Notas bajo el cerezo | Suosaku [omegaverse Bl] Fanfic

Capitulo Veinticuatro

El despertador no sonó con estridente urgencia, sino con el suave zumbido del teléfono de Suo, programado para despertarnos con una lista de reproducción de canciones acústicas tranquilas. Los primeros rayos del sol de la mañana se filtraban por las persianas, pintando rayas doradas en las paredes de nuestro dormitorio.

Me estiré, sintiendo el espacio vacío a mi lado antes de escuchar los sonidos familiares provenientes de la cocina: el silbido de la hervidora, el clic de la taza contra la encimera, el suave tarareo de Suo. Unos minutos después, entró en la habitación con dos tazas. Me entregó la mía—té verde—y se sentó en el borde de la cama con su café.

—Buenos días —murmuró, su voz aún ronca por el sueño.

—Buenos días —respondí, saboreando el primer sorbo caliente.

Esta era nuestra nueva ceremonia matutina. No había grandes declaraciones, ni besos apasionados. Solo esto. La tranquilidad compartida de un nuevo día que comenzaba juntos.

Mientras me vestía para el trabajo, él preparaba el desayuno—tostadas con aguacate para él, avena para mí. Dejé mi cuaderno de partituras abierto en la mesa de la cocina, y él, mientras masticaba, señaló una línea de melodía con su cuchara.

—Esta progresión de acordes es interesante —comentó—. Suena… esperanzada.

—Es para un nuevo proyecto —dije—. Un documental sobre la reforestación.

Asintió, su mirada analítica escaneando las notas. —Se adapta.

Era un pequeño intercambio, uno que podría parecer mundano para cualquier otra persona. Pero para nosotros, era un milagro. Él, que antes solo podía acercarse a mis pasiones con una estrategia torpe, ahora las entendía, las apreciaba, formaba parte de ellas.

Al salir del apartamento, nos detuvimos en la puerta. Él me ajustó la bufanda, un gesto tan instintivo y cariñoso que me hizo sonreír.

—¿Vas a llegar tarde hoy? —pregunté.

—Probablemente. Revisión de proyecto —suspiró—. Pero te enviaré un mensaje.

—Hazlo.

Un beso rápido, un roce de labios que sabía a café y a hogar, y luego partimos en direcciones diferentes, nuestras rutinas individuales entrelazadas por el hilo invisible de nuestra vida compartida.

En el estudio, sumergido en el mundo de frecuencias y ondas de sonido, mi teléfono vibró. No era Suo, sino Nirei.

Nirei: ¡CODIGO ROJO! Necesito una opinión musical URGENTE para un reel de Instagram. ¿Qué suena más a 'vibes de éxito'? ¿Synthwave o lo-fi chill?

Adjuntó dos pistas horribles y genéricas. Respiré hondo. Esto también era parte de nuestra rutina.

Yo: Lo-fi. El synthwave suena a video de motivación de gimnasio de los 80.

Nirei: ¡¡ERES UN GENIO!! Te debo un café. O tres. ¿Cenamos el viernes? Tsubaki quiere probar ese nuevo lugar de ramen.

Yo: Pregúntale a Suo.

Nirei: ¡Ya lo hice! Dijo: "Pregúntale a Sakura, él decide".

Sonreí. La deferencia de Suo hacia mis preferencias, incluso en las decisiones más pequeñas, nunca dejaba de conmoverme. Era su manera de decir "tu comodidad es mi prioridad".

Yo: Está bien. El viernes.

Al final del día, regresé a un apartamento que olía a salsa de tomate y albahaca. Suo estaba en la cocina, removiendo una olla de pasta con una expresión de concentración que me recordó, con cariño, al Desastre de la Sopa de Miso.

—Huele bien —comenté, dejando mi mochila en la silla.

—Es la receta de tu madre —dijo, sonriendo—. Llamé hoy para preguntarle por el secreto.

Me detuve. —¿Llamaste a mi madre?

—Claro. Quería que saliera perfecta.

Ese simple acto—llamar a mi madre, aprender una receta para mí—hablaba más de su amor que mil ramos de flores. Era práctico. Era doméstico. Era real.

Cenamos en el sofá, viendo un documental sobre el espacio. Nuestros pies estaban entrelazados debajo de la manta, nuestros platos balanceados en el regazo. No hablamos mucho, pero el silencio era cómodo, habitado.

Al lavar los platos, él lavaba y yo secaba, como siempre. El agua caliente, el vapor, el clic de la vajilla al guardarse. Era un compás repetitivo y tranquilizador, la base rítmica de nuestra vida.

Más tarde, mientras yo trabajaba en mi proyecto de reforestación y él leía en su tablet en el sofá, levantó la vista.

—¿Sabes? —dijo—. Hoy, en la reunión, mi jefa elogió mi trabajo. Dijo que mostraba "una profunda comprensión de la narrativa visual".

—Es porque tienes un músico en casa que te enseña sobre armonía —bromeé, sin levantar la vista de la pantalla.

—No —respondió, su voz era suave pero firme—. Es porque tengo una vida que vale la pena narrar.

Dejé mis auriculares. Nuestras miradas se encontraron a través de la habitación. No hubo necesidad de más palabras. El mensaje estaba claro: nuestra historia, con todos sus altibajos, había enriquecido su arte, así como la suya había enriquecido el mío.

Al acostarnos esa noche, recostado sobre su pecho y escuchando el ritmo constante de su corazón, supe que esta rutina dorada—los desayunos silenciosos, los mensajes tontos de Nirei, las cenas en el sofá, el apoyo silencioso—era la verdadera obra maestra. No era una sinfonía dramática, sino una canción suave y constante, una melodía de amor cotidiano que se profundizaba con cada compás, con cada latido, con cada elección de amarse el uno al otro, día tras día. Y era más que suficiente para una eternidad.

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Los años continuaron su flujo sereno, tejiendo hebras plateadas en el cabello de Suo y añadiendo nuevas líneas de sonrisa alrededor de sus ojos. Nuestro apartamento se llenó de más recuerdos: fotografías de vacaciones, un sofá nuevo que habíamos elegido juntos después de meses de debate, y una estantería que se combaba bajo el peso de nuestros libros y partituras mezcladas.

Una tarde, mientras limpiaba el armario del pasillo—una tarea que Suo evitaba con terquedad—encontré una caja de cartón que no reconocía. No estaba etiquetada, pero desprendía un aura de nostalgia. Me senté en el suelo del pasillo, con las piernas cruzadas, y levanté la tapa.




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