Notas Cruzadas

3| El eco del insomnio.

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f306576334559652d336576784a773d3d2d313538323436393639362e313836653732333538616531326335353130303337343338323538302e706e67

—Me alegra haber terminado al fin. Estos zapatos están matándome.

Urania se deshace de sus tacos y luego emite un sonido de satisfacción al sentir el contacto de sus pies contra el suelo.

El reloj marca las cuatro y cuarto cuando por fin apagamos las luces y el bar. La música queda reducida a un murmullo que se escapa por las paredes, y los últimos clientes se despiden entre risas y promesas de "una ronda más para la próxima."

Mi amiga y yo salimos junto con los demás empleados, arrastrando los pies y hablando de cualquier cosa que nos mantenga despiertos. Afuera, la madrugada está tranquila, como si hace menos de una hora no hubiera estado llena de personas extasiadas por haber pasado un sábado divertido.

—No puedo creer que tanta gente haya caído en la trampa del dos por uno. Me siento un poco mal por esas personas. —comenta Gretchen, otra de las meseras que trabaja con nosotras.

—Pues yo no, de ahí sale mi sueldo. —responde mi amiga.

Al llegar al estacionamiento, nos despedimos del grupo y cada uno emprende su camino a casa. Me saco los tacones antes de llegar al auto y los sostengo con una mano mientras con la otra intento mantener el equilibrio.

—Juro que si mañana alguien me pide un mojito, lo mato —dice Urania, estirando los brazos.

—No digas eso en voz alta, que seguro el destino te escucha y te lo cumple —le respondo entre risas.

Urania y yo nos vamos juntas, por lo que siempre alguna de las dos se turna para manejar hacia nuestro departamento. Esta noche le toca el turno a ella y estoy más que agradecida de que así sea. Mis pies duelen, mis mejillas arden por el maquillaje y mis ojos no soportan un segundo más abiertos.

Caminamos hacia el auto cuando una voz conocida se cuela entre nuestra conversación.

—¿Van solas?

Me giro y veo a Daniel acercándose.

No lleva el uniforme del bar, pero eso no impide que luzca como si perteneciera al lugar: camiseta y pantalón negro, manos metidas en los bolsillos y esa mirada tranquila que siempre finge no decir mucho.

—Pensé que hoy no te tocaba turno —frunzo el ceño, sorprendida.

—No me tocaba —responde, encogiéndose de hombros—. Solo pasé a ver cómo iba todo.

Claro... porque eso es tan común en ti, pienso, aunque no lo digo.

Urania carraspea y arquea una ceja lanzándome una mirada que lo dice todo. Luego, con una sonrisa cómplice, señala el auto.

—Te espero adentro.

La observo subir y cerrar la puerta, dejándonos a Daniel y a mí frente a frente, con el silencio de la calle entre nosotros.

—Puedo acompañarte a casa, si quieres. —dice.

—Estoy bien, gracias. Voy con Urania —declino su oferta—. Además tengo que ver a mi hija.

La mención de Madison hace que su expresión cambie, apenas perceptible, pero lo noto. Asiente despacio, sin saber bien qué decir, y eso basta para que el silencio se alargue entre nosotros.

No es un secreto para nadie que tengo una hija, pero aún así no es un tema del que suela hablar con él.

—Nos vemos mañana—añado, con una media sonrisa antes de darle si quiera la oportunidad de fingir que está bien con eso.

—Claro —responde finalmente—. Entonces... nos vemos.

Hago mi pequeño camino hacia el auto y cierro la puerta levantando la mano en su dirección como última despedida.

Desde el asiento del copiloto, veo por el retrovisor cómo Daniel se queda parado frente al bar, con las manos aún en los bolsillos, observándonos alejarnos.

Mientras manejamos, Urania me lanza una mirada de reojo.

—¿Solo vino a ver cómo iba todo, eh?

—No empieces —le advierto, aunque no puedo evitar sonreír.

—Brina, sinceramente no entiendo como es que sigues negando lo que ese chico siente por ti.

Escucharla me hace sentir culpable.

De todas las cosas que no debería haber hecho estos últimos meses, acostarme con Daniel encabezaba la lista.

Nos conocimos en verano, cuando comenzó a trabajar como el nuevo bartender del bar. Desde el primer momento en que nos conocimos, Daniel mostró interés en mi, y aunque no fuera una atracción reciproca, siempre me pareció un chico lindo.

Pasamos muchos meses siendo solo amigos, nos llevábamos muy bien, hasta ahora lo hacemos. Él coqueteaba conmigo y yo fingía que solo lo hacía para fastidiarme.

Fue tan solo hace algunas semanas atrás que dejé que las cosas llegarán más lejos y así es como terminamos teniendo sexo en la parte trasera de su auto.

No es algo de lo que me sienta orgullosa, pero no se sintió mal del todo. Desde entonces hemos tenido algunos encuentros casuales que no han ido más allá de eso... al menos no de parte mía.

—Está confundido. Ya se le pasará —le resto importancia, llevando mi vista hacia la carretera.

Apocalypse de Cigarettes After Sex suena por la radio. Afuera, Bralla parece dormida.

Las luces de la calle se reflejan en el parabrisas y pienso en lo fácil que sería dejarme llevar, aceptar la compañía, distraerme un poco. Pero no puedo. No cuando tengo una niña de seis años que depende de mi.

No tengo tiempo para andar probando suerte en el amor.

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f34734c4b454b4a762d5f394357513d3d2d313538323436393639362e313836653732333835303264616130343835333337383330323438362e706e67




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.