Odette Laurent
Estaba en los vestidores, lista para salir al escenario, cuando el caos empezó a envolverme. La última cosa que esperábamos era que el violinista, que debía acompañar mi baile, no apareciera. Me sentía nerviosa, mi corazón latía rápido, y el ambiente en los camerinos estaba cargado de tensión. Todos corrían de un lado a otro, tratando de solucionar el problema.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó mi manager, visiblemente frustrado.
—No hay nada que podamos hacer. —respondí, tratando de mantener la calma. —Saldré igual, y si no hay música, bailaré en silencio. Pero saldré.
Pero antes de que pudiera añadir algo más, un chico con el rostro algo nervioso y un violín en las manos apareció en el escenario. Era él. Un extraño con una presencia que de alguna manera me resultaba… familiar. La luz del escenario se posó sobre él, y, sin pensarlo, me vi atrapada por la melodía que comenzó a salir de su violín.
Al principio, el sonido fue suave, casi como un susurro. Pero algo en esa música me hizo detenerme. Era como si la melodía estuviera llamándome, como si esa música estuviera escrita solo para mí. Mi cuerpo comenzó a moverse por sí mismo, sin que pudiera controlarlo. No sabía por qué, pero la danza brotó de mis pies como si estuviera guiada por una fuerza invisible.
Miré hacia él, tratando de comprender qué estaba pasando. El violín, que antes sonaba como un eco lejano, ahora parecía envolverme con su magia. Y con cada nota, mi cuerpo se movía más y más, como si estuviera siguiendo el ritmo de algo muy profundo, algo que parecía venir de un lugar lejano y, sin embargo, tan cercano.
Era como si el sonido me hubiera transportado a un lugar que no conocía, un lugar lleno de luz y sombras que jugaban con mis recuerdos. Algo dentro de mí, en lo más profundo, me decía que conocía esa melodía. Pero ¿de dónde? ¿De cuándo? Mi mente se nubló por un instante, pero decidí seguir bailando. Me dejé llevar.
Al principio, los movimientos fueron suaves, como una caricia, mi cuerpo deslizándose por el escenario con fluidez. Luego, las notas del violín se volvieron más intensas y rápidas, y mi danza también. Sentí que mi cuerpo se deshacía en giros, en saltos, en caídas, como si estuviera volando. Pero lo más extraño de todo fue que, por más que trataba de pensar en el por qué, no encontraba respuesta. Solo sabía que estaba disfrutando de algo hermoso.
Mis pies se movían solos, como si el suelo bajo ellos fuera una extensión de mi alma, como si cada movimiento estuviera predestinado, como si hubiera sido diseñado para mí y para esta música. Algo en mi pecho se apretaba mientras sentía la conexión, la familiaridad de la melodía. Era tan real, tan vivo, que casi podía ver todo a través de mi mente, como si un recuerdo se estuviera formando, pero no podía reconocerlo.
El violín seguía tocando, y con cada vibración de las cuerdas, mi cuerpo respondía de la misma forma. Era como un baile sin fin, sin palabras, solo música. Vi a la audiencia ante mí, pero no podía dejar de enfocarme en el chico con el violín. Había algo en su mirada, algo en su forma de tocar, que me estaba desterrando de la realidad.
Cada vez que giraba, mi mente volvía a la misma pregunta. ¿Por qué este sentimiento me resultaba tan familiar? La música, los movimientos, las luces del escenario. Todo era tan… vivido. Como si hubiera estado aquí antes, en algún otro lugar, en otro tiempo. Mi corazón latía al ritmo del violín, y por un segundo, sentí que algo en mí estaba despertando. Pero aún no sabía qué.
Y entonces, mientras seguía moviéndome al compás de las notas, una leve imagen se formó en mi mente: una figura. Él. La sensación era tan intensa que por un momento sentí que mi cuerpo perdía el control. Mi respiración se aceleró, mi piel se erizó, pero no podía parar. Algo dentro de mí me lo pedía.
El violín sonaba con más fuerza, y a medida que el tiempo pasaba, la conexión entre mi danza y la melodía se profundizaba. Era como si ambos estuviéramos atrapados en el mismo universo, creando algo que no sabíamos si existía en este mundo o en otro. La magia del momento era tan profunda que la audiencia comenzó a sollozar, algunos incluso estaban llorando. La belleza de lo que estaba sucediendo era indescriptible.
A medida que la música llegaba a su clímax, mis movimientos se volvieron más rápidos, más intensos. Ya no era solo un baile, era una historia, una historia de amor, de pérdida y de encuentro. Y mientras me dejaba llevar por la melodía, un pensamiento cruzó mi mente con fuerza. Algo me decía que, aunque no recordara su rostro, lo conocía. Lo había conocido antes.
El violín de él se apagó lentamente, y yo terminé mi último giro, con los brazos extendidos hacia el cielo. La última nota resonó en el aire, y el silencio se apoderó del teatro por un instante. La magia de ese momento seguía flotando, como si el tiempo se hubiera detenido.
El público no pudo evitar estallar en un aplauso estruendoso. A lo lejos, podía escuchar sus sollozos, sus gritos de asombro. Pero mi mente estaba en otro lugar, atrapada en una emoción que no podía definir. Algo en mí se había despertado, pero aún no sabía qué.
Miré al violinista, que estaba parado allí, con su violín en la mano. Sin saber por qué, sentí una necesidad urgente de acercarme a él.
#1227 en Fantasía
#147 en Paranormal
#52 en Mística
reencarnación, dioses romance fantasia, reencarnaciones dioses maldiciones
Editado: 14.03.2025