Notas Cruzadas

9| Sueños prohibidos.

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f306576334559652d336576784a773d3d2d313538323436393639362e313836653732333538616531326335353130303337343338323538302e706e67

Sabrina

No dormí en toda la noche.

Intenté hacerlo, lo juro, pero cada vez que cerraba los ojos mi cerebro proyectaba una película no apta para menores con Adam Blake de protagonista.

No sé si culpar a mi subconsciente o a Urania, pero desde que me acosté, no pude dejar de pensar en él.

Fue un sueño tan vívido que todavía siento el calor recorriéndome la piel.

Y lo peor es que me desperté justo antes del final.

Definitivamente culpo a Urania. Si no hubiera sido por su discurso sobre dejarse llevar, esto no estaría pasando.

Soy una chica de veintitrés años que no es capaz de controlar los pensamientos inadecuados, sobre un hombre que, además de ser completamente desconocido, es mi nuevo cliente.

Bien por mí.

El café no fue suficiente para borrar los estragos de la noche anterior. Tampoco la ducha. Ni dos horas de trabajo.

Así que, por supuesto, cuando Viviana se acerca a mi escritorio con su voz tranquila y mortalmente inoportuna, supe que el universo estaba riéndose de mí.

—Sabrina —dijo—, el señor Blake está aquí para dejarte los documentos del proyecto.

Genial.

Mi vida oficialmente se había convertido en un capítulo de Cómo perder la compostura en tres segundos o menos.

—Gracias —respondo—. Déjalo pasar.

Tomé aire. Una, dos, tres veces.

Y cuando levanté la vista... ahí estaba. Camisa blanca, mangas arremangadas, corbata suelta y esa sonrisa peligrosa que debería venir con advertencia en grandes letras rojas.

—Buenos días —saludó él, con esa voz grave que ahora, lamentablemente, ya conocía en contextos mucho más comprometidos.

—Señor Blake —logré decir, con una voz que ojalá sonara más profesional de lo que me sentía.

—Adam —corrigió de nuevo, como si estuviéramos retomando una conversación pendiente.

—Señor Blake —insistí, sonriendo apenas.

Mantente firme, Sabrina.

Respira.

No lo mates.

No lo beses.

Él dejó un sobre grueso sobre mi escritorio, y por un instante tuve que apartar la mirada. El aroma de su perfume me llegó directo, cálido, especiado... malditos perfumes de hombre.

—Vine a asegurarme de que recibas los documentos en persona —dijo, inclinándose un poco hacia mí, demasiado cerca para mi propio bienestar—. Me preocupa que algo tan importante se pierda por correo.

Claro. Porque era absolutamente necesario venir a traerlos él mismo.

—Te lo agradezco —dije, forzando una sonrisa profesional—. Te haré saber cuando haya revisado todo.

Adam arqueó una ceja, divertido.

—Perfecto. —Sus ojos bajaron un segundo hacia mi taza de café—. Aunque quizá primero necesites otro de esos. Pareces un poco tensa.

—Estoy perfectamente bien —dije, con firmeza, aunque mi pulso traicionero latía a mil.

Él asintió despacio, sonriendo. Disfrutando del juego. Estaba claro que no me creía ni por un segundo.

—Tienes buena letra —comentó, como si lo necesitara saber—. Precisa. Como tú.

¿Qué demonios se supone que significa eso?

Decidí ignorarlo y abrí el sobre con exagerado interés.

—¿Algo más que deba saber? —pregunté, sin levantar la vista.

—Solo que estarás trabajando directamente conmigo en este proyecto —respondió con total naturalidad.

Levanté la cabeza tan rápido que casi me disloco el cuello.

—¿Perdón?

—James me pidió que supervise el avance legal. Dijo que confía plenamente en ti, y yo... —se encogió de hombros, sonriendo— también confío fácilmente cuando las cosas son tan... prometedoras.

Ok.

Definitivamente no era el café lo que me tenía temblando.

—Me gustaría que nos reuniéramos —continuó, casual, mientras se apoyaba en el borde de mi escritorio—. Ya sabes, para revisar algunos detalles. ¿Estás libre por la tarde?

Mi corazón dio un vuelco.

—Solo trabajo de lunes a jueves hasta las cinco —informé—. Después de eso, estoy... ocupada.

—Perfecto —dijo él, sonriendo de ese modo que hace que tu cerebro se derrita—. Entonces mañana, durante el horario de trabajo, ¿qué tal si nos encontramos en esa cafetería cerca del despacho? Puedo hablar con Leonora para que te libere un par de horas.

Intenté mantener la compostura.

—Claro. Entonces estaré esperando tus instrucciones por correo. —Tomé una nota al azar solo para parecer ocupada—. ¿Algo más?

Adam no respondió de inmediato. En cambio, dio un paso hacia atrás, sin dejar de mirarme.

—Solo una cosa —dijo al fin—. Ayer no terminé de decirte algo.

—¿Qué?

Él sonrió, ladeando la cabeza.

—Que me gustó verte cantar.

Mi corazón se detuvo medio segundo.

No había forma de ocultar el rubor que me subió a las mejillas.

—Gracias —logré balbucear.

—Tienes la voz de un ángel.

—Eso es un poco exagerado, señor Blake.

Él rio y se levantó del escritorio.

—Entonces, nos vemos mañana en la cafetería. Espero que tengas energías para debatir sobre contratos y números.

Controla tu respiración. No muestres nada. No muestres nada.

—Por supuesto —dije, mientras él salía y yo trataba de recomponerme, intentando no recordar cómo me rozaba en el sueño de la noche anterior—. Hasta mañana, señor Blake.

—Adam, Sabrina. Mi nombre es Adam.

Y se fue.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.