Notas Cruzadas

17| Celos.

Es domingo, y la casa huele a lavanda y gelatina de fresa

Sabrina

Es domingo, y la casa huele a lavanda y gelatina de fresa.

Maddie y yo estamos sentadas en el suelo de la sala, con nuestras caras cubiertas por una mascarilla verde menta que le hizo gracia desde que la vio en una tienda coreana. Yo la compré pensando que sería algo divertido para hacer juntas, y ahora ella está concentrada pintando sus uñas con un brillo infantil que parece escarcha congelada. Tiene la lengua afuera mientras se pasa el pincel por el dedo anular.

Completamente adorable.

—¿Crees que las sirenas se pintan las uñas, mami? —me pregunta sin mirarme, como si fuera una reflexión trascendental.

—Seguro que sí —le contesto—. Y apuesto a que usan glitter biodegradable.

Ella asiente, convencida, como si acabara de aprender una verdad absoluta de la vida. Yo me limito a sonreír, mientras trato de alcanzar mi taza de té con cuidado para que la mascarilla no se agriete.

Es un momento perfecto, de esos que desearía poder congelar.

La puerta de entrada se abre suavemente, pero no lo suficiente como para evitar que la voz de Urania retumbe en todo el departamento.

—¿Hay alguien vivo aquí o ya estamos todas disueltas en lociones baratas?

Lleva gafas de sol, moño alto desordenado, sudadera XL y algo de glitter en el cuello. No tengo que olerla para saber que huele a resaca.

—Te queda purpurina en el brazo.

—Si me acusas de asesinato, pide un abogado, no una mascarilla —masculla mientras se deja caer en el sofá.

—Dios, te ves terrible —le digo entre risas.

—Ni me lo digas —dice dramática—. Anoche fue... demasiado. Y no preguntes con quién terminé anoche—agrega, levantando un dedo.

Eso ya lo sé. Luca. Otra vez.

"Estaba borracha" será su excusa favorita, la que se repite como nota al pie en cada historia suya.

—Shhh —le digo en voz baja, señalando a Maddie—. Estamos hablando en modo confidencial.

Urania arquea una ceja. Luego mira a mi hija y comprende a lo que me refiero.

Se inclina hacia mí mientras Maddie sigue inmersa en su tarea.

—Entonces... ¿sobreviviste a tu regreso a casa con el sexy inversionista? —susurra.

Respiro hondo.

Ya sabía que la pregunta venía. Me había estado preparando, pero igual siento un pinchazo en el estómago cuando lo menciona.

—Casi nos besamos —le confieso por fin, apenas moviendo los labios.

Urania se endereza como si alguien hubiera activado un resorte en su espalda. Abre la boca bien grande.

—¿¡Quéeeee!? —gesticula, sin dejar salir ni un sonido. Se lo traga como si fuera lava hirviendo.

Me echo a reír en silencio, como si nos estuvieran espiando. Luego le cuento todo.

El auto. La canción, el semáforo, cómo se inclinó hacia mí. Las mariposas. El temblor en las manos. La maldita voz de Luca que lo arruinó todo. Cómo terminé huyendo hacia mi edificio queriendo procesar algo que... no terminé de procesar aún.

—¿Y tú? —le devuelvo la mirada.

Urania sonríe, se encoge de hombros.

—Ya te dije. Estaba borracha.

—Siempre dices lo mismo.

Levanto una ceja. Ella ríe.

—Ok, sí. Me quedé en su departamento. No me juzgues.

Nos quedamos un segundo en silencio y luego nos reímos bajito. Estoy a punto de hacerle una broma respecto a su rara relación con Luca cuando esuchamos:

—¡Luca es gracioso! —grita Maddie, desde el piso, sin mirarnos.

Urania y yo nos congelamos en el acto, mirándola.

¿Nos estuvo escuchando?

Espero a que Maddie suelte algún otro comentario que nos indique cuánto ha oído de nuestra conversación, pero no lo hace. Parece seguir en su mundo.

Suspiro y me paso los dedos por el cabello recogido con una pinza.

—Creo que me dejé llevar —admito al fin—. Me sentí demasiado cómoda con Adam. Y no puedo dejar que eso pase otra vez.

Urania me mira con una media sonrisa que no sé cómo interpretar.

—¿Por eso ayer estabas tan nerviosa cuando lo viste?

Asiento.

—No puedo... mezclar las cosas. Él es un cliente. Yo tengo a Maddie. Y, honestamente... sería una pérdida de tiempo

Urania no agrega nada más. Solo me abraza con un brazo y me deja caer la cabeza en su hombro. Sabe que no necesito más.

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Y así fue como me convencí de que podía fingir que no había pasado nada

Y así fue como me convencí de que podía fingir que no había pasado nada.

Durante dos semanas, me repetí el mismo discurso una y otra vez: ser profesional, mantener distancia, nada de risas prolongadas ni de miradas incómodas. Siendo honesta... funcionó. No del todo como quería, pero funcionó.

Adam y yo seguimos trabajando juntos. Él intentó hablar del casi beso varias veces, pero recuerdo haberlo detenido con una sonrisa tensa.

—Olvídalo, ¿sí? Fue un impulso. No tiene sentido hablar de eso.

—Sabrina...

—Señor Blake —le dije una vez, usando su apellido—, tenemos trabajo que hacer.

Al final, se rindió. El caballero dejó de insistir y la tensión se instaló como un muro de contención entre los dos.

Adam dejó de hacer chistes, de lanzarme esa sonrisa ladeada que sabía que me debilitaba. Y yo... bueno, yo fingí que no lo extrañaba.




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