Notas bajo el cerezo | Suosaku [omegaverse Bl] Fanfic

Capitulo Final

S U O

Un jueves cualquiera. Esa era la belleza de ello. No era un aniversario, ni un día festivo, ni siquiera un viernes que anunciara el fin de semana. Era un jueves común y corriente, con el sol filtrándose perezosamente por la ventana de la cocina y el aroma del café recién hecho llenando el aire.

Sakura estaba callado. No era un silencio preocupante, sino uno… expectante. Había una ligera tensión en sus hombros, una chispa nerviosa en sus ojos que solo yo, después de todos estos años, podía detectar. Había estado así desde la mañana.

Hiro ya estaba en la escuela. La casa estaba en paz.

—¿Todo bien? —pregunté, apoyándome en el marco de la puerta de la cocina.

Él asintió, mirando su taza de té como si las hojas pudieran predecir el futuro.

—Sí. Solo… tengo algo que decirte.

Mi corazón, ese viejo tonto, dio un vuelco. Por un instante absurdo, irracional, temí un retroceso, un fantasma del pasado. Pero entonces miré sus ojos. No había dolor allí. No había miedo. Solo… una vulnerabilidad tierna y esperanzada.

—¿Oh? —dije, tratando de que mi voz sonara casual mientras me acercaba a la mesa.

Él respiró hondo, un movimiento pequeño que pareció tomarle toda la valentía del mundo. Luego, deslizó un pequeño sobre blanco a través de la mesa de madera.

—Es para ti —murmuró.

Con dedos que de repente se sentían torpes, tomé el sobre. No tenía nombre. Era ligero. Lo abrí y saqué una sola tarjeta. No era una foto, ni una nota. Era una tira de papel, la clase que compras en una farmacia. En ella, dos líneas rosadas, nítidas e inconfundibles, formaban un símbolo plus.

El mundo se detuvo.

El zumbido de la nevera se desvaneció. El tictac del reloj de la pared cesó. Todo el oxígeno pareció abandonar la habitación. Solo existía ese pequeño trozo de papel y las dos líneas que contenían un universo de posibilidades.

Miré la prueba. Luego miré a Sakura. Sus ojos estaban fijos en mí, grandes, buscando, esperando.

—¿Es…? —mi voz era un hilillo de sonido, incapaz de formar la pregunta completa.

Él asintió, un movimiento pequeño y tembloroso.

—El médico confirmó la cita para la próxima semana, pero… sí. Creo que sí.

La palabra "sí" resonó en el silencio, expandiéndose como una onda sísmica en el estanque quieto de nuestro jueves común. No era una pregunta. Era una afirmación. Una verdad nueva y monumental.

Las piernas me fallaron. Me dejé caer pesadamente en la silla frente a él, la prueba aún sostenida con un cuidado reverencial entre mis dedos.

Otro hijo.

Una nueva vida. Una persona diminuta, que en este momento era poco más que un conjunto de células, pero que ya estaba reescribiendo nuestra historia, agregando un nuevo movimiento a nuestra sinfonía.

Las lágrimas acudieron a mis ojos sin permiso, nublando la visión de las dos líneas rosadas. No eran lágrimas de tristeza, ni siquiera de pura alegría. Eran de… asombro. De una gratitud tan abrumadora que no podía ser contenida.

—¿Suo? —la voz de Sakura era un susurro preocupado—. ¿Estás… estás bien? ¿Estás contento?

Alcancé a través de la mesa y tomé su mano, apretándola con una fuerza que esperaba no fuera demasiado fuerte.

—Contento —repetí, y la palabra se sentía terriblemente inadecuada—. Sakura, 'contento' no es ni la mitad. Estoy… estoy hecho añicos. De la mejor manera posible.

Una sonrisa, temblorosa al principio y luego radiante, iluminó su rostro. El alivio que lo recorrió fue palpable.

—Yo también —confesó—. Asustado. Pero… principalmente, así. Hecho añicos.

Nos levantamos al mismo tiempo, la mesa entre nosotros de repente era un obstáculo insoportable. La rodeé en dos pasos y lo envolví en mis brazos, enterrando mi rostro en el hueco de su cuello, inhalando su esencia familiar, ahora imbuida de este milagro nuevo y fragante.

—Un bebé —susurré contra su piel, la palabra era un hechizo, una promesa.

—Otro nosotros —respondió él, sus brazos envolviéndome con una fuerza que hablaba de su propio torbellino de emociones.

No sé cuánto tiempo estuvimos allí, de pie en nuestra cocina bañada por el sol de un jueves cualquiera, sosteniéndonos el uno al otro mientras el futuro se reorganizaba a nuestro alrededor. No era un nuevo comienzo, porque nuestro amor nunca había terminado de comenzar. Era una expansión. Una profundización.

Finalmente, me separé lo suficiente para mirarlo a los ojos, mis manos en sus mejillas.

—¿Se lo diremos a Hiro esta noche? —pregunté, mi voz aún gruesa por la emoción.

La sonrisa de Sakura fue pura y traviesa alegría.

—Sí. Se morirá por ser hermano mayor.

Reí, un sonido entrecortado y feliz. La imagen de Hiro, nuestro hijo serio y dulce, protegiendo y guiando a un hermano menor, llenó mi corazón hasta los bordes.

Ese jueves común se transformó en el día más extraordinario de nuestra vida. No hubo grandes gestos, ni anuncios dramáticos. Solo nosotros, en nuestra cocina, con un pequeño trozo de papel que contenía el futuro, abrazándonos mientras la sinfonía de nuestra vida, nuestra hermosa y imperfecta sinfonía, añadía la nota más dulce y esperada de todas.

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9 M E S E S D E S P U E S

S A K U R A

La paz de un sábado por la mañana era engañosa. A las 39 semanas de embarazo, la paz era solo un breve interludio entre acidez estomacal, patadas en las costillas y la abrumadora sensación de llevar una sandía personal dentro de mí. Suo estaba en la cocina, su voz un murmullo constante mientras le leía un cuento a Hiro, quien, a sus doce años, fingía no estar tan emocionado con la idea de un hermano como en realidad estaba.

Yo estaba en el sofá, una fortaleza de cojines, intentando encontrar una posición que no comprimiera algún órgano vital. El bebé, como si supiera de mi incomodidad, decidió lanzar lo que solo podía describirse como una sesión de baile enérgica justo debajo de mi caja torácica. Cerré los ojos, respirando hondo, aferrándome a la última frontera de mi dignidad.




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