Sabrina
La mañana siguiente me encuentra en piloto automático.
Me levanté, preparé el desayuno para Maddie, la llevé al colegio y me convencí de que no estaba nerviosa por ver a Adam.
Gran mentira.
Es trabajo, Sabrina. Solo trabajo.
Me repito una y otra vez la misma frase, volviéndola mi mantra del día.
Solo tengo que sobrevivir a una reunión de contratos y asesorías. Nada más.
Aún así, cuando entro al baño de la oficina antes de salir, me sorprendo retocando mi maquillaje, echándome mi perfume favorito y acomodando mi cabello para que quedara suelto "casualmente". Todo esto sin ninguna doble intención, por supuesto.
No es que quiera verme linda, ni nada por el estilo. Solo quiero lucir profesional.
Aunque la diferencia, en este punto, parece difusa.
Llego en diez minutos a la cafetería que me envío por mensaje. Después de la llamada de ayer —que ahora admito no fue nada profesional— fue tonto decirle que se comunique conmigo por correo.
El lugar es pequeño pero cálido, con ese aroma a pan recién hecho y café recién molido.
Estoy a punto de buscar un lugar cuando me encuentro con su mirada. Está sentado, esperándome junto a una mesa al lado de la ventana.
Camisa azul arremangada, reloj de acero, esa sonrisa ligera que parece tener siempre lista para el momento exacto en que lo miro.
Odio que se vea tan bien... otra vez.
—Llegas puntual —dice, cuando me acerco—. Me gusta eso.
—Intento no hacer esperar a mis clientes, señor Blake —respondo, dejándome caer en la silla de enfrente.
—Adam —me corrige otra vez, como si se tratara de un juego privado entre los dos.
—Señor Blake —insisto, con media sonrisa.
El suelta una risa baja.
—Eres terca.
—Soy profesional —le contesto, abriendo la carpeta que traje.
—Qué curioso... pensé que hoy íbamos a hablar de negocios, no de etiquetas —bromea, inclinándose hacia adelante.
Sus ojos me sostienen, pero no cedo.
Necesito centrarme.
—Entonces —digo, rompiendo el silencio—, ¿vas a contarme qué planean hacer con el club o tendré que amenazarte legalmente?
Adam ríe, esa risa grave y contenida que parece disfrutar.
—Me gusta cuando suenas así.
—¿Así cómo?
—Determinada. Como si pudieras leerme la mente y no tuvieras miedo de lo que vas a encontrar.
A mi me gusta apenas habla, pero no es algo que deba decirle a un cliente.
—No necesito leerte la mente. Solo necesito que hables.
Él se recuesta en su silla, pensativo, como eligiendo las palabras.
—Podría contarte —dice despacio—, pero prefiero hacerlo bien. No a medias. Quiero que escuches la propuesta completa antes de juzgarla.
—Eso suena a evasiva.
Adam sonríe.
—O a paciencia. No todo es conspiración, ¿sabes? —me mira con calma—. Lo del club no es una amenaza. Es una oportunidad.
Frunzo el ceño.
—¿Oportunidad?
—Sí. Verás, estuve ahí el otro día con la laptop porque estaba evaluando los puntos fuertes del negocio. Me interesaba el ambiente, la afluencia, la presentación... —me mira con una expresión casi divertida—. Y luego te vi en el escenario, y supe que el club tenía más potencial del que imaginaba.
—¿Ah sí? —levanto una ceja—. ¿Esa fue tu excusa para quedarte con la laptop toda la noche? ¿Trabajo de campo?
Adam suelta una carcajada sincera.
—Exactamente. Trabajo de campo —dice, y añade, bajando un poco la voz—. Aunque debo admitir que tuve más suerte de la que esperaba. No todos los días se presencia algo así.
—¿Algo así? —pregunto, aunque sé perfectamente a qué se refiere.
—Una voz que hace callar a todo un lugar —responde con naturalidad.
Y por alguna razón, no puedo sostenerle la mirada mucho tiempo.
Me aclaro la garganta.
—Entonces, ¿qué es exactamente lo que quieren hacer?
Adam se endereza.
—Nada de lo que temes. No queremos cambiarlo ni cerrarlo. De hecho, todos los locales seleccionados entrarán en un programa de expansión. Mi empresa se encarga de ayudar a los propietarios a desarrollar franquicias en otras ciudades. Lo del contrato es precisamente para eso: asesoramiento legal, proyecciones, redacción de propuestas.
Lo dice con tanta claridad que me siento un poco tonta por haber imaginado lo peor.
—Eso suena... bien —respondo, aliviada—. De hecho, suena increíble.
—Lo sé —dice él, sonriendo—. Y me alegra que te parezca buena idea.
Asiento.
Leonora tenía razón cuando mencionó que esto podría ser una buena oportunidad.
Terminé angustiándome por nada.
Tengo que contárselo a Urania.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dice Adam.
—Sí.
—Ese lugar es muy importante para ti, ¿no?
—Mucho —confieso sin pensarlo.
—¿Puedo saber por qué? —pregunta con genuina curiosidad.
Tomo aire. No suelo hablar de esto, y menos con alguien que conocí hace unos días. Pero hay algo en Adam... no lo sé. Tiene esa mezcla de calma y atención que me hace querer seguir.
—Ese lugar fue mi salvavidas —empiezo, bajando la voz—. Quedé embarazada a los diecisiete y estaba sola. Sin trabajo y sin idea de qué hacer. Cuando conocí a mi mejor amiga, ella me llevó al club y me ayudó a conseguir un puesto como mesera los fines de semana —me quedo callada un segundo—. Mi jefe me apoyó mucho durante el embarazo, y luego de dar a luz también. El sueldo que ganaba más las propinas me ayudaron a pagar los gastos y cuidar de mi hija.