Notas Cruzadas

18| Reto aceptado.

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f51734d3431327253575a5a666d513d3d2d3834333338373232372e313837353839393731616234633864313537313139383733373738362e706e67

Sabrina

Nunca pensé que un solo nombre pudiera causarme tanta intriga, pero lo hacía.

Romina.

¿Quién es Romina?

¿La novia? ¿Una amiga? ¿Un rol más elevado en la escala imaginaria de planes que Adam se niega a mencionar?

No debería importarme, ¿no? No somos nada. Apenas si me escribe y, cuando lo hace, solo me habla de trabajo. A pesar de eso, igual quiero saberlo todo.

Quiero entender por qué ella sí tiene acceso a él y yo no.

Me venía torturando desde hace días. Cada vez que me reunía con Adam, veía cómo su teléfono se encendía con mensajes de esa tal Romina.

No dije nada, por supuesto. Fingí que no me afectaba. Pero claro que lo hacía.

Y ahora, mírame: en pleno proceso de arreglarme para un evento al que ni siquiera tengo ganas de ir… o al menos eso me repetía, entre base y corrector. Sabía que era importante para el bufete, para mi jefa, para mi futuro, y todo eso. Pero había otra razón, muy invisibilizada —y absurda— que no quería admitir.

—¿Estás celosa? —me había preguntado Urania hace dos noches cuando, sin querer, solté que lo había visto reírse de algo en su teléfono.

—No. ¿Qué dices? —le respondí.

Ella cruzó los brazos, con esa ceja altiva que usa cuando sabe que estoy mintiendo.

—Sabrina, es normal. Igual deberías recordar que ese tipo de cosas no te pueden afectar si no tienes expectativas —murmuró, como la amiga objetiva que intenta no fastidiarte, pero falla.

—No me afecta. En serio —le dije—. Solo… da igual. Al final todos son iguales. Adam no estaba tan interesado como parecía al principio. Ya lo entendí. Me dejó en paz, como yo quería.

Ella asintió, pero su expresión fue un “claro que sí, reina”.

—Brina, si de verdad no te importa, vamos a esa fiesta —dice sonriendo—. Yo misma veré a ese tipo con mis propios ojos. Y si está con esa misteriosa Romina, pues mejor. Demostrarás que no te mueve ni un pelo.

Ese viejísimo instinto competitivo —el mismo que me hizo sacar dieces solo porque un imbécil me dijo que no podía— fue el que habló. No quise darle el gusto, pero prácticamente me reto. Así que acepté. Accedí a ir al evento, solo para demostrar que Urania estaba equivocada. Que yo no estaba en lo absoluto afectada.

No iba a permitir que tuviera la razón.

Me miro en el espejo por quinta vez. Llevo un vestido rosa de un solo hombro, con una manga amplia que cae como una cascada desde un nudo en mi costado izquierdo. Marco la cintura y la falda se abre, ligera, sobre mis piernas. No es demasiado formal, pero tampoco sencillo. Me hace sentir bonita… y sexy.

No es que quiera verme así de manera intencional. Realmente no me importa impresionar a alguien hoy. Tampoco me interesa ver si el labial rojo frambuesa queda muy fuerte o solo sutilmente coqueto.

Maldición.

Salgo de mi cuarto en cuanto siento que la culpa de tardar más me está por consumir. Me dirijo a la habitación de Maddie, quien ya está bajo las sábanas con su pijama de corazones. Apenas me ve, su cara se ilumina.

—¡Mamá! ¡Te ves como una súper modelo! —exclama.

—¿Sí? ¿Me parezco a Gigi Hadid o a Kendall Jenner? —bromeo, haciéndole una pose exagerada.

—A… a Kendigi —responde, uniéndolas como si fuera el nombre de una princesa anulada.

Su ternura me inunda. Maddie, es de las niñas más dulces que conozco.

—¿Puedo ir contigo? Prometo, lo juro, que me porto bien —dice, y aunque sonríe, noto que está ansiosa al saber que me voy.

Mi pecho se encoge. Últimamente, las veces que debo dejarla con Mica se han vuelto más frecuentes. Ya no tengo tanto control de mis horarios. Pero sé que todo tiene fecha de caducidad: estoy a meses de graduarme, de por fin dejar el club, de poder estar al cien por ciento en el bufete. Solo que… estos meses no se sienten tan cortos como deberían.

—No es que no quiera llevarte, mi amor —le explico, agachándome a su lado— pero es una fiesta para adultos. No habrán otros niños para que jueguen contigo.

Ella asiente, resignada, con un pequeño puchero. Dice que me entiende, pero veo como sus ojitos comienzan a llenarse de lágrimas. Antes de que las suelte, la rescato:

—¿Qué te parece si mañana vienes al bufete conmigo? Te dejo dibujando mientras trabajo. Preguntamos a Leonora y seguro que dice que sí.

—¿Y puedo usar tus plumones nuevos?

—Hasta los rosados de brillantina —le susurro. Eso la hace sonreír.

Maddie ama ir a la oficina. Se sienta a mi lado con papel y lápices, y todo el mundo muere de ternura.

En ese instante, Urania aparece en la puerta con un vestido verde de capas superpuestas, corto.

—Tía Urania, ¡te ves linda! —dice mi hija.

—¡Niña Maddie! —exclama— ¡Mira esa carita! No puedes ser tan hermosa.

Maddie se ruboriza y entierra su cara en la almohada.

—Nos vamos a ver como dos reinas en ese restaurante, Brina —dice Urania mirándome.

—Lo intentaré —respondo, aunque no sé si mi estómago sostiene la idea.

El timbre del departamento suena y Maddie sale disparada.

—¡MICAAA! —grita eufórica, y se abalanza sobre la mujer que acaba de entrar.

―Ay, mi niña —dice Mica, llenándola de besos. Después nos mira a nosotras—. Están hermosas, pero será mejor que se apuren si quieren llegar a tiempo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.