando viene seguido de malas noticias.

Me detuve en seco, como un ciervo frente a los faros de un coche que lleva una factura de matrimonio arreglado. Me di la vuelta, encontrándome con sus ojos. No esperaba verlo en casa; normalmente está fuera, ocupado en asuntos que parecen más importantes que nuestra propia familia, como reuniones de "negocios" que misteriosamente siempre coinciden con mis recitales escolares.

—Siéntate —dijo con un tono serio que hacía que el aire se volviera pesado—. Tu madre y yo queremos hablar contigo sobre algo muy importante.

Mi madre se acomodó a su lado, su expresión más seria de lo habitual, lo que significaba que esto iba en serio. No era el tipo de seriedad de "olvidaste sacar la basura", sino la de "tu vida está a punto de cambiar para siempre y no te vamos a preguntar". Me acerqué, con la cautela de quien pisa un campo minado, y me senté frente a ellos.

—¿De qué se trata? —respondí, con la voz más seca de lo que pretendía, como si hubiera estado masticando galletas saladas.

—Se trata de la boda —respondió mi padre, demasiado rápido, como si las palabras le quemaran la lengua.

Arqueé una ceja, confundido. La boda era ese evento lejano que pendía sobre mi cabeza como una espada de Damocles con anillo de compromiso.

—¿Y qué hay con eso? —pregunté, aunque algo en mi estómago ya sabía la respuesta.

—Hemos estado hablando tu madre y yo con Umemiya —continuó, ajustándose la corbata como si eso le diera autoridad—, y hemos decidido adelantar la boda. Será en una semana.

Me quedé paralizado. La incredulidad se mezcló con la frustración en una cóctel emocional bastante desagradable. Una semana. Siete días. 168 horas. El tiempo suficiente para planear una fiesta de pijamas, no una boda con un mafioso que probablemente tiene el número de un fabricante de cemento en su agenda.

—¡Imposible, padre! —exclamé, levantándome sin querer—. No puede ser tan pronto. Habíamos acordado que nos casaríamos después de que terminara la prepa. ¡Todavía tengo que elegir mi especialización universitaria! ¡Y aprender a cocinar algo más que cereal!

—Lo sé, pero hemos cambiado de opinión. Umemiya no puede esperar tanto tiempo, no por dos años. Dice que sus... negocios... requieren que estés a su lado cuanto antes.

—¿Y eso a mí qué me importa? —protesté, con el corazón latiendo con la fuerza de una banda de metal—. Les respetaré lo que acordamos hace meses, pero no quiero este compromiso, y mucho menos con él. ¿Es que nunca toman en cuenta mi opinión? ¿Soy solo un peón en su juego de ajedrez social?

Mi padre respiró hondo antes de responder, como si estuviera conteniendo la tentación de enrollar un periódico y darme con él.

—Sabes perfectamente que no podemos hacer nada. Además, él es un hombre muy importante. No podemos rechazarlo así como así. ¿Qué pensarán los vecinos de nosotros si lo conocen? ¿Y si deja de enviarnos esas canastas de frutas exóticas cada Navidad?

—No me importa lo que piensen —dije levantándome del sofá con dignidad—. No me voy a casar tan pronto, y menos con él. Prefiero unirme a un circo como malabarista de cuchillos. Al menos ahí tendría control sobre mi destino.

Me dirigí a mi habitación, cerrando la puerta tras de mí con un golpe que hizo temblar los marcos de las fotos familiares. Mi madre suspiró y me llamó, pero yo no respondí. Me dejé caer sobre la cama como un saco de patatas deprimidas, intentando calmar la mente que no dejaba de dar vueltas como una lavadora desbocada.

Si me caso con él, mi vida cambiará radicalmente. En lugar de preocuparme por exámenes y tareas, tendré que preocuparme por no ofender a algún jefe mafioso durante la cena. Y, sinceramente, algo en su forma de decir que me ama no me convence. Sé que hay algo más, algo que huele a negocios turbios y alianzas convenientes, no a sentimientos genuinos.

Me detuve junto a la ventana, mirando la luna brillante que parecía burlarse de mi dilema terrestre. Justo en ese momento, como si el timing cósmico decidiera intervenir, sonó mi teléfono. Era un mensaje de Suo. El universo claramente tenía un sentido del humor retorcido.

SUO
"Hola Sakura! Quería saber si mañana tienes tiempo libre. Te invito a salir a un café. ¿Qué dices? Nos vemos en la cafetería de la vuelta a la esquina."

Me quedé en blanco. ¿En serio me estaba invitando a salir? No era exactamente una cita, pero aún así me parecía extraño. ¿Acaso había detectado mi desesperación existencial a distancia?

Dejé el celular sobre la cama y me desplomé de nuevo, con las manos sobre la cabeza como en esas caricaturas dramáticas. ¿Qué hago ahora? ¿Acepto? ¿Le digo que estoy a punto de ser vendido en matrimonio como si fuera una reliquia familiar?

Mi mente giraba sin parar hasta que, de repente, se me ocurrió un plan, aunque sabía que era tan arriesgado como intentar domar un tigre con una pluma. Agarré de nuevo el teléfono, mis dedos temblorosos, y escribí:

SAKURA
"Hola, disculpa si te mando mensaje a esta hora. Claro, nos vemos en esa cafetería."

Apagué el teléfono y lo dejé sobre la mesita de noche, lista para poner en marcha mi plan de falso noviazgo. ¿Qué podría salir mal?

---

Al día siguiente, mientras me ponía los zapatos con la torpeza de quien ha tomado una decisión cuestionable, mi madre me miró confundida:

—¿A dónde vas tan temprano? Es sábado.

—Con un amigo, no tardaré mucho —respondí con una naturalidad que esperaba fuera convincente—. Vamos a... estudiar. Sí, estudiar.




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