Notas Cruzadas

5| Encuentros inesperados.

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Sabrina

—¡Ahí está mi chica de oro! —exclama mi jefa, nada más al verme.

El fin de semana quedó como un recuerdo lejano y hoy lunes me encuentro sentada frente a la computadora afrontando un día más de trabajo.

—Hola, Leonora.

—¿Cómo estás hoy?

Terrible, pienso.

—Un poco cansada.

—Querida, ya te he dicho que esa rutina te va a terminar matando en cualquier momento.

Leonora me da una mirada de compresión y pena a la que, lamentablemente, me he tenido que acostumbrar.

—¿Maddie? —pregunta. Ella a mi hija y siempre está pendiente.

—En clases. La dejé en el colegio antes de venir aquí.

Una rutina que mi jefa se sabía de memoria, pero la cual siempre pregunta con cariño.

Antes de quedar embarazada, estudiaba Derecho en una de las mejores universidades de la ciudad, y me encantaba. Me sentía buena en eso. Pero con un bebé en camino y sin apoyo económico de mis padres, tuve que darme de baja.

Los primeros tres años de Maddie me dediqué simplemente a trabajar en el club y cuidarla. No había muchas opciones. Hasta que, como una señal, recibí un correo de mi ex universidad ofreciéndome una beca para retomar mis estudios.

Raro, lo sé.

No entendía por qué ellos estarían interesados en ofrecerme algo como eso luego de no haber sido alumna suya por tantos años, pero estaba ahí.

Al principio dudé, temiendo no poder compaginarlo con mi vida y responsabilidades. Pero sabía que si lo rechazaba, no iba a volver a tener una oportunidad como esa. Así que la tomé.

Era la única opción que tenía de lograr algo sólido para Maddie y para mí.

Ahora, entre dos trabajos y un año pendiente de la universidad, mi vida es una constante agenda de horarios, pero estoy orgullosa. Avanzo, aunque lentamente. Cada curso que inscribo es una victoria pequeña, pero necesaria.

—Bien —la voz de mi jefa me saca de mi burbuja —. ¿Pudiste terminar los documentos que te mandé?

—Sí, solo déjame darle una última revisada y te los envío.

—Perfecto. Hoy tenemos la reunión de asesoría legal con los inversionistas. Quiero que participes activamente, ¿sí? —me dice con una sonrisa alentadora.

—¡Sí! Claro. —No puedo ocultar mi entusiasmo. Será la primera vez que pueda intervenir de manera significativa, y quiero demostrar que puedo estar a la altura.

Leonora es la mejor jefa que me pudo tocar.

Jones & Asociados es uno de los bufetes de abogados más importantes del país. Muchas personas postulan para obtener una pasantía y muy pocos son los elegidos. Afortunadamente, fui una de las pocas.

Llevo seis meses en este lugar y todavía me parece un milagro que me hayan aceptado como pasante, y más aún que me den responsabilidad reales.

Mi jefa es una mujer comprensiva, exigente y... sorprendentemente maternal cuando nota que tengo demasiadas cosas en la cabeza. Sabe que ser madre joven y estudiante no es fácil, y aún así me da oportunidades de aprender, de equivocarme, de demostrar que puedo estar a la altura.

Antes de irse, Leonora se acerca con un café extra para mí, del cual no me había percatado hasta ahora.

—No te olvides de ti en medio de todo esto —me dice, con una calidez que me hace sonreír—. Si llegas tarde, avísame.

—Gracias, de verdad. —Es difícil encontrar un lugar que te deje crecer y a la vez comprenda tu vida.

Reviso los documentos una vez más y organizo mis notas en la carpeta que llevaré a la reunión.

La tensión aumenta, pero no puedo negar que estoy emocionada. Hoy siento que puedo demostrar que puedo estar a la altura, que no soy solo la madre joven que tuvo que sobrevivir, sino también una profesional que sabe lo que hace.

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Hoy siento que puedo demostrar que puedo estar a la altura, que no soy solo la madre joven que tuvo que sobrevivir, sino también una profesional que sabe lo que hace

Luego de una hora, me paro y recojo mis carpetas, lista para la reunión.

Mientras camino por el pasillo, escucho a mis compañeros hablando en voz baja, el sonido de teclados, impresoras y teléfonos. Intento concentrarme, repasando mentalmente los puntos que voy a exponer. Todo tiene que salir bien.

Cada detalle debe ser perfecto.

Entonces, abro la puerta... y me detengo.

Una de las sillas de la mesa está ocupada. Por un instante no reconozco al hombre que se encuentra allí, inclinado sobre un informe, concentrado, con la luz del ventanal cayendo justo sobre su perfil. Pero luego, como un golpe seco al pecho, lo identifico

No.

No es posible.

Mi garganta se seca de inmediato. El aire se vuelve denso, pesado, como si alguien hubiera cerrado todas las ventanas de golpe. Las manos me sudan y siento cómo los dedos se tensan alrededor de la carpeta que llevo.

Todo lo que había sentido esa noche en el bar vuelve a mí de golpe: la mirada que me desarmó, la calma peligrosa que emanaba de él, el cosquilleo eléctrico en la piel, esa sensación absurda —y adictiva— de estar cayendo sin moverse.




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