Notas en Azul

El intruso.

El sonido de la escoba arrastrándose sobre el suelo era lo último que Adrián quería escuchar
esa mañana. Apenas eran las nueve, y la luz del día entraba por las persianas entreabiertas,
dibujando líneas doradas en el polvo suspendido en el aire. Había pasado la noche en vela, dando vueltas en la cama, con la frase de aquel desconocido repitiéndose como un eco
implacable en su cabeza:
“Sonabas triste.”
Se levantó, malhumorado, y se encontró de nuevo con él. El chico estaba agachado en una
esquina, recogiendo papeles arrugados en un recogedor de plástico. Su postura era relajada,
como si el estudio fuera su segundo hogar.
—¿Otra vez tú? —gruñó Adrián, sin molestarse en disimular el fastidio.
—Sí, otra vez yo —respondió el joven sin alzar la vista—. No desaparezco de un día para
otro, aunque sería un buen truco de magia.
Adrián lo observó mejor a la luz del día. Tenía la piel tostada por el sol, ojeras discretas y
un aire de alguien acostumbrado a trabajar más de lo que debería a su edad. Vestía con
sencillez: una camiseta gris, jeans desgastados y zapatillas baratas. Sus movimientos eran
rápidos, prácticos, pero había en su expresión un dejo de calma, como si llevar una escoba
en la mano no le quitara dignidad.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Adrián con desgano.
—Mateo.
—Mateo… —repitió Adrián, probando el nombre en su boca como si fuera una nota
extraña. Luego añadió—: Pues procura no meterte en mi estudio otra vez.
—No fue a propósito —dijo Mateo, enderezándose para mirarlo—. Creí que estaba vacío.
La mirada de Mateo era directa, sin titubeos. No era la típica curiosidad invasiva ni la
adulación que Adrián estaba acostumbrado a ver en la gente que sabía quién era. No parecía
impresionado ni incómodo, solo genuinamente presente.
Adrián desvió la vista primero. Esa naturalidad lo desconcertaba.
Mateo terminó de limpiar en silencio y, antes de irse, se detuvo en la puerta.

—Si sirve de algo, lo que tocabas anoche… aunque sonara triste, también era bonito.
La frase quedó suspendida en el aire mucho después de que Mateo cerrara la puerta. Adrián
frunció el ceño, molesto consigo mismo por sentir un calor extraño en el pecho. ¿Quién se
creía ese muchacho para hablar así de su música?
El día transcurrió con pesadez. Adrián intentó concentrarse en componer, pero cada acorde
le parecía hueco. Se sorprendió a sí mismo escuchando los ruidos del pasillo, esperando
inconscientemente volver a oír la escoba o los pasos de Mateo.
Al caer la tarde, bajó al vestíbulo del edificio para fumar un cigarrillo. Allí estaba él,
sentado en las escaleras, hojeando un cuaderno lleno de garabatos.
—¿Qué haces aquí todavía? —preguntó Adrián, exhalando el humo.
—Espero mi segundo turno —respondió Mateo, sin levantar la vista del cuaderno—. El jefe
me puso de noche también, dice que soy rápido.
—Vaya suerte.
—Depende de cómo lo veas —dijo Mateo, sonriendo de lado—. La noche es más tranquila.
La ciudad parece otra.
Adrián se quedó observándolo en silencio, intrigado pese a sí mismo. No estaba
acostumbrado a que alguien hablara con tanta naturalidad frente a él. La mayoría se cuidaba
de cada palabra, consciente de estar frente al pianista prodigio que había desaparecido de
los escenarios. Mateo, en cambio, no parecía saberlo… o no le importaba.
—¿Y ese cuaderno? —preguntó Adrián, señalándolo con un gesto.
—Ah, nada importante. Solo escribo cosas para no olvidarlas.
Mateo lo cerró enseguida, como quien guarda un secreto. Adrián arqueó una ceja, pero no
insistió.

El viento nocturno soplaba frío, y el silencio de la calle se mezclaba con el humo del
cigarrillo. Fue Mateo quien lo rompió:
—Oye… ¿por qué no tocas más seguido?
Adrián lo miró fijo, sorprendido.
—¿Qué te hace pensar que no lo hago?
—Porque anoche sonaste como si llevaras mucho tiempo guardándote las notas. Como si…
tuvieran polvo.
La comparación fue tan extraña y certera que Adrián no supo qué decir. Solo dio otra calada
y desvió la vista, sintiéndose de pronto desnudo.
Mateo no insistió. Se levantó, ajustó la mochila al hombro y sonrió con un gesto ligero.
—Bueno, me voy a trabajar. Nos vemos, Adrián.
El nombre salió de sus labios con una naturalidad desconcertante. Adrián no recordaba
haberle dicho cómo se llamaba.
Cuando Mateo se alejó, Adrián se descubrió con el corazón acelerado.
No entendía por qué.



#5173 en Novela romántica

En el texto hay: boyslove, music

Editado: 16.12.2025

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