Sabrina
El aire de la madrugada parece más denso cuando nos subimos al coche.
Él abre la puerta del copiloto y espero a que rodee el auto antes de entrar. Cierro suavemente, intentando no hacer ruido, como si el silencio estuviera suspendido entre nosotros.
—¿Segura de que quieres que te deje "solo hasta la esquina"? —pregunta, sin ocultar una media sonrisa.
—Así me enseñaron —respondo—. Desconfiar de hombres bien vestidos que conducen coches caros es parte del manual de supervivencia.
—¿Y qué dice el manual sobre hombres que solo quieren asegurarse de que llegues bien a casa?
Lo miro de reojo. Esa calma... esa forma de hablar como si tuvieran todo el tiempo del mundo.
—Dice que no existen —respondo.
Ríe suave. Una de esas risas que se escuchan más en la garganta que en el aire.
El silencio vuelve. No incómodo, pero sí eléctrico.
Adam enciende el motor sin quitarme los ojos de encima. Bueno, no literalmente. Pero lo suficiente como para que mis manos empiecen a jugar nerviosas con el cinturón de seguridad.
Oigo cómo se activa el cierre centralizado y me recuesto un poco hacia la ventana, como si eso pudiera alejarme de lo que ocurre dentro del coche.
—¿Te molesta si pongo algo de música? —pregunta, con voz baja.
—No, adelante —respondo, sin pensar.
Él enciende la radio y la suave e hipnotizante voz de Cigarettes After Sex llena los altavoces.
I remember when I first noticed that you liked me back
Me muerdo el labio. ¿Por qué justo esa? Adam no dice nada, pero puedo verlo asentir apenas, como si aprobara la elección casual, o quizá... no lo fue tanto.
No comento nada. Pero sé que él oye cada una de mis inhalaciones. El ambiente se vuelve más íntimo, como si la noche se hubiera metido con nosotros al coche.
El camino avanza entre luces que se reflejan en el parabrisas. Ninguno de los dos habla. No necesitamos hacerlo; el silencio está demasiado cargado... de algo que me niego a nombrar.
Y cada vez que intento concentrarme en mi propio reflejo en la ventana, algo dentro de mí vuelve hacia él. Hacia el leve cambio en su respiración. Hacia sus manos en el volante, hacia cómo gira la muñeca cuando cambia de marcha.
Mi corazón late rápido. Demasiado rápido.
¿Por qué me está pasando esto con alguien a quien apenas conozco?
No tiene lógica. No tiene sentido. Y, sin embargo... ahí estoy. Sintiéndome como si lo hubiera esperado toda mi vida sin saberlo.
Se detiene frente a mi edificio. No apaga el motor todavía.
—Llegamos —dice, pero su voz es baja. Distinta.
Miro hacia adelante en lugar de girar hacia él. Sé que si lo hago... algo va a desbordarse en este coche.
Think I like you best when you're dressed in black from head to toe
Think I like you best when you're just with meAnd no one else
La canción sigue sonando, casi enredándose con nuestras respiraciones.
—Gracias... por el viaje a casa —susurro, sin levantar la mirada.
—Sabrina.
Mi nombre, dicho así. Con ese tono. Ese que no sabe ser neutral.
Me obligo a mirarlo.
Adam no está sonriendo.
Ya no.
Está serio. Pero no es enojo lo que hay en sus ojos. Es otra cosa. Algo que me derrite. Me quema.
Su mirada baja apenas a mis labios y puedo ver cómo traga saliva con dificultad.
Y yo... no pienso. Porque si lo hago, corro.
—¿Qué...? —empiezo a decir, pero no termino.
Se inclina hacia mí. Despacio. Muy despacio. Como si estuviera dándome el tiempo suficiente para huir... o para permitirlo.
Mi pecho se aprieta. No me muevo. No sé si quiero hacerlo.
Su mano deja el volante y la siento rozar mi rodilla. No es descarado. Es suave. Casi un ancla.
Y ahí estamos. Nuestros rostros a unos centímetros, su aliento chocando con el mío.
Dios.
No sabía hasta este segundo lo mucho que quería esto.
Cierro los ojos.
Hasta que...
—¡SABRINA!
Abro los ojos de golpe. Adam también se separa instintivamente, como si el silencio protector del coche hubiera explotado. Giro mi cabeza hacia fuera de la ventana.
Luca.
—¡Oye! ¡Yo sabía que eras tú! —grita desde la vereda, cargando una mochila de colores y una botella que probablemente no es de agua. Está con una chaqueta brillante, como si lo hubieran expulsado de una discoteca cósmica.
—Luca... —musito, con expresión de horror controlado.
Sonríe como si acabara de encontrar a su compañera de viaje en mitad de un festival.
—¡Iba justo a una fiesta! Invité a Urania, pero me dijo que me vaya al diablo —se acerca al coche, apoyándose en la puerta—. ¡¿Y tú?! ¿Vienes?
Le lanzo una mirada de súplica y furia mezcladas.
Lárgate.
Nada.
El idiota sigue sonriendo.
—Oye, ¿tú... siempre apareces así? —pregunta Adam, recuperando algo de compostura sin apartar la vista de él.
—¡Cuando el universo me llama, amigo! Y este grita "inesperado". —Lanza un guiño.
Yo cierro los ojos un segundo.
Ok, respira.
—En realidad estaba por subir ya —digo con una sonrisa forzada.
—Sí, sí, ya me di cuenta. ¡Pero tenía que pasar a saludar! —Luca le tiende la mano a Adam, emocionado—. Soy Luca. La energía que necesitabas sin saberlo.
Adam aprieta su mano con calma fingida. Que ahí no haya estallado el planeta es un milagro.