Notas Cruzadas

7| Señor Blake.

Por un instante, el mundo se detuvo

Por un segundo, el mundo se detuvo.

La voz de Adam aún flotaba en el aire, suave pero lo suficientemente clara como para dejarme sin capacidad de respuesta.

—Me alegra conocerte por fin.

No lo dijo con tono casual, y eso fue lo peor. Había una intención escondida, una especie de broma privada que se supone que solo él y yo podíamos entender. Pero yo no lo hacía.

Mis dedos se crisparon sobre la carpeta que sostenía, y el silencio que siguió fue tan incómodo que hasta el reloj de la sala pareció dudar antes de avanzar al siguiente segundo.

Mi jefa me da un pequeño empujón con la mirada, señalando que es mi turno de responder. Sin embargo, no lo hago.

Yo esperaba que fingiera no conocerme. Que siguiera con el juego del desconocido amable que solo estaba ahí por trabajo. Pero al parecer, Adam no era de los que seguían guiones.

Él inclinó apenas la cabeza, los labios curvándose en una media sonrisa.

—Leonora habla mucho de ti —añadió, bajando el tono de voz—. Tenía curiosidad por ponerle rostro a la persona que tanto alaba.

Oh... así que ese era el juego.

Sonreí con todo el autocontrol que me quedaba.

—El gusto es mío. Y si puedo ayudarte con cualquier duda o consulta sobre la reunión, estaré encantada de hacerlo.

Mi jefa, Leonora, intervino con su voz enérgica, salvándome por unos segundos.

—Aún estamos esperando al señor Fisher, pero llegará en breve. Sabrina, ¿por qué no vas acomodándote antes de que empecemos?

Perfecto. Esa era mi señal para poner la mayor distancia posible entre Adam y yo.

Me senté en la silla más alejada posible, como si el metro extra de distancia pudiera protegerme de mis pensamientos poco profesionales, pero Adam decidió acomodarse en la silla contigua, demasiado cerca, con esa calma irritante de quien disfruta ver cómo el otro se descompone.

—Así que tienes una doble identidad… ¿y lo mantienes en secreto? —preguntó con un brillo divertido en los ojos.

—¿Perdón? —quise sonar firme, pero mi voz salió un poco más alta de lo normal.

—La chica del club y la asistente del despacho —apoyó el codo en la mesa, mirándome con descarada curiosidad—. Sinceramente, no me lo esperaba.

Respiré hondo, fingiendo indiferencia.

—Supongo que todos tenemos una vida fuera del trabajo. Y no. No mantengo nada en secreto, señor Blake.

—Adam —corrigió él, sin apartar la mirada.

—Señor Blake —repliqué, alzando una ceja.

Su sonrisa creció, como si acabara de confirmar algo que le resultaba fascinante.

—Tienes una voz muy particular, Sabrina. Suena… como si todo lo que dijeras importara.

No supe si eso era un halago o una provocación.

—Supongo que eso depende de quién me escuche —respondí, sosteniéndole la mirada.

Adam se inclina apenas hacia mí, y el aire cambia.

Puedo oler su perfume, como una mezcla de notas amaderadas y especias.

De cerca, se ve aún más peligroso. El traje le queda tan bien que debería ser ilegal y...

No.

Ni lo pienses, Sabrina.

Es un cliente. Un cliente sexy, sí, pero cliente al fin.

Nada de pensamientos inapropiados.

Por Dios, deja de mirarle la cara.

Basta.

Por un instante, pareció que Adam iba a decir algo más. Su mirada bajó a mis labios, luego volvió a mis ojos. Iba a decirme algo que me iba a molestar, lo sé. Pude verlo venir.

Pero en ese momento, la puerta se abrió.

—Disculpen la demora —anunció el señor Fisher, entrando apresurado.

Perfecto. Salvación divina.

Trago saliva, levanto el mentón y trato de parecer profesional, como si no acabara de tener un colapso interno.

Adam regresa a su sitio y me atrevería decir que se ve un poco frustrado.

Bien. No es mi problema.

—Descuide, señor Fisher. Llevamos aquí uno pocos minutos —lo tranquiliza mi jefa, luego se dirige a su secretaria—. Viviana, ¿puedes cerrar las puertas, por favor?

¿Viviana estaba aquí?

Digo, obviamente tenía que estar aquí, es la asistente de mi jefa. Pero, ¿por qué no la noté antes?

La rubia asiente y antes de hacer lo que mi jefa le pidió, me lanza un pequeño saludo con su mano, el cual devuelvo con un tanto avergonzada por no haberla notado desde el principio.

Por la sonrisa que trae en su rostro, puedo sospechar que presenció mi colapso desde el otro lado de la mesa.

Genial.

Cuando las puertas se cerraron, mi jefa empezó la reunión.

Traté de dejar todo lo ocurrido de lado, pero aún sentía la mirada de Adam sobre mí, lo que me dificultaba concentrarme.

Esto será más difícil de lo que pensé.

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En algún punto de la reunión, Adam decidió que era momento de poner atención y el resto del encuentro transcurrió sin incidentes: acuerdos, firmas, estrategias y sonrisas formales. Nada fuera de lo normal.

Al menos, en apariencia.

Cuando todo terminó, el señor Fisher estrechó la mano de mi jefa con entusiasmo.




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