Sabrina
Todavía me tiemblas las piernas.
No debería, han pasado más de quince minutos desde que Adam se alejó de mí —con esa sonrisa estúpidamente satisfecha—, pero mi cuerpo sigue convencido de que su boca está pegada a la mía. Y no ayuda en nada que esté caminando por el pasillo del club como si fuera un alma en pena, tocándome los labios cada tres pasos como una idiota enamorada. O poseída. O ambas.
Me apoyo un segundo más en la pared, intentando recuperar el aliento. Todavía siento un cosquilleo caliente subiendo por mis piernas. Si intento caminar muy rápido, se nota. Y no sé qué es peor: que alguien lo note... o que yo lo disfrute.
Qué vergüenza.
Reúno la poca dignidad que me queda, me arreglo el cabello, acomodo mi ropa para parecer... normal. No una mujer que acaba de perder la cabeza en la bodega de su trabajo. Me fijo en mi reflejo en el celular: mejillas rojas, ojos brillantes, labios hinchados.
Estupendo, Sabrina. Súper profesional.
Apenas doy tres pasos hacia la barra, casi me estrello contra Urania.
—¡Ah! —dice ella, sobresaltándose—. ¿Qué haces aquí atrás? Te estaba buscando.
Me detengo en seco.
Perfecto.
Justo lo que necesitaba: un testigo de mi degradación emocional.
Cuando me ve de cerca, sus ojos no tardan ni medio segundo en volverse sospechosos.
—A ver, ¿por qué tienes cara de haber visto a Dios y sobrevivido para contarlo? —pregunta, cruzándose de brazos —. ¿Y por qué Adam salió como si hubiera ganado la Champions?
Trago saliva. No estoy lista.
No estoy preparada para esto.
No estoy preparada para ninguna pregunta sobre nada que involucre mi cuerpo temblando todavía.
—No salió como nada, solo... salió —respondo, intentando sonar casual.
Fracaso rotundo.
—Ajá —Urania entrecierra los ojos—. ¿Y por qué te estás tocando los labios como si te hubieran besado hace diez minutos?
—Quince —corrijo antes de poder evitarlo.
Ahí está: mi derrota pública.
—¡Lo sabía! —grita, lanzando una toalla al aire como si fuera confeti—. ¿Qué pasó? ¿Qué me perdí? ¿Hubo lengua?
—Shhh... cállate —exclamo, mirando alarmada a la gente del club.
Todos están muy concentrados animando al grupo de amigos que canta This Love de Maroon 5 en el escenario, mientras nuestros compañeros siguen yendo y viniendo con pedidos.
Urania se inclina hacia mí, riéndose como si mi miseria fuera un episodio premium de Netflix.
—¿Te gustó? —pregunta.
—Ese no es el punto.
—Es totalmente el punto —responde sin dudar.
Desvío la mirada. Mis manos siguen inquietas, como si no supieran dónde ponerse.
Estoy demasiado consciente de mi cuerpo , de cómo reaccionó, de cómo quiso más, de cómo todavía lo siento en la piel.
Y eso es justamente lo que me asusta.
Yo no reacciono así.
Nunca.
Con nadie.
—Fue... —susurro, buscando la palabra exacta—. Intenso.
Urania sonríe de una forma que me dan ganas de lanzarle una silla.
—Y ahora, ¿qué? —pregunta.
Suspiro y saco mi celular. Le muestro el mensaje que me mandó hace unos minutos.
Adam: Nos vemos mañana. Dime qué hora te viene bien. Quiero llevarte a cenar.
Ni siquiera fue una pregunta. Fue una declaración.
Y lo peor es que ya acepté.
Urania chilla.
—Dime que no vas a cancelar —dice, cruzándose de brazos.
—No lo sé —murmuro, ordenando copas para fingir que estoy ocupada—. No puedo decidir de la noche a la mañana. Tengo que estar con mi hija.
Mi amiga me mira como si acabara de anunciar que el cielo es azul.
—Brina, yo la cuido.
Levanto la cabeza, sorprendida.
—¿Tú?
—Sí, ¿qué pasa? Amo a esa niña. Le hago macarrones, le pongo una película de Disney y listo. Mejor cuidado que contigo está.
—Oye...
—Es broma. Pero igual lo hago —dice levantando las manos—. Ve a tu cita.
Muerdo mi labio inferior.
Parte de mí quiere decir que sí sin pensarlo, mientras que la otra parte está aterrada. No solo por la cita, sino por lo que pasó hoy.
Por lo rápido que perdí la cabeza.
Por lo intenso que fue.
Por lo fácil que es caer en él.
—No sé si debería —murmuro.
Por primera vez, Urania me mira sin bromas, sin ironías.
—Sabes que no tienes que casarte con él mañana —dice con calma—. Es solo una cena. No te compliques más de lo necesario.
Mi garganta se aprieta un poco.
Tiene razón.
Y odio que tenga razón.
—Piénsalo —añade, volviendo a atender mesas—. Y si dices que sí, yo mañana soy niñera oficial.
Cuando se aleja, apoyo los codos en la barra y entierro la cara entre mis manos.
Mi corazón sigue acelerado.
Mis piernas siguen temblando.
Y mis labios... mis labios todavía guardan la forma exacta del beso de Adam.
Es solo una cena.
Solo una cita.
Solo un hombre.
Pero nada en mí se siente "solo".
Nada en mí se siente indiferente.
Y esa es precisamente la parte que más me asusta.
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