Sabrina
No puedo negar que fue incómodo.
De hecho, fue terriblemente incómodo.
Desde el momento en que vi a Adam y Romina juntos, saludándose como si fueran los protagonistas de una comedia romántica, sentí cómo se me helaba la sangre. Apenas pude mantener la compostura el tiempo suficiente para no parecer una loca, pero tan pronto tuve una excusa, corrí al baño.
Me quedé allí varios minutos, fingiendo que revisaba el maquillaje, aunque lo único que hacía era recuperar el aire. Cuando por fin salí, me escabullí entre el resto de mis compañeros del bufete, como si esconderme en medio de ellos fuera suficiente para que el mundo dejara de girar.
Ya había pasado un buen rato desde ese encuentro, y el evento estaba en su punto más alto. Habíamos conocido a los dueños del restaurante, nos habían servido platos deliciosos, y ahora una banda local tocaba en un pequeño escenario improvisado, mientras la gente se animaba a bailar.
Las luces cálidas del techo colgaban como estrellas sobre nosotros, y todo parecía perfecto.
Excepto por el hecho de que cada vez que levantaba la vista, lo veía a Adam. Bailando con Romina.
Reía de cualquier cosa que ella dijera. La miraba con adoración, la misma que usó conmigo en más de una ocasión, y que yo decidí ignorar. Romina lo abrazaba cada tanto, y él no solo no se apartaba, sino que correspondía.
Una escena digna de película.
Tragué saliva y fingí interés en la conversación de mi mesa. Mis compañeros hablaban sobre casos, ascensos, viajes y cosas sin importancia. Urania, sentada frente a mí, me observaba con ese aire cómplice que la caracteriza. Ella siempre nota todo lo que me pasa.
Y no necesitó mucho para descubrirme.
—¿Estás lista para admitir que te mueres de celos o o planeas disimular al menos un poco? —preguntó, inclinándose hacia mí con media sonrisa.
—No sé de qué hablas —murmuré, bajando la vista hacia mi copa.
—Ah, claro, no sabes —replicó en tono suave, aunque sin rastro de burla—. Llevas diez minutos moviendo el vino sin tomar un sorbo, y tus ojos están tan fijos en ellos que si los miraras un poco más podrías incendiar la pista de baile.
—Urania… —susurré, incómoda.
—Sabrina —me interrumpió ella—, no se va a acabar el mundo porque te guste un chico.
Capaz no el mundo entero, pero sí el mío.
Negué con la cabeza, intentando sonreír.
—No es eso.
—Sí lo es —insistió, apoyando los codos sobre la mesa—. Y no tiene nada de malo.
Suspiré, bajando la voz.
—Bien. Tal vez estoy un poco celosa, ¿de acuerdo? —confesé, apenas audible—. Pero sé que no tengo ningún derecho de estarlo. Fui yo quien decidió mantener las cosas profesionales. Fui yo quien lo alejó.
Urania me miró con ternura, sin decir nada al principio. Luego, asintió.
—Tienes razón. Pero no te castigues por eso. Lo que hiciste fue aparentemente lo correcto, sí, pero eso no significa que no te arrepientas.
—Da igual. No quiero hablar de esto —le dije con una sonrisa cansada, y antes de que pudiera insistir, añadí—: Iré a tomar un poco de aire.
Me levanté y caminé hacia el balcón, esquivando a la gente que bailaba y reía.
El aire fresco me recibió con un escalofrío. Bralla tenía esa manera de recordarte que el otoño estaba más cerca de lo que parecía.
Apoyé los codos en la barandilla y miré las luces de la ciudad. Desde ahí, las risas y la música sonaban distantes, como si pertenecieran a otra vida.
Mi mente andaba a mil por hora y me pregunté, no por primera vez, qué habría pasado si hubiera permitido que las cosas siguieran su curso con Adam.
Si no hubiera puesto barreras. Si no me hubiera asustado.
Adam me gustaba. Lo admitía, aunque solo en mi cabeza. Era tonto que me lo negara.
Me gustaba su forma de hablar, su calma, su manera de escuchar, de hacerme sentir vista. Pero también sabía que no estaba lista.
No después de Logan.
Cerré los ojos al recordarlo.
A veces, cuando pienso en él, todavía me duele. No por lo que hubo, sino por lo que no fue.
Si tan solo las cosas hubieran sido diferentes…
¿Seguiríamos juntos?
No.
Ahora lo sé con certeza.
Cuando era adolescente pensaba que pasaría el resto de mi vida con él. Ahora, como adulta, sé que no hubiéramos sobrevivido a estar más de dos años juntos.
Si me pongo a pensar, nunca tuvimos mucho en común. La relación se sostenía más por el hecho de que pertenecíamos a familias poderosas y lo que se suponía se esperaba de nosotros: casarnos con gente de nuestro mismo nivel para seguir manteniendo el prestigio. Pese a eso, me habría gustado separarnos en buenos términos.
Me hubiera gustado que Maddie tuviera una figura paterna.
Si las cosas hubieran sido diferentes, quizá no habría terminado tan decepcionada del género masculino.
Tal vez no tendría tanto miedo de amar.
Porque, siendo sincera, no alejé a Adam porque fuera mi cliente. Esa siempre fue mi excusa, mi refugio.
Lo alejé porque tengo miedo.
Miedo de volver a abrirme, de volver a confiar, y de que todo termine igual: con alguien marchándose y yo recogiendo los pedazos.
Un viento fuerte me sacó de mis pensamientos.
A medida que pasaban las horas la noche se volvía más fría. Crucé los brazos, frotando la piel desnuda que sobresalía del vestido.