Aiden Blackwood
Theo seguía mirándome como si esperara que en cualquier momento dijera que todo era una broma. Pero yo no estaba bromeando.
—Mira, Aiden, no quiero sonar insensible, pero lo que estás diciendo suena… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Suena como si hubieras visto demasiadas películas románticas de viajes en el tiempo o algo así.
—¿Crees que estoy loco? —pregunté sin rodeos.
Theo se rascó la barbilla, pensándolo un segundo.
—No loco. Solo… tal vez demasiado metido en la idea de este sueño.
—No es solo una idea, Theo. No me entiendes.
—Porque no tiene sentido, Aiden. Sueños son sueños. No son mensajes del universo ni señales de vidas pasadas ni ninguna mierda de esas.
Me hundí en mi asiento, exasperado.
—Pero se siente real. Más real de lo que cualquier sueño debería sentirse.
—Está bien, aceptemos que el sueño se siente real. ¿Y qué? ¿Cuál es tu plan?
No respondí de inmediato.
—Tengo que encontrarla.
Theo dejó escapar una carcajada corta y seca.
—¿Perdón?
—Tengo que encontrarla. —Esta vez mi voz sonó más firme.
—Aiden… no sabes ni cómo se ve.
—Pero sé que está aquí.
—¿Aquí dónde? —abrió los brazos en un gesto dramático—. ¿En la ciudad? ¿En el país? ¿En el maldito planeta?
—Aquí. En esta ciudad.
Theo me miró fijamente, como si esperara que dijera que era una broma. Pero cuando vio que no lo era, su expresión cambió.
—Espera. ¿Cómo lo sabes?
—No lo sé. Solo lo siento.
Theo suspiró, frotándose el rostro con ambas manos.
—No puedo creer que estés considerando esto.
—No es considerar, Theo. Es algo que tengo que hacer.
—¿Y qué harás? ¿Caminarás por toda la ciudad preguntándole a cada mujer si ha aparecido en tus sueños?
—No. —Me incliné hacia adelante, sintiendo mi pulso acelerarse—. Pero hay algo en esos sueños… Ella siempre baila. Es una bailarina.
—Oh, claro. Porque eso lo hace más fácil. Solo hay un millón de academias de baile en la ciudad.
Ignoré su sarcasmo.
—Tengo que empezar por algún lado.
Theo me estudió un momento y luego dejó escapar un resoplido.
—Estás hablando en serio.
—Sí.
—No hay manera de hacerte cambiar de opinión, ¿verdad?
—No.
Theo sacudió la cabeza con incredulidad, pero luego sonrió.
—Joder… Está bien. Quiero ver a dónde lleva esto.
Lo miré sorprendido.
—¿Eso significa que me ayudarás?
Se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir? Me encantan las historias de locos.
Sonreí por primera vez en todo el día.
No tenía pruebas, no tenía lógica, pero tenía algo dentro de mí que me decía que ella estaba aquí.
Y la encontraría.
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Editado: 14.03.2025