Notas bajo el cerezo | Suosaku [omegaverse Bl] Fanfic

Capitulo Once

El sonido del reloj era lo único que rompía el silencio de mi habitación, un tictac constante que marcaba el paso del tiempo con una precisión cruel. Cada segundero que avanzaba me recordaba que la vida seguía, aunque la mía parecía haberse detenido en seco.

Habían pasado tres días desde aquella tarde, desde que Tsubaki me dijo esas palabras que aún repiqueteaban en mi cabeza como una maldición que no cesaba, un eco venenoso que envenenaba cada pensamiento silencioso.

“Ellos dos andan en una relación.”

Cada vez que recordaba esa frase, sentía que el aire se me iba de los pulmones, como si un puño invisible me apretara el pecho. Mi mente, traicionera, recreaba el momento una y otra vez: la expresión compasiva de Tsubaki, la luz dorada del pasillo, la certeza devastadora en sus ojos.

Había intentado convencerme de que no me importaba, de que Suo nunca significó nada más que un compañero de clases, de que todo era un simple acuerdo entre dos estudiantes para mantener una farsa frente a los demás. Pero entre más lo pensaba, más se derrumbaban esas excusas frágiles como castillos de arena ante la marea. Porque si realmente no me importaba, ¿por qué cada recuerdo de su sonrisa me quemaba por dentro? ¿Por qué el eco de su risa resonaba en mis sueños como un fantasma persistente?

A veces me descubría viendo el teléfono, esa pantalla negra e inexpresiva, esperando con una esperanza patética algún mensaje, una excusa, cualquier cosa que rompiera este silencio insoportable. Pero nada llegaba.
Ni una llamada, ni un “¿estás bien?”, ni un simple “oye, ¿por qué me evitas?”.
Nada. Solo el vacío digital que reflejaba perfectamente el vacío en mi pecho.

Me recosté en la cama mirando el techo, donde las sombras de la tarde comenzaban a danzar. La luz que entraba por la ventana se teñía de un gris pálido, el color de la resignación, reflejando perfectamente el desolado paisaje interior que habitaba en mí. Pensaba en su sonrisa, en esa curva burlona que tanto me exasperaba y que ahora anhelaba con una desesperación que me avergonzaba. En su risa tonta, que era como música en un mundo que de repente se había vuelto mudo. En cómo me hacía enojar a propósito solo para verme reaccionar, como si mis emociones fueran un juguete fascinante para él. Pensaba en el modo en que su brazo se sentía sobre mis hombros, un peso cálido y protector que había aprendido a extrañar. En cómo su voz se volvía más baja, más íntima, cuando hablábamos a solas, como si compartiera secretos que solo a mí me estaban destinados.

Y ahora, todo eso parecía un mal chiste, una farsa cruel. Un chiste del que yo era el único que no entendía la broma, el espectador que se rió sin comprender que la burla era para él.

Cerré los ojos, apretando con fuerza las sábanas entre mis dedos, como si pudieran anclarme a una realidad que se desvanecía.

—Idiota... —susurré para mis adentros, aunque no estaba seguro de a quién me dirigía el insulto: si a él, por haberme hecho creer que podría ser algo más, o a mí, por haberlo creído.

---

Los días siguientes fueron una sucesión gris de silencio y rutina automática. En la escuela, me limitaba a escuchar las clases sin realmente estar ahí, como un espectro que recorría los pasillos sin dejar huella. Evitaba miradas, evitaba pasillos que sabía que él frecuentaba, evitaba todo lo que pudiera recordarme su existencia. Especialmente a él.

La primera vez que lo vi después de lo ocurrido fue un martes lluvioso. Estaba al final del pasillo, bajo la luz tenue de un ventanal, riendo junto a Nirei. Mi corazón latió tan fuerte y desordenado que pensé que se me saldría del pecho. Un calor repentino me subió al rostro, seguido de un frío glacial que me recorrió la espalda. Quise voltear, salir corriendo, fingir que no lo había visto. Y eso hice, con la cobardía de quien huye de un incendio que él mismo avivó.

Apreté los libros contra mi pecho, como un escudo frágil, y pasé frente a ellos sin mirarlos, con un paso firme que contradice el temblor de mis manos y una expresión vacía que escondía un torbellino.

Escuché su voz a la distancia, suave, confusa, como un eco de un tiempo pasado.

—¿Sakura?

Pero no me detuve. Mis pasos se aceleraron, llevándome lejos de allí, lejos de su mirada, lejos de la verdad que no quería enfrentar.

Desde entonces, cada día fue una repetición de esa misma huida. Él intentaba acercarse, con una persistencia que me partía el alma. A veces me saludaba con un “hey” tentativo, otras fingía casualidad al cruzarse conmigo en el pasillo, sus ojos buscando los míos con una pregunta silenciosa que yo me negaba a responder. Pero yo siempre encontraba una excusa para apartarme, para desaparecer entre la multitud de estudiantes como un pez que se escabulle entre las algas.

No podía hablarle. No podía verlo sin que mi pecho se oprimiera con un dolor sordo y persistente, sin que cada respiración se me hiciera un nudo en la garganta.

Nirei, por su parte, parecía navegar en un mar de ignorancia voluntaria. Me saludaba como siempre, con su sonrisa amplia y despreocupada, ignorando el peso invisible que nos separaba, la grieta que se había abierto entre nosotros. Y yo fingía, esbozaba una sonrisa pálida de vuelta, aunque por dentro sentía que todo, absolutamente todo, estaba al borde de romperse en mil pedazos irreparables.

El jueves, justo al salir de clases, con el sol bañando el patio en tonos dorados que parecían burlarse de mi penumbra interior, lo encontré en la entrada principal. No fue un encuentro casual. Estaba recargado en la pared, bajo la enredadera que comenzaba a florecer, esperándome con una paciencia que me resultó insoportable. Mi cuerpo se tensó apenas lo vi, todos mis músculos preparados para la huida. No tenía fuerzas para esto, no quería tener esta conversación, no quería ver el dolor que sabía que encontraría en sus ojos.

Di media vuelta, decidido a tomar la ruta larga, pero su voz me alcanzó, atravesando la distancia entre nosotros como un dardo.




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