Notas De Un Sobreviviente

Ojos abiertos

Abrí los ojos y respiré hondo. El aire helado me abrazaba los pulmones, me dolía con solo moverme. Apoyando un codo sobre el áspero asfalto, apreté los dientes y me levanté un poco. La oscura bruma se disipó ante mí y algo apareció entre la neblina.
Ruinas sin vida...
Ni un alma...
¿Qué pasó aquí? ¿Dónde estoy? ¿Qué hago ahora? Temblaba sin control. Debía trazar un plan: necesitaba moverme mientras aún tenía fuerzas. El viento comenzó a ulular, arrojándome a la cara arena y polvo que se me pegaba a los ojos, la nariz y la boca. No podía dejar de toser.
Había un edificio justo a mi lado. Podría refugiarme allí. El dolor era insoportable, pero me puse en pie y avancé tambaleándome. 

Mientras caminaba, aunque mis piernas apenas lograban avanzar, nuevas preguntas asaltaron mi mente. Preguntas que no podía responder.
¿Quién soy? ¿De dónde soy? ¿Cómo llegué aquí? 
Traté de rememorar un mínimo atisbo de mi pasado, pero no hubo manera.
El edificio estaba vacío y, por lo que parece, llevaba mucho tiempo así. Las puertas de los apartamentos estaban cerradas, pero logré colarme en uno a través de un agujero en la pared.
Muebles rotos, plantas muertas, platos rotos por el suelo, los libros esparcidos de un librería volcada... Sentado en la única silla intacta, siento el rugido de mis tripas. Necesito comida.
Hace tiempo que las verduras del frigorífico habían pasado a ser lodo apestoso, pero en el estante inferior del armario desvencijado encontré cerillas, trigo sarraceno y una lata de carne guisada. ¡Dar con esa latita fue como si me hubiera tocado la lotería! 

La comida me ha hecho recuperar fuerzas. Hasta el dolor ha disminuido.
¿Y ahora? ¿A donde voy?
Eché un vistazo a la foto de los propietarios del apartamento, cuyo marco estaba cubierto de polvo.
Tengo que buscar gente. ¿Quedará alguien en esta ciudad devastada? Y, de no ser así, ¿qué fue de ellos? ¿Qué demonios pasó aquí? 
Si no hay nadie en esta ciudad, ya los encontraré en otra parte, pero primero tengo que reunir comida y agua. No hay agua en el departamento. 
A través de la ventana rota, divisé un cráter al otro lado de la calle. Contenía algo que brillaba.
¿Puede que fuera agua?

Cojeando hacia el cráter, me atraganté con el aire cargado de polvo. Me dolía la garganta como si me pícara todo un enjambre de avispas enfurecidas. Mis labios se secaron y se agrietaron y mis lágrimas borraron hasta que apenas pude ver.
Raspándome las manos Hasta sangrar, trepé hasta el borde del cráter y miré en su interior. 
¡Sí, agua!

A pesar de la sed que tenía, sentí náuseas tan pronto como el agua tocó mis labios. El sutil olor acre y las amarillentas manchas grasientas de la superficie no me inspiraron confianza, pero no me queda otra. Si no bebo, voy a desmayarme aquí mismo y ya no voy a despertar jamás. 

Me obligué a beber. Empecé a sentirme mal tras un par de sorbos, pero no conseguía dejar de beberla. La sed es una necesidad imperiosa.
Descendí del borde del cráter y me senté. Pensé que iba a vomitar, pero la sensación acabó remitiendo.
Necesito más agua para abastecerme, pero ese lodo asqueroso del cráter me va a matar antes que la propia sed. Me pregunto si habrá cráteres que alberguen agua más limpia.
He de encontrarlos. Entonces me iré de esta ciudad. La visión de estas ruinas hace que me entremezca. 

Llegué a este cráter mucho más rápidamente que al primero. Me sentía mejor, incluso después de beber ese lodo repugnante. Cuando la única alternativa es la muerte, el cuerpo humano es capaz de adaptarse a cualquier cosa. 
El cráter no olía mal, lo que me dio cierta esperanza. 
Pero no sirvió de nada. ¡No tenía agua! Recojo un trozo de piedra lisa y me lo acercó para inspeccionarlo. Parece pedernal. Puede venir bien para encender un fuego.

Me hallaba recogiendo todo el pedernal cuando escuché un crujido detrás de mí. Había una rata sentada en el borde del cráter. Miré y vi otras tres ratas. No se movían; sólo me observaban con sus ojillos rojos y sus patas temblorosas.
Las ratas estaban flacas, pero eran enormes: me llegarían hasta la rodilla. Una sensación de miedo me recorrió la espina dorsal. Lentamente, conteniendo la respiración, salí del cráter e inicié mi retirada hacia el edificio más cercano.
Las ratas se me fueron aproximando poco a poco y se les unieron otras. Cinco... No, seis... También parecían asustadas, pero con el hambre suficiente el miedo se desvanece. 
Siete... Nueve...
Me quedé ir vil durante una fracción de segundo; luego, salí corriendo de la ciudad.

Las ratas no me persiguieron. Corrí hasta llegar a unos arbustos marchitos y, luego, caí exhausto sobre la tierra agrietada.
Mi cuerpo, agrado, exigía dormir, pero me obligué a levantarme. Primero tengo que asegurarme de estar a salvo aquí y conseguir algo de comida.
Un área boscosa se asoma más allá del seco matorral.
Tengo que partir unas ramas y encender fuego.
Eso también me ayudará a protegerme de invitados no deseados.
Además, si hay suficientes ramas me construiré una choza.




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