Notas bajo el cerezo | Suosaku [omegaverse Bl] Fanfic

Capitulo Veintiseis

La lluvia golpeaba suavemente las ventanas de nuestro apartamento, un ritmo constante y reconfortante. En el suelo de la sala, Hiro estaba inmerso en un mar de bloques de construcción, construyendo una torre que se elevaba con una ambición que me recordaba a su madre.

Sakura estaba a mi lado en el sofá, sus dedos tecleando suavemente en su tablet, revisando las ondas de sonido de su último proyecto. Su ceño estaba ligeramente fruncido en concentración, un gesto que aún, después de todos estos años, hacía que mi corazón diera un vuelco.

Era una escena de domingo perfecta, domesticada y profundamente satisfactoria. Hasta que no lo fue.

El noticiero de la tarde murmuraba en la televisión, un fondo blanco que apenas registrábamos, hasta que un nombre, como un golpe fantasma de un pasado enterrado, atravesó la habitación.

"—Y en noticias locales, Hajime Umemiya, una vez una figura prominente en los círculos de negocios de la ciudad, fue arrestado anoche tras una violenta pelea en un bar del centro…"

El sonido de la tableta de Sakura al caer sobre la alfombra fue ensordecedor. Mis propios músculos se tensaron, congelándome en el acto de alcanzar mi taza de té. Nuestros ojos se encontraron, un espejo de shock incrédulo.

En la pantalla, había una foto de archivo de Umemiya. Aún impecablemente vestido, con su sonrisa fría y segura, la misma que había usado como un arma durante tanto tiempo. Luego, un video granulado de vigilancia que mostraba a un hombre, irreconocible por la rabia, siendo sometido por guardias de seguridad. El cabello despeinado, la cara contraída en un gruñido. Era él, pero no era él. Era la cáscara vacía de la arrogancia que una vez nos había atormentado.

Hiro, sintiendo el cambio en la atmósfera, miró hacia arriba. —¿Mamá? ¿Papá? ¿Qué pasa?

—Nada, cariño —dijo Sakura, su voz era notablemente serena mientras recuperaba su tablet—. Solo… una noticia desagradable.

Apagué la televisión. El silencio que llenó la habitación era pesado, cargado con el peso de un fantasma que acababa de ser exorcizado de la manera más abrupta y antideslumbrante posible.

—Dios —respiré, pasándome una mano por el rostro—. Un bar. Una pelea.

Sakura se levantó y fue a la cocina. La escuché llenar la tetera, los movimientos tranquilos y medidos que siempre usaba para calmarse. Cuando regresó, sus ojos se encontraron con los míos, y en ellos no había alegría, ni siquiera satisfacción. Solo una tristeza profunda y resignada.

—Siempre supe que su ira lo consumiría —dijo en voz baja, para que Hiro no oyera—. Pero verlo… verlo reducido a esto…

—¿Lo lamentas? —pregunté, sin poder contenerme.

Ella negó con la cabeza, sentándose nuevamente a mi lado. Su mano encontró la mía, entrelazando nuestros dedos. Nuestras alianzas, símbolos de un compromiso que Umemiya una vez trató de romper, se presionaron una contra otra.

—No —susurró—. No lo lamento. Lamento el camino que tomó. Lamento el dolor que causó, no solo a nosotros, sino probablemente a muchos otros. Pero no lamento que esté fuera de nuestras vidas. —Me miró—. ¿Tú lo lamentas?

Reflexioné sobre la pregunta. Reflexioné sobre el hombre en la pantalla, el cascarón vacío de una amenaza que una vez se cernió sobre nosotros como una nube negra.

—No —dije, y me sorprendió lo cierto que era—. Lo que siento es… nada. O quizás un poco de lástima. Es como ver a un animal peligroso que finalmente ha sido enjaulado. Ya no temes por tu seguridad, pero sabes que la jaula es donde siempre debió estar.

Sakura asintió, comprendiendo completamente.

—¿De qué estaban hablando? —preguntó Hiro, abandonando sus bloques y trepando al sofá entre nosotros.

—De alguien que mamá y papá conocieron hace mucho tiempo —expliqué, eligiendo mis palabras con cuidado—. Alguien que estaba… muy enojado y tomaba malas decisiones.

—¿Como cuando papá quemó la sopa? —preguntó Hiro, con los ojos muy abiertos.

Una risa, inesperada y liberadora, me escapó. Sakura también sonrió, una verdadera sonrisa esta vez.

—No, cariño —dijo ella, acariciando su cabello—. Mucho, mucho peor que la sopa. La sopa solo hirvió nuestros estómagos. La ira de este hombre… hirió los corazones de las personas.

Hiro frunció el ceño, procesando esto. —Me alegro de que no lo conozca.

—Nosotros también, Hiro —dije, abrazándolo—. Nosotros también.

Más tarde, después de acostar a Hiro, Sakura y nos quedamos en el balcón, viendo cómo la lluvia limpiaba la ciudad. El aire olía a tierra mojada y a renovación.

—Es realmente el final, ¿no? —murmuró Sakura, apoyando la cabeza en mi hombro—. De verdad, esta vez.

—Sí —asentí—. El eco finalmente se ha desvanecido.

No hubo celebración. No hubo brindis. La caída de Umemiya no era un triunfo nuestro; era simplemente la consecuencia natural de una vida vivida con veneno. Nuestra victoria no estaba en su encarcelamiento, sino en lo que habíamos construido a pesar de él: este apartamento, esta paz, este hijo, este amor.

Nuestro amor no había vencido a Umemiya. Se había elevado por encima de él, tan alto que su caída ni siquiera produjo un sonido en nuestro mundo.

—¿Sabes qué quiero hacer mañana? —pregunté, rompiendo el silencio.

—¿Qué?

—Llevarte a ti y a Hiro a ese nuevo café que abrieron junto al río. El que tiene los croissants que tanto te gustan.

Sakura se rió, un sonido claro y melodioso que ahuyentó los últimos vestigios de la sombra de la noticia.

—Suena perfecto.

Y lo era. Porque nuestra historia nunca trató realmente sobre Umemiya. Trató sobre la sopa quemada y los videojuegos en el arcade. Trató sobre los cafés silenciosos y las manos entrelazadas bajo las estrellas. Trató sobre un niño durmiendo pacíficamente en la habitación de al lado.

Al entrar, cerré las puertas del balcón, dejando la lluvia y los fantasmas del pasado fuera. Nuestra sinfonía, compuesta de innumerables momentos pequeños y amorosos, seguía tocándose, más fuerte y más dulce que nunca.




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