Notas en Azul

Silencio rotó.

El reloj del estudio marcaba las dos de la madrugada.
El silencio era absoluto, salvo por el zumbido lejano del refrigerador y el crujido del viento
contra las ventanas. Las luces de la ciudad apenas se filtraban a través de las cortinas
pesadas, como si también ellas se negaran a perturbar la quietud.
Adrián estaba sentado frente al piano, encorvado, los codos apoyados en las rodillas, la
mirada perdida entre las teclas. Llevaba horas así, inmóvil, como si el tiempo se hubiera
detenido junto con él. Las partituras estaban esparcidas por el atril, desordenadas, caóticas.
Cada hoja era un testimonio de su naufragio: notas a medio escribir, compases que se
detenían bruscamente, frases que nunca llegaban a completarse.
El reloj del estudio marcaba las dos de la madrugada.
El silencio era absoluto, salvo por el zumbido lejano del refrigerador y el crujido del viento
contra las ventanas. Las luces de la ciudad apenas se filtraban a través de las cortinas
pesadas, como si también ellas se negaran a perturbar la quietud.
Adrián estaba sentado frente al piano, encorvado, los codos apoyados en las rodillas, la
mirada perdida entre las teclas. Llevaba horas así, inmóvil, como si el tiempo se hubiera
detenido junto con él. Las partituras estaban esparcidas por el atril, desordenadas, caóticas.

Cada hoja era un testimonio de su naufragio: notas a medio escribir, compases que se
detenían bruscamente, frases que nunca llegaban a completarse.
Se pasó una mano por el cabello, enredado y húmedo de sudor. Sentía el peso de los años
como una losa sobre los hombros. Cerró los ojos y respiró hondo, buscando en el fondo de
sí mismo una chispa que encendiera la música.
Dejó caer los dedos sobre las teclas. Un acorde menor resonó en el ambiente frío, quebrado,
como un suspiro que no encontraba consuelo. El sonido se desvaneció en el vacío del
estudio, como una voz que no hallaba eco.
Intentó de nuevo. Una nota suave, lenta, titubeante. Las notas se entrelazaron en una
melodía que conocía demasiado bien: la pieza inacabada que había compuesto con su
hermano tres años atrás. La misma que había prometido terminar juntos. La misma que
ahora lo perseguía como un fantasma.
El recuerdo se coló entre las teclas. La risa de su hermano, el violín que respondía a sus
acordes, el gesto de aprobación, el brillo en sus ojos. Todo eso se desmoronó cuando sus
dedos fallaron en el acorde final. Golpeó las teclas con torpeza, rompiendo la melodía como
cristal hecho trizas.
—Maldita sea… —susurró, y dejó caer la frente sobre el teclado.
El golpe seco de la madera y el eco metálico de las cuerdas lo hicieron sobresaltarse. Pero
no fue eso lo que lo sacó de su trance.
Una voz joven se dejó oír detrás de él. Tímida, pero clara.
—Lo siento.
Adrián giró de golpe. En la puerta del estudio estaba un chico con una escoba en la mano y
una mochila colgada al hombro. Su silueta se recortaba contra la luz del pasillo. Tenía el
cabello corto, algo despeinado, y los ojos grandes, atentos, como si estuviera viendo algo
que no comprendía del todo.

—¿Quién demonios eres? —soltó Adrián, con voz más áspera de lo que pretendía.
—El nuevo de la limpieza —respondió el muchacho, levantando la escoba a modo de
presentación ridícula—. Entré hace dos noches.
—No deberías estar aquí.
—Trabajo aquí —replicó el chico, encogiéndose de hombros—. Y… bueno, te escuché.
Adrián entrecerró los ojos. Esperaba una frase obvia, la típica reacción: “tocas increíble”,
“eres famoso, ¿no?”. Estaba listo para odiarlo de antemano.
Pero el muchacho ladeó la cabeza, pensativo, y dijo algo que desarmó sus defensas:
—Sonabas triste.
El silencio volvió a ocupar el estudio, más pesado que antes. Adrián no supo qué contestar.
Bajó la vista, sintiendo que aquel desconocido había visto demasiado en un instante.
—Vete —dijo al fin, levantándose bruscamente.
El chico asintió sin discutir. Entró al estudio solo para barrer, como si nada hubiera pasado,
con la naturalidad de quien limpia cualquier sala común. Adrián irritado y confundido,
tomó su abrigo y salió al pasillo, cerrando la puerta con un golpe seco.
En el eco de ese portazo quedó atrapada la melodía incompleta.
Adrián no volvió a tocar esa noche.



#5173 en Novela romántica

En el texto hay: boyslove, music

Editado: 16.12.2025

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