"La música es justo el empujoncito que necesitamos para sentirnos mejor."
Por fin era viernes, mi día favorito de la semana, ese faro de luz al final del túnel de deberes y desvelos. Pero esta vez la semana se me había hecho eterna, como si los días se arrastraran uno detrás del otro con la lentitud de un caracol con resaca. Y para colmo de males, la próxima semana sería la graduación de los de tercer año, un evento que prometía ser tan incómodo como ver a tus padres bailar en una boda.
—Disculpa… sé que te debo una explicación sobre todo esto, Sakura —dijo de pronto Nirei, rompiendo el silencio que habíamos compartido durante el receso, con la solemnidad de quien va a confesar un crimen capital.
Eso sí que no me lo esperaba de él. Pensé que su especialidad era hablar de videojuegos y comida, no de dramas sentimentales.
—Claro que me debes una explicación —lo miré entrecerrando los ojos como un detective de serie barata—. No me dijiste nada sobre que Suo y tú ya eran novios. ¿Acaso creíste que no me daría cuenta? Tengo ojos, no adornos faciales.
—Ay, sí, lo sé… es que tenía miedo —admitió, jugando nerviosamente con el cierre de su mochila.
Fruncí el ceño, genuinamente confundido. ¿Miedo de mí? Soy más inofensivo que un gatito de peluche.
—¿Miedo de qué? ¿De que usara mis poderes omega para hechizarte? No soy una bruja de cuento, Nirei.
—De que te enojaras —confesó, mirándome con esos ojos de cachorro culpable—. Él me había dicho que tú y él no salían, pero por alguna razón no me quedé tranquilo. Tuve que confirmarlo por mí mismo —se rió suavemente, una risa nerviosa que sonó más a "ayúdenme" que a "ja ja".
Solté una risa tenue, un sonido que salió de mi garganta como un suspiro con pretensiones. Aunque por dentro, algo seguía roto, como un jarrón antiguo que alguien intentó pegar con cinta adhesiva. Tenía que superarlo… no podía aferrarme a algo que ya no existía, como esas promociones de "última oportunidad" que siempre regresan.
—Tranquilo —dije, intentando sonar más seguro de lo que me sentía—. Jamás me enojaría por eso. Lo que sí me molestó fue que no confiaras en mí para decírmelo. ¿Somos amigos, no? Se supone que los amigos se cuentan estas cosas, junto con la contraseña del Wi-Fi.
Asintió con entusiasmo, como si le hubieran ofrecido un pastel gratis.
—Claro que sí, amigo mío. Y lo siento otra vez. Prometo que la próxima vez que tenga un novio secreto te lo cuento de inmediato.
—No te lamentes. Solo… no me ocultes nada, ¿sí? —aclaré, sin querer hacerlo sentir mal, aunque por dentro pensaba "en serio, ¿un novio secreto? ¿En qué novela vivimos?".
—Está bien. Bueno, cambiando de tema… ¿vas a ir el viernes a la graduación de los de tercero, verdad? —preguntó, con esa sonrisa que siempre usaba cuando quería algo.
—Pues sí. Ya me convenciste durante toda la semana —suspiré—. Me lo recordaste en el desayuno, en el almuerzo, y hasta en mis sueños apareciste con un cartel que decía "VE A LA GRADUACIÓN".
Asintió con una sonrisa burlona que no ocultaba su satisfacción.
—Perfecto. El viernes paso por ti a las… —miró la hora en su reloj con la concentración de un cirujano—, dos.
—¿De la mañana? —bromeé—. ¿Quieres que lleguemos tan temprano que ayudemos a montar las sillas?
—De la tarde, menso —replicó, rodándome los ojos—. Aunque con tu suerte, probablemente nos tocará montar sillas de todos modos.
—¿Y por qué de la tarde? Según yo, siempre lo hacen en la mañana —crucé los brazos, adoptando mi pose de escéptico profesional—. ¿Acaso el director quiere que veamos la graduación bajo la luz romántica del atardecer?
—Ni idea. Así lo decidió el director. Raro, ¿no? —encogió los hombros—. Quizás quiere que coincida con la hora de su siesta.
Asentí, ladeando la cabeza como un pájaro curioso, y justo en ese momento noté de reojo una figura negra acercándose al salón. Una silueta tan familiar como irritante. La sonrisa se me borró del rostro al instante, como si alguien hubiera apretado un interruptor. Desvié la mirada hacia la pared, que de repente me pareció fascinante. Nirei lo notó —porque Nirei lo nota todo, menos las señales de tráfico— y sonrió ampliamente.
—Suo, al fin llegas —se levantó para recibirlo con el entusiasmo de un golden retriever viendo a su dueño.
Suo sonrió con esa tranquilidad que siempre tenía, como si el mundo entero fuera un mal chiste que solo él entendía.
—Perdón, estaba haciendo algunas cosas sin importancia —su voz era suave, sedosa, y su mirada se deslizó hacia mí como un imán buscando metal.
Me limité a ignorarlo, concentrándome en un grafiti particularmente interesante en mi cuaderno que decía "el amor es como una pizza: cuando es bueno, es bueno, y cuando es malo, sigue siendo pizza". Profundo.
—Siempre estás ocupado, ¿qué andas haciendo? —preguntó Nirei, curioso como un gato en una caja de cartón.
Pero antes de que pudiera responder, la chicharra sonó con su estridente grito, salvándome de tener que escuchar más conversaciones que me partían el alma. Suo se encogió de hombros con una elegancia irritante.
—No es nada, tranquilo —le revolvió el cabello a Nirei como si fuera un cachorro, un gesto que antes me habría parecido tierno y ahora me resultaba como ver un reality show de relaciones tóxicas.
—Mmm… bueno —Nirei suspiró resignado, como si aceptara que nunca conocería los grandes misterios de la vida, como por qué Suo siempre llevaba ese parche o por qué la comida de la cafetería sabía a derrota.
A mi suerte, la chicharra volvió a sonar anunciando el fin del receso, como un ángel liberador. Me levanté para recoger mis cosas con la dignidad de un fénix, pero por alguna maldita razón cósmica, la regla metálica que llevaba en la mesa se me cayó al piso, resonando en todo el salón con el estruendo de mil platillos cayendo.
Genial. Perfecto. Justo lo que necesitaba para mi escena de salida dramática.