Notas bajo el cerezo | Suosaku [omegaverse Bl] Fanfic

Capitulo Veinte

El tiempo, que una vez se había arrastrado como una losa pesada, ahora fluía con una suavidad serena. Las semanas se convirtieron en el telón de fondo de una vida que había recuperado sus colores, más vibrantes y profundos que antes.

Una tarde de sábado, me encontré no en mi habitación, sino en el apartamento de Suo. Era pequeño, ordenado, con estantes llenos de libros y un pequeño equipo de música que era su orgullo. El olor a café recién hecho y a papel viejo llenaba el aire.

—¿Qué tal este? —preguntó, colocando cuidadosamente un disco de vinilo en el tocadiscos.

La aguja encontró su surco y una sinfonía de cuerdas suaves llenó la habitación. No era música que yo conociera, pero era perfecta. Nos sentamos en su sofá, mis piernas estiradas sobre sus muslos, su brazo alrededor de mis hombros. Mi cabeza encontraba su lugar habitual en el hueco de su hombro.

—Es Brahms —dijo en voz baja, su alborozando mi cabello—. Siempre me recordó a la calma después de una tormenta.

No respondí. Solo cerré los ojos, dejando que las notas me envolvieran. Podía sentir la vibración de la música a través de su cuerpo, un bajo continuo y tranquilizador. Este era otro nuevo ritual. Los sábados en su apartamento, explorando su colección de música, perdiendo la noción del tiempo.

El timbre de la puerta nos sobresaltó. Suo frunció el ceño, pero se levantó para abrir.

—¡SORPRESA! —La voz de Nirei irrumpió en la sinfonía—. Traje comida china y... ¡oh! ¡Hola, Sakura!

Nirei estaba en la puerta, con bolsas de comida en cada mano y una sonrisa de oreja a oreja. Detrás de él, Tsubaki asomó la cabeza con una sonrisa tímida.

—Espero que no les importe —dijo Tsubaki—. Nirei insistió en que era el momento de una "reunión oficial del grupo".

Suo me miró, una pregunta en sus ojos. Antes, la intrusión inesperada, especialmente de Tsubaki, quien había sido un recordatorio incómodo de todo el asunto de Umemiya, me habría hecho retroceder. Pero hoy, solo me encogí de hombros y ajusté mi posición en el sofá.

—Hay suficiente comida para todos —dije.

La sonrisa que iluminó el rostro de Suo valió cualquier incomodidad residual. Dejó entrar a los demás y pronto el pequeño apartamento se llenó del aroma a frituras y de la voz animada de Nirei contando alguna historia sobre su clase.

Nos apiñamos alrededor de la pequeña mesa de centro. Nirei y Tsubaki en el suelo, Suo y yo en el sofá. No era elegante. No era perfecto. Nirei derramó salsa de soja en la alfombra, Tsubaki se puso nervioso y habló demasiado sobre el clima, y Suo y nuestros pies se enredaron bajo la mesa.

Pero era real. Era ruidoso y desordenado y vivo.

—¿Recuerdan —dijo Nirei con la boca llena de tallarín—, aquella vez en la graduación cuando Umemiya...? —Se detuvo, dándose cuenta de su error, sus ojos se abrieron de par en par—. Oh. Oops. Lo siento, no debí...

—Está bien, Nirei —dijo Suo con calma, sirviéndome más té—. Es parte de nuestra historia. No tenemos que fingir que no sucedió.

—Sí —añadí, tomando el vaso que me ofrecía—. Sucedió. Y ahora esto también está sucediendo.

Nirei nos miró, a Suo y a mí, su expresión suavizándose de la alarma a una comprensión conmovedora.

—Tienen razón —dijo, con un asentimiento—. Esto es mucho mejor.

Después de que se fueran, dejando un desastre de contenedores de comida y risas eco, Suo y yo nos quedamos para limpiar. Él lavaba los platos, yo los secaba. La sinfonía había terminado, reemplazada por el sonido doméstico del agua corriendo.

—¿Estás bien? —preguntó Suo, pasándome un plato—. Con lo de Nirei mencionando a Umemiya, quiero decir.

—Sí —respondí, colocando el plato en el estante—. Ya no duele. Es solo... un recuerdo. Como una cicatriz. Ya no duele al tocarla.

Él asintió, satisfecho.

—A mí tampoco.

Al terminar, nos quedamos de pie en su pequeña cocina, mirándonos. El aire estaba quieto, lleno del silencio cómodo que ahora era nuestro lenguaje más íntimo.

—¿Sabes? —dijo él, secándose las manos en un trapo—. Cuando todo se vino abajo, en el parque... pensé que te había perdido para siempre. Pensé que había arruinado la única cosa buena y real que me había pasado.

Yo me acerqué a él, cerrándole la distancia. Puse mis manos en su pecho, sintiendo el latido constante y familiar debajo de la tela.

—No me perdiste —susurré—. Solo me extraviaste por un tiempo.

Sus brazos me rodearon, atrayéndome hacia un abrazo que me hizo sentir como si volviera a casa. Como el acorde final de una pieza musical larga y compleja.

Afuera, la ciudad se preparaba para la noche. Las luces se encendían una por una, como notas en un pentagrama. Pero aquí, dentro, en el silencio compartido de su cocina, no había necesidad de más música. La sinfonía estaba en nosotros. En el ritmo de nuestra respiración, en el latido de nuestros corazones, en el espacio tranquilo y perfecto entre nuestros cuerpos.

Era la sinfonía del ahora. Del después. De un amor que había sido probado por el fuego y había emergió no solo intacto, sino forjado en algo más fuerte, más precioso, más eterno. Y mientras permanecía allí, envuelto en sus brazos, supe que esta era la única melodía que jamás necesitaría.

---

Con el paso de los meses, la novedad de la paz se transformó en su propia rutina. Una rutina dorada. Las clases en la preparatoria comenzaron para Suo, llenando sus días de horarios y lecturas. Yo, por mi parte, encontré un trabajo a medio tiempo por la tarde en una tienda de música, un lugar donde podía sumergirme en auriculares de alta gama y conversaciones técnicas que no requerían de subterfugios emocionales.

Por supuesto que también voy a clases por la mañana en una distinta preparatoria.

Una tarde, regresaba a casa del trabajo cuando una figura alta y pálida me cortó el paso. El corazón me dio un vuelco, pero no de miedo, sino de una fría y familiar resignación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.