Sabrina
Tres días.
Tres malditos días desde que Adam me dijo que le diera un mes para demostrarme que yo no era un juego para él.
Treinta días para... ¿qué?
Para convencerme de algo que yo ni siquiera le pedí.
Treinta días que no acepté.
Treinta días que él simplemente ignoró.
Porque después de soltar su discurso bonito, intenso, casi convincente... desapareció.
Ni un mensaje.
Ni una llamada.
Nada.
Y yo acá, sintiéndome idiota por pensar en él. Por esperar algo que nunca llegó.
La música del club retumba dentro de mi cuerpo, las luces moradas parpadean y la voz del animador me saca de mis pensamientos.
—¿¡La están pasando bieeeen!? —grita, y la gente responde con entusiasmo, chillidos, vasos chocando.
El animador mira hacia mí y me hace la seña con el brazo.
—Es momento del show de la noche, a cargo de nuestra bella camarera.
Respiro hondo.
Es sábado por la noche, el club está repleto, y me toca subir a cantar.
Lo que me faltaba.
Las primeras notas retumban, bajas, sensuales, tensas.
Tomo el micrófono y avanzo al centro del escenario.
This is a man's world
This is a man's world
But it wouldn't be nothingWithout a woman or a girl
Las luces me ciegan un poco, pero no lo suficiente como para borrar la imagen de Adam repitiendo "un mes".
Qué estupidez.
Pero la culpa es mía. Solo a mí se me ocurre creerle a un hombre.
Otra vez.
You see, man made the cars
To take us over the roads
Man made the train
Carry the heavy loads
Empiezo a cantar y siento el nudo en la garganta convertirse en gasolina.
Cada verso sobre lo que este "mundo de hombres" exige, roba, pretende, se siente personal.
Man made the electric light
Take us out of the dark
Man made a boat for the water
Like Noah made the ark
Todos parecen iguales.
Dicen cosas bonitas.
Prometen cosas grandes.
Y cuando llega el momento de cumplir, cuando por fin llega lo difícil... se esfuman.
This is a man's, a man's, a man's world
But it wouldn't be nothing
Nothing without a woman or a girl
Cierro los ojos en el coro, sintiendo la rabia hervir debajo de mi piel.
Termino la canción entre aplausos, pero no siento nada.
Solo presión en el pecho.
Cuando bajo del escenario, Luna, una de las meseras del club, se acerca abanicándose con la mano.
—Sabrina... estabas endiablada. Casi me asustas desde allá atrás —dice riendo—. Esa canción la cantaste con odio puro.
Dios. Necesito calmarme.
—Me metí en el papel —digo sin ganas, encogiéndome de hombros.
Ella me mira con cara de "no te creo ni la mitad", pero no insiste.
Olvidándome de Luna, sigo trabajando. Recibo pedidos, atiendo mesas, le sonrío a la gente y trato de ser lo más rápida posible, yendo de un lado a otro. El trabajo esta noche está pesado, como todos los sábados, y ya me siento cansada. Todo iba aparentemente bien, hasta que mi celular vibra dentro de mi mandil.
Mi corazón se detiene.
No tengo muchas personas que necesiten contactarse conmigo, menos un sábado por la noche. La única persona que podría necesitar de mí tiene seis años, deja sus dientes bajo la almohada y está convencida de que el hada existe y la vigila. Ella no debería estar llamando, porque se supone que Mica la está cuidando. Así que pienso lo peor.
Algo pasó.
Saco mi celular lo más rápido que puedo y, en cuanto veo el nombre en la pantalla, la preocupación se me esfuma y la rabia toma su lugar al instante.
Adam: Te ves hermosa esta noche.
Mi estómago se revuelve.
Levanto la vista con el ceño fruncido.
Y ahí está.
Sentado unas mesas atrás, con la camisa negra remangada, el pelo ligeramente desordenado, y esa maldita expresión de "sé que me estás mirando".
No se me pasa por alto que se ve ridículamente sexy. Lo cual, obvio, me enoja todavía más.
Es injusto que yo lo note.
Finjo no haberlo visto y camino directo a una mesa de chicas.
—Chicas, ¿qué van a tomar? —pregunto sacando la libreta.
Una rubia sonríe demasiado emocionada.
—¿Crees que podrías traernos cinco cervezas?
Le sonrío.
—Claro, ya vuelvo.
Tomo el pedido y cuando me giro, choco contra un torso duro. Y caliente.
—Hola, ángel —dice Adam, con esa voz grave que debería estar prohibida.
Lo miro con una expresión completamente plana.
—Que sorpresa verte aquí —digo mientras camino hacia el bar para entregar el pedido, tratando de sonar neutral, pero seguramente suena a reclamo.
Él va detrás de mí.
—¿Estás bien? —pregunta, caminando a mi lado.
—¿Y por qué no lo estaría? —respondo con ironía, sin detenerme.
—No sé, te noto... rara.