Aiden Blackwood
La mañana llegó rápidamente después de la conversación con Theo, pero no sentí que hubiera dormido en absoluto. Los recuerdos del sueño seguían dando vueltas en mi cabeza, y la imagen del árbol, con su sombra protectora, seguía en mi mente, como una brújula que me guiaba hacia algún destino incierto. A pesar de mis dudas, algo me impulsaba a seguir adelante.
La computadora estaba encendida frente a mí, con la pantalla mostrando varias páginas sobre el "Roble de los Deseos". Theo había enviado varios enlaces sobre leyendas, árboles antiguos y lugares donde supuestamente podía encontrarlo. Las historias variaban, pero había algo en común: los que lograban encontrar el árbol experimentaban una revelación sobre su pasado, a veces recuerdos de vidas anteriores, otras veces de decisiones no tomadas, pero siempre con la sensación de haber tocado algo profundo y verdadero.
Me levanté del escritorio, caminé hasta la ventana y observé la ciudad a través del cristal. Las luces del amanecer comenzaban a iluminar las calles, pero mi mente seguía perdida en el pasado. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué los recuerdos de esta mujer, esta bailarina, se sentían tan reales?
Mi teléfono vibró en la mesa, y al verlo, vi el mensaje de Theo: "Aiden, he encontrado un mapa. Es una caminata larga, pero podría ser el lugar. El Roble está en un área alejada de la ciudad. Vamos a ir en coche."
Le respondí rápidamente: "Gracias, Theo. Prepárate. Salgo en una hora."
El nerviosismo comenzó a apoderarse de mí. Iba a hacer algo arriesgado, algo que, si no funcionaba, podría dejarme con más preguntas que respuestas. Pero no podía dejarlo pasar. Algo en mi interior me decía que este viaje era necesario.
Pasaron 45 minutos antes de que llegara al lugar donde Theo había quedado de encontrarnos. Su coche ya estaba estacionado, y él me esperaba en la entrada con una mochila al hombro.
—¿Estás listo para esto? —preguntó, con una sonrisa de complicidad, pero también con una sombra de duda en sus ojos.
—No tengo idea de qué esperar. —respondí, apretando la mochila que llevaba. —Pero tengo que hacerlo.
—Lo sé, hermano. Lo sé. —Theo se subió al asiento del copiloto mientras yo arrancaba el motor del coche. El viaje hacia el lugar no fue corto; tuvimos que conducir durante más de una hora, adentrándonos en caminos poco transitados, rodeados de campos y bosques. A medida que nos acercábamos, el aire se volvía más fresco, más limpio. La sensación de estar alejados de la ciudad era palpable, y con cada kilómetro que avanzábamos, sentía cómo mi ansiedad aumentaba.
Finalmente, llegamos a un claro en el bosque, donde un grupo de árboles se alzaban imponentes. A lo lejos, pude ver una figura solitaria en el horizonte. El Roble.
Era enorme. Mucho más grande de lo que había imaginado. Sus ramas se extendían hacia el cielo, y su tronco parecía un gigante entre los demás árboles. No era el tipo de árbol que verías en un parque o en un jardín. Este tenía siglos, tal vez más. Cada grieta en su corteza parecía contar una historia, y las hojas, aunque no eran las mismas del sueño, sí emitían una energía similar.
—Ahí está. —dije en voz baja, casi sin poder creerlo.
Theo también lo vio, y sus ojos brillaron con una mezcla de asombro y cautela.
—Increíble. —dijo él, ajustándose la mochila mientras se acercaba al árbol. —¿Qué vamos a hacer ahora?
—Quiero estar solo un momento. —respondí. —Necesito verlo de cerca, sentirlo.
Me alejé unos pasos, dejando que Theo me siguiera a distancia. Me acerqué al Roble, toqué su tronco, y sentí una corriente extraña recorrer mi cuerpo, como si una ola de energía hubiera invadido todo mi ser. Cerré los ojos un momento, dejando que el silencio lo envolviera todo.
Mi mente empezó a viajar de nuevo. La escena que había soñado comenzó a tomar forma, como si los recuerdos comenzaran a encajar uno por uno. La imagen de ella, bailando bajo las luces, me llegó más fuerte que nunca.
De repente, escuché su risa.
Una risa que solo yo conocía.
Abrí los ojos, pero no podía verla. Aún no.
—Mariposa… —dije en voz baja, como si susurrara al viento.
—¿Qué dijiste? —Theo se acercó, interrumpiendo el momento.
Me giré hacia él, y por un segundo, me sentí como si hubiera sido transportado a otro lugar, a otra época.
—Mariposa. —repetí, esta vez mirando fijamente el tronco del árbol. —Así la llamaba. No sé por qué, pero era su apodo. Me siento… como si estuviera volando cuando pienso en ella. Era tan única… tan… etérea.
Theo no dijo nada. Solo me observó, sabiendo que había algo en mí que había cambiado, algo que ya no podía negar.
—¿Vamos a seguir buscando pistas? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
—Sí, pero ahora lo que tengo que hacer es encontrarla. —respondí, con firmeza. —Tengo que encontrar a mi Mariposa.
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Editado: 14.03.2025