A lo largo de la noche he intentado ignorar la presencia de Adam en el club.
Pero cada vez que paso por el salón, siento su mirada.
Me está poniendo los nervios de punta.
No importa si estoy llevando copas, tomando pedidos o fingiendo que no me importa.
Siempre que levanto la vista, ahí está.
Siguiéndome. Quemándome.
No de esa forma descarada que suelen hacerlo los hombres del club.
Lo suyo es distinto. Es una mirada curiosa, cálida... y eso me desarma más que cualquier flirteo.
Porque, aunque no quiera admitirlo —y no quiero—, me gusta.
Me encanta saber que no puede dejar de mirarme.
Y eso solo puede traerme problemas.
Para este punto, Adam ha logrado lo imposible: llamar la atención de medio club. Varias chicas se le acercaron con sonrisas que él devolvió con educación... para luego rechazarlas sin esfuerzo.
También ha llamado la atención de alguna de mis compañeras. No paran de cuchichear sobre él. Se están preguntando quién es y por qué está mirándome todo el tiempo.
Todos se han dado cuenta.
Incluido Daniel.
—¿Y ese quién es? —pregunta, apareciendo a mi lado con el ceño fruncido.
—Un cliente del bufete —respondo, sin mirarlo.
—¿Cliente o cita?
—Daniel, por favor...
No tengo fuerzas para hacer esto ahora.
—No tiene pinta de venir a firmar papeles —insiste—. Tiene cara de querer negociar otra cosa.
—Cállate.
—Nada más digo que si vas a tener una reunión nocturna con él, bien podrías invitarme.
Me hierve la sangre.
—Mira, sea cual sea la razón por la que vino, es problema mío, no tuyo —replico molesta—. Yo no te debo ninguna explicación.
—Solo quiero evitar que ese tipo se aproveche y termines haciendo algo que no quieres.
Su tono protector me crispa.
Soltando una risa seca, le contesto:
—¿Tan seguro estás de que no quiero?
Se queda callado.
Sé que le dolió.
Daniel y yo no tenemos una relación, pero por momentos se le olvida. Sin embargo, una parte de mí sabe que no todo es culpa suya.
La primera noche que estuvimos juntos fue una mezcla de alcohol y tristeza.
Yo estaba cansada, vacía. Quería sentir algo. Lo que fuera.
Él me acompañó, me hizo reír, y cuando me miró de esa forma, no tuve fuerzas para alejarme.
Se sintió tan bien volver a perderme en otra persona, sentir a alguien cerca, sentirme deseada...
Fue un error... aunque, por unos minutos, no lo pareciera.
—Será mejor que volvamos a trabajar —digo al fin, bajando la voz.
Daniel se aparta con gesto agrio y yo intento retomar mi ritmo, pero me cuesta.
El ambiente parece volverse más denso justo cuando una de las meseras sube al escenario y corta el aire con una canción muy famosa de Britney Spears.
I think I did it again
 I made you believe we're more than just friends
 Oh, baby
 It might seem like a crush
 But it doesn't mean that I'm serious
Curiosamente la canción habla sobre un chico enamorado de una chica que no siente lo mismo.
Ironías del destino.
Oops, I did it again
 I played with your heart
 Got lost in the game
 Oh, baby, baby
 Oops, you think I'm in love
 That I'm sent from above
 I'm not that innocent
Urania me lanza una mirada divertida desde el fondo, pero yo solo quiero desaparecer.
Que desastre.
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Horas después, el club comienza a vaciarse.
Recojo copas, limpio mesas, y sí: Adam sigue ahí. Mismo lugar, mismo gesto tranquilo.
Me acerco con la bandeja en la mano.
—Vamos a cerrar, ¿sabes?
—Perfecto —dice, levantándose—. ¿Cómo te irás?
—Con mi amiga —respondo enseguida.
—Creo que no —interrumpe Urania desde la barra, con una sonrisa demasiado inocente.
—¿Qué haces? —susurro entre dientes.
—Me surgió algo urgente, Brina. No iré a casa —dice, mirando directamente a Adam—. Pero seguro el señor Blake puede hacerlo, ¿no?
—Será un placer —responde él antes de que pueda decir algo o negarme.
—Urania... —la miro con una mezcla de súplica y amenaza.
Ella solo me guiña un ojo y se aleja silbando.
—No debiste ofrecerte —le digo, cruzándome de brazos.
—Lo hice encantado —responde Adam, con serenidad—. No me gusta la idea de que te vayas sola a esta hora.
—No sería la primera vez.
—Quizás. Pero podría ser la última si me dejas acompañarte.
Lo miro, intentando mantenerme firme, pero hay algo en su tono que no suena a galantería. Es preocupación genuina.
Y eso, de nuevo, me desarma.
Suspiro.
No tengo muchas opciones, y lo sabe.
—Está bien —cedo al fin—. Pero solo hasta la esquina.
—Lo que digas, ángel.
Camino hacia la salida con él detrás. El aire nocturno es fresco, y por un segundo, me parece que el mundo entero se ha quedado en silencio.
No digo nada mientras él abre la puerta del coche y me la sostiene, con ese gesto tranquilo que empieza a resultarme peligroso.