Sabrina
—¿Dónde conociste al prospecto de Jacob Elordi?
Viviana no tarda ni dos segundos en abordarme apenas cruzamos la puerta de la sala de reuniones. Ni siquiera me da tiempo de respirar.
—No lo conozco —respondo, esquivando su mirada mientras camino hacia mi escritorio..
—Brina... —canta mi nombre como si quisiera sonsacarme un secreto.
—Te lo juro —levanto las manos en defensa—. Nunca en mi vida había hablado con él antes.
Silencio.
El tipo de silencio que Viviana usa cuando no me cree, pero tampoco quiere admitirlo todavía.
—Bien —suspiro—. Fue un cliente del club donde trabajo. Solo lo vi de lejos.
Bueno… “de lejos” es relativo.
Una canción entera puede sentirse como una eternidad cuando alguien te mira así, pero son detalles.
—Y te vio haciendo algo que no debías —lamenta ella, como si ya se estuviera preparando para un escándalo.
—¿Cómo que algo que no debía? Soy mesera, Viviana.
—¿No hacen una especie de show? —pregunta, bajando la voz como si estuviéramos traficando secretos de Estado.
—Sí, pero de canto —respondo con una media sonrisa.
—Ah... —parpadea.
Su cara de sorpresa me deja totalmente confundida. Inclinando la cabeza por la curiosidad, le pregunto:
— ¿Qué crees que hacía ahí?
—Pensaba que eras stripper.
—Claramente no.
—Pues deberías. Con ese cuerpo que tienes te vuelves millonaria en dos semanas.
No sé si debería de sentirme halagada o insultada. O ambas.
Después de seis meses trabajando juntas, todavía me sorprende que Viviana no tenga idea de lo que hago los fines de semana.
Aunque… pensándolo bien, si Leonora también cree que “el club” suena sospechoso, eso explicaría por qué siempre me mira con esa mezcla de compasión y resignación cuando menciono mi segundo empleo.
—Como sea —retoma Viviana, girando un mechón de su cabello—. Puedo percibir que a ese chico le gustas. Te estuvo viendo como bobo todo el rato.
¿De qué hablábamos?
Ah, sí... Adam.
—Bueno, no me interesa —le resto importancia, sentándome frente a la computadora.
El monitor parpadea y aprovecho ese pequeño respiro para revisar mi lista mental: tres horas para pasar por Maddie, dos informes por revisar, y un colapso emocional que intentaré agendar para más tarde.
—Por favor, Sabrina. Es el chico más sexy que he visto en esta oficina —dice ella, apoyándose en mi escritorio como si esperara que le dé la razón.
—Pues quédatelo tú. Yo no lo quiero —respondo, sin mirarla, pero con una sonrisa apenas contenida.
Viviana me observa por un par de segundos, y luego suelta esa risa que siempre anuncia problemas.
—Ya lo veremos —dice finalmente, antes de alejarse directo a la oficina de Leonora con su paso de pasarela.
Qué rara que es esta chica, a veces.
Aunque, si soy sincera… ojalá yo pudiera tomármelo todo con la misma ligereza con la que ella se toma la vida.
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El reloj del auto marcaba las seis y diez cuando estacioné frente al edificio.
Maddie iba sentada atrás, con su mochila color lavanda y una cinta de gimnasia colgándole del brazo.
—¿Sabes, mamá? La profe dijo que casi hago un split perfecto —anunció, inflando el pecho.
—¿Casi? Eso es genial. Seguro mañana será perfecto —respondí, sonriendo.
—¡Sí!
Luego de cerrar el auto, entramos al edificio y subimos las escaleras. Yo cargando la mochila de Maddie y ella corriendo dos pasos por delante mío.
A veces no entiendo como después de tantas horas fuera, sigue teniendo tanta energía.
El pasillo olía a incienso de vainilla, lo que solo podía significar que Urania estaba en casa, limpiando energías, otra vez.
—¡Tía Urania! —gritó Maddie en cuanto abrí la puerta—. ¡Ya llegamos!
Mi amiga apareció desde el pasillo con una toalla en la cabeza y la cara verde por la mascarilla.
—¡Mi chica favorita! —dijo con ese tono teatral que siempre me saca una sonrisa—. A ver, cuéntame, ¿qué hiciste hoy?
Maddie empezó a relatarle todo: que casi se cae, que su profe la felicitó, que aprendió a saltar como una rana con estilo. Yo aproveché ese momento para refugiarme en la cocina y ponerme a preparar la cena.
Mientras el aceite empezaba a chispear en la sartén, escuché los pasos de Urania acercarse. Se apoyó en el marco de la puerta, todavía con la mascarilla puesta y el rostro medio sonriente.
—Bueno… —dijo, cruzándose de brazos—. ¿Y cómo fue la reunión?
—Bien —contesté, removiendo las verduras—. Mejor de lo que esperaba.
—¿Mejor por qué? —preguntó, con esa curiosidad que le sale tan natural.
—Porque… —dudé un segundo— porque no esperaba verlo ahí.
—¿Ver a quién?
—A Adam.
Urania frunció el ceño.
—¿Quién demonios es Adam?
—El chico misterioso —respondí casi sin pensar.
Su risa llenó la cocina.
—Ah, el chico misterioso. No sabía que ya tenía nombre.