Notas bajo el cerezo | Suosaku [omegaverse Bl] Fanfic

Capitulo Veintiuno

El invierno llegó, trayendo consigo un frío seco que hacía crujir las aceras y un silencio nevado que envolvía la ciudad. Para entonces, los ritmos de nuestra vida estaban tan entrelazados que era difícil recordar un tiempo en el que no fuera así.

Los martes y jueves, después de mi turno en la tienda de música, tomaba el tren hacia el campus universitario de Suo. Lo esperaba fuera de su edificio de clases, con una taza de café caliente para él y té para mí. A veces llegaba con los ojos brillantes por alguna teoría que había discutido en clase, otras veces, cansado y con el ceño fruncido por un examen complicado. No importaba. Estar allí, ser el punto de calma en su día ajetreado, se sentía tan natural como respirar.

Una de esas tardes, mientras caminábamos de regreso a su apartamento bajo un cielo gris plomizo, se detuvo de repente frente a una tienda de instrumentos musicales.

—Entra conmigo —dijo, con un brillo travieso en los ojos.

—¿Por qué?

—Solo entra.

Dentro, el aire olía a madera pulida y metal. Guitarras colgaban de las paredes como obras de arte, y teclados relucientes esperaban ser tocados. Suo se dirigió directamente al vendedor.

—Hola. Vengo a recoger la reserva. A nombre de Suo.

El vendedor asintió y desapareció en la trastienda, regresando con una caja larga y plana. Suo la abrió con cuidado. Dentro, sobre un terciopelo negro, descansaba un controlador MIDI elegante y minimalista, exactamente el modelo en el que había estado mirando en línea durante semanas, pero que nunca me atreví a comprar.

—¿Qué es esto? —pregunté, con la voz entrecortada.

—Es para ti —dijo él, sencillamente—. Lo he estado ahorrando desde... bueno, desde que conseguí el trabajo en la biblioteca del campus. Pensé que podría ayudarte con tu música.

Lo miré, luego miré el controlador, luego lo miré a él de nuevo. No era el regalo en sí, aunque era generoso y perfecto. Era el hecho de que lo había planeado. Que había notado mi interés silencioso, había recordado, había trabajado y ahorrado en secreto para darme algo que alimentaría mi pasión.

—No tenías que hacer esto —logré decir.

—Lo sé —respondió—. Pero quería. Es... un compás nuevo. Para la siguiente canción.

Tomé la caja con manos temblorosas. No había lágrimas, ni grandes declaraciones. Solo una gratitud tan profunda que llenaba cada rincón de mi ser.

—Gracias —susurré.

—De nada —sonrió, y tomó mi mano libre—. Ahora, ¿vamos a casa a que lo pruebes?

Asiento ligero correspondiendo a su tacto de su mano.

Esa noche, en su apartamento, conecté el controlador a mi laptop. Las primeras notas que presioné sonaron limpias y precisas. Suo se sentó en el sofá, simplemente observando, con esa expresión de admiración tranquila que nunca dejaba de conmoverme.

—Suena bien —dijo, cuando hice una pausa.

—Suena real —corregí, y no solo hablaba del sonido del instrumento.

Mientras trabajaba en una nueva melodía, él volvió a sus apuntes. El sonido de mis teclas digitales se mezclaba con el susurro de sus páginas al pasar. Dos personas, dos pasiones, coexistiendo en un espacio compartido, no compitiendo, sino complementándose. Era la constancia. La seguridad de saber que, sin importar lo que hiciera o a dónde me llevara mi música, él estaría allí, en el sofá, siendo mi primer y más sincero oyente.

Más tarde, Nirei apareció, como solía hacerlo, con pizza y una energía que desafiaba el frío invernal. Al ver el controlador, soltó un grito ahogado.

—¡¿DE DÓNDE SACASTE ESO?! ¡Es el modelo nuevo! ¡Suo, tú romántico sinvergüenza!

Suo se encogió de hombros, sonrojándose ligeramente.

—Era perfecto para él.

Nirei nos miró a los dos, a mí junto a mi nuevo instrumento, a Suo en el sofá, y su sonrisa se suavizó en una expresión de pura y genuina felicidad.

—Se merecen esto —dijo, con una rareza solemne—. Después de todo, se merecen toda la felicidad del mundo.

Mientras comíamos pizza y Nirei intentaba, sin éxito, descifrar cómo funcionaba el controlador, miré a mi alrededor. La habitación estaba llena de calor y vida. De amistad restaurada. De un amor que había sido probado y había prevalecido. Del compás constante y seguro de una vida que, contra todo pronóstico, había encontrado su ritmo perfecto.

Y en el centro de todo ello, la mirada de Suo se encontró con la mía, un acuerdo silencioso que atravesaba el bullicio. Un recordatorio de que los compases más importantes no eran los de la música que creaba, sino los de la vida que habíamos elegido construir juntos, nota a nota, día a día, para siempre.

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