La paz invernal fue interrumpida por lo que Nirei denominó solemnemente "La Gran Crisis de la Sopa de Miso". Todo comenzó un domingo perezoso. Suo, en un arrebato de confianza culinaria inspirado por un programa de televisión, declaró que iba a preparar la sopa de miso "más auténtica y deliciosa" que había probado jamás.
—¿No solía ser tu especialidad los fideos instantáneos? —pregunté, sin levantar la vista del libro que estaba leyendo en el sofá.
—Eso era el yo del pasado —declaró, atándose un delantal ridículamente pequeño que tenía estampado un gatito—. El yo de ahora es un gourmet.
Nirei, que había llegado con provisiones de snacks (por si acaso), frotó sus manos con entusiasmo.
—¡Finalmente! ¡Algo que no quema el techo de mi boca!
Una hora después, un olor sospechoso comenzó a emanar de la cocina. No era el aroma salado y reconfortante del miso. Era... acre. Como algas chamuscadas y desesperación.
Me acerqué a la entrada de la cocina con cautela. Suo estaba frente a la olla, con el ceño fruncido en una expresión de intensa concentración, agitando el contenido con una cuchara de madera como si estuviera realizando un exorcismo.
—¿Todo bien? —pregunté.
—¡Perfectamente! —respondió, con una voz un poco demasiado aguda—. Solo está... desarrollando su sabor. Un sabor complejo.
Nirei se asomó por encima de mi hombro y olió el aire.
—Huele a que "complejo" significa "a accidente industrial".
Suo le lanzó una mirada asesina.
—Si no te gusta, siempre puedes ir a comprar ramen.
—¡Y perderme este espectáculo? ¡Ni loco! —Nirei sacó su teléfono—. Esto es material para las redes sociales. "#IntentandoNoQuemarElBarrio".
Suo intentó quitarle el teléfono, y por un momento, los dos forcejearon como niños, con el delantal del gatito ondeando tragicómicamente.
—¡Basta! —dije, con mi voz más plana, la que solía usar para calmar peleas en la tienda de música.
Se separaron de inmediato. Suo, sonrojado, regresó a su olla humeante. Nirei, con una sonrisa de suficiencia, se recostó contra la pared.
—Creo que el problema —anunció Nirei con la autoridad de alguien cuyo repertorio culinario se limitaba a microwaving—, es que no le pusiste suficiente dashi.
—¡Claro que le puse dashi! —refunfuñó Suo.
—¿El polvito que venía en el sobre? ¡Eso es para principiantes! ¡Tienes que hacerlo desde cero, con algas y copos de bonito!
—¡Oh, ¿y tú lo has hecho alguna vez?!
—¡He visto todos los episodios de 'Iron Chef'! ¡Eso cuenta como experiencia!
Mientras discutían, me deslicé silenciosamente hacia la olla y eché un vistazo. El líquido tenía un color marrón turbio y había grumos sospechosos flotando en la superficie. Probé una minúscula cantidad con la punta de la cuchara. El sabor fue... una violación a mis papilas gustativas. Salado, amargo y con un inquietante regusto a goma quemada.
—Suo —dije con suavidad.
—¿Sí, cariño? —respondió, sin apartar los ojos de su batalla de miradas con Nirei.
—Tu sopa sabe a pie.
El silencio fue absoluto. Nirei soltó una risa ahogada que se convirtió en un ataque de tos incontrolable. Suo me miró, con el rostro plagado de un horror genuino.
—¿A... a pie?
—A pie mojado y quemado —especifiqué, con toda la honestidad que el momento requería.
Su hombros se hundieron. La cuchara de madera cayó en la olla con un sonido sordo y deprimente. Parecía un gatito triste y derrotado, un efecto acentuado por el delantal.
—Lo siento —murmuró—. Quería hacer algo especial.
En ese momento, Nirei, quizás sintiendo un poco de pena, o quizás solo porque tenía hambre, decidió intervenir.
—¡Basta de tristeza! —anunció, arremangándose—. ¡Es hora de que los profesionales tomen el mando! ¡Dame esa olla!
—¿Tú? —preguntó Suo, con escepticismo.
—¡Sí, yo! He estado observando. Sé lo que hiciste mal. —Empujó a Suo a un lado y agarró la olla—. ¡Primero, deshagámonos de esta... sustancia!
Y antes de que alguno de nosotros pudiera reaccionar, Nirei volcó valientemente el contenido de la olla en el fregadero. El líquido marrón y grumoso salió con un sonrido glugluglu de derrota.
—¡Ahora! —dijo Nirei, colocando la olla limpia sobre la estufa—. ¡Sakura, busca el miso en la nevera! ¡Suo, consigue el dashi de verdad! ¡Y alguien corte el tofu! ¡RÁPIDO, COMO SI NUESTRAS VIDAS DEPENDIERAN DE ELLO!
Por pura sorpresa, obedecemos. Los siguientes veinte minutos fueron un caos organizado. Nirei gritaba órdenes contradictorias ("¡Más tofu! ¡No, menos tofu! ¡Espera, eso es demasiado poco!"), Suo corría de un lado a otro buscando ingredientes ("¿Dónde guardas la cebolleta, en el congelador? ¡¿QUIÉN GUARDA LA CEBOLLETA EN EL CONGELADOR?!"), y yo, con mis habilidades de cuchillo superiores (según Nirei), cortaba el tofu en cubos de tamaños notablemente desiguales.
Finalmente, una nueva olla de sopa de miso burbujeaba en la estufa. El olor, esta vez, era celestial.
Nirei sirvió tres tazones con el aire de un chef estrella michelin.
—¡Ahora a Probar!
Suo y yo intercambiamos una mirada de aprensión antes de probar. Estaba... buena. No era la mejor sopa de miso del mundo, pero era caliente, sabrosa y, lo más importante, no sabía a calzado.
—Está... bien —admitió Suo, con un suspiro de alivio.
—¡Está increíble! —corrigió Nirei—. ¡Le salvamos la cena! Somos un equipo.
—Tú volcaste la primera olla —señalé.
—¡Detalles! ¡Fue un sacrificio táctico!
Mientras lavábamos los platos (Suo lavaba, yo secaba y Nirei "supervisaba" comiendo las sobras de tofu), Suo se recostó contra mí.
—Lo siento por lo de la sopa —susurró.
—No importa —respondí, secando un plato—. Fue divertido.
Y lo fue. Había sido un desastre cómico, una pequeña tragedia culinaria que, en lugar de crear tensión, nos había unido en una misión absurda. Era la clase de tontería normal que las parejas normales hacían. Y a nosotros, que habíamos pasado tanto tiempo en la angustia y la seriedad, nos sentaba bien.