La confrontación en el centro comercial actuó como un catalizador. Algo se había quebrado entre Umemiya y yo, pero algo más se había solidificado entre Suo y yo. Ya no éramos dos fantasmas danzando alrededor de un pasado doloroso. Éramos dos personas que habían enfrentado juntos una amenaza externa y habían salido, si no ilesos, al menos más unidos.
Unos días después, recibí un mensaje de Suo. No era sobre una película o un café.
Suo:
Hay una exposición de arte de bandas sonoras de videojuegos en el museo de la ciudad. Pensé que podría interesarte. No hay presión.
Lo ley y una sensación de calma se extendió por mí. No era una cita disfrazada. Era algo que genuinamente sabía que me gustaría. Era un gesto de alguien que me conocía, que recordaba los pequeños detalles.
Yo:
¿Qué día?
Suo:
Está hasta el domingo. Podríamos ir el sábado por la mañana, cuando hay menos gente.
Yo:
De acuerdo.
Suo:
¿Quieres que pase a buscarte?
La pregunta era simple, pero cargada de significado. Recogerme significaba un nivel de intimidad, de normalidad, que no habíamos tenido en meses.
Yo:
Puedo encontrarte allí.
Suo:
Claro. A las 10 en la entrada.
El sábado por la mañana me vestí con cuidado, eligiendo una ropa que me hiciera sentir cómodo y seguro. Al salir de mi casa, noté que mis palmas estaban sudorosas. No era ansiedad, sino anticipación.
Cuando llegué al museo, él ya estaba allí, esperando junto a la fuente de la entrada. Al verme, una sonrisa pequeña pero genuina apareció en su rostro.
—Llegaste —dijo, como si aún existiera una pequeña parte de él que no lo creía posible.
—Prometí que lo haría —respondí.
Pagamos nuestras entradas y entramos en la sala de exposiciones. El lugar estaba en penumbra, iluminado solo por las pantallas que mostraban arte conceptual y las vitrinas con partituras originales. El sonido ambiente era un collage de melodías de videojuegos famosos.
Durante la primera media hora, apenas hablamos. Caminábamos juntos, deteniéndonos ante las piezas que nos interesaban. Él señalaba una ilustración de un jefe final que reconocía de un juego que sabía que me gustaba.
—Recuerdo que te tomó una semana pasarlo —comentó en voz baja.
—Trece días —corregí—. El patrón de ataque en la tercera fase era imposible.
—Te quedabas despierto hasta tarde, con los auriculares puestos, completamente concentrado —dijo, y había un dejo de nostalgia en su voz—. Era impresionante de ver.
Sus palabras no eran un cumplido vacío. Era un recuerdo compartido, un fragmento de nuestro pasado que no estaba manchado por la mentira.
Nos detuvimos frente a una partitura original de un RPG clásico. La música, solemne y épica, llenaba el espacio a nuestro alrededor.
—Sakura —dijo Suo, su voz apenas un suspiro sobre la melodía—. Sé que dijiste que no prometes nada. Y lo entiendo. Pero yo… yo necesito decir algo.
Me volví para mirarlo. Su perfil estaba iluminado por la luz azulada de una pantalla cercana.
—Todo esto —hizo un gesto vago hacia la exposición—, los cafés, los mensajes… no es una estrategia. No es un juego. Cada paso que doy es porque… porque no puedo imaginar mi vida sin ti en ella. No como amigos, no como algo falso. De verdad. Y estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario. A reconstruir lo que destrocé, ladrillo por ladrillo, aunque me lleve toda la vida.
Sus palabras no eran una declaración dramática. Eran una confesión tranquila, serena. Una promesa.
—No sé cómo ser lo que necesitas —admití, mirando mis manos—. Después de todo lo que pasó… a veces siento que ya no sé quién soy en todo esto.
—No necesitas ser nada —respondió él, su voz firme—. Solo necesitas ser tú. Eso siempre fue más que suficiente para mí.
La música épica swelleció a nuestro alrededor, envolviéndonos en su narrativa de batallas y redenciones. Y en ese momento, rodeado de los ecos de mundos ficticios, mi propio mundo real pareció encajar en su lugar.
No dije "yo también te quiero". No era el momento. En cambio, extendí mi mano, un movimiento tímido, y dejé que mis dedos rozaran los suyos.
Fue un contacto breve, eléctrico. Un primer paso tangible sobre el puente que separaba nuestro pasado de nuestro futuro.
Él contuvo el aire, sus ojos se encontraron con los míos. Luego, con una lentitud que daba tiempo a que cualquiera de los dos se echara atrás, entrelazó sus dedos con los míos.
Su mano era cálida. Sólida. Ya no era la mano de un estratega o de un mentiroso. Era la mano de alguien que había elegido quedarse y enfrentar las consecuencias. La mano de alguien que veía mis grietas y no quería arreglarlas, sino sostenerlas.
No hablamos más de eso. Seguimos caminando por la exposición, mano a mano, mientras las bandas sonoras de héroes y aventuras nos acompañaban. No era un final feliz. Era un comienzo tranquilo. El comienzo de algo nuevo, algo real, construido no sobre la perfección, sino sobre la verdad, la paciencia y la elección consciente de seguir adelante, juntos.
Al salir del museo, la luz del sol nos cegó. Él no soltó mi mano de inmediato. Y yo no se la quité.
—¿Quieres almorzar algo? —preguntó, su voz serena.
—Sí —asentí.
Y esta vez, no hubo un "tal vez" en mi respuesta. Solo un "sí", simple y claro, como el nuevo camino que acabábamos de empezar a caminar.
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El "sí" al almuerzo se convirtió en una tarde entera juntos. No fue nada extraordinario. Comimos en un pequeño restaurante de fideos cerca del museo, hablamos de la exposición, de videojuegos, de cualquier cosa excepto de nosotros mismos. Pero cada palabra, cada risa contenida, cada mirada fugaz que se prolongaba un segundo de más, estaba cargada de un nuevo significado.