Notas en Azul

Ecos y silencios.

El sol de la mañana entraba con fuerza por las ventanas del estudio, iluminando las
partituras dispersas en el suelo y el polvo suspendido en el aire. Adrián se levantó con el
cuerpo rígido, aún recordando el roce de la noche anterior. Intentó convencerse de que nada
había pasado, de que Mateo era solo un intruso persistente que se había ganado su atención
por accidente.
Pero la verdad era más complicada.
Su mente seguía repitiendo los gestos, la sonrisa, la manera en que los dedos de Mateo
habían rozado los suyos sobre el piano. Cada recuerdo provocaba un escalofrío que no
quería admitir.
Caminaba por el pasillo, con la mirada baja, cuando escuchó su voz al fondo:
—¡Adrián! Espera un segundo.
Se detuvo, a pesar de sí mismo. Mateo estaba apoyado contra la pared del vestíbulo, con un
paquete de partituras bajo el brazo. Su expresión era serena, pero sus ojos buscaban algo
más.
—Quería entregarte esto —dijo—. Son anotaciones que hice mientras escuchaba la melodía
de anoche. Quizá te sirvan.
Adrián aceptó el paquete, sin mirarlo demasiado.
—No necesito tus notas.
—Solo pienso que tal vez quieras algo de compañía en tu música. Nada más —replicó
Mateo, con calma.
Hubo un silencio largo. Los ojos de Mateo buscaban los de Adrián, pero él los evitaba,
caminando hacia el estudio sin decir una palabra más. Mateo suspiró, resignado, y lo siguió
lentamente, dejando que su presencia llenara el aire como un hilo invisible.

Esa noche, el estudio estaba envuelto en penumbra. Adrián tocaba de manera irregular,
como si cada nota requiriera esfuerzo. Mateo permanecía sentado en el suelo, cerca del
piano, observándolo en silencio.
—¿Por qué estás tan callado hoy? —preguntó Mateo, finalmente.
—No estoy callado —contestó Adrián, tensando los hombros.
—Sí lo estás. —Mateo apoyó un codo sobre la rodilla, inclinándose hacia él—. Escucho
más de lo que dices con tus silencios que con tus palabras.
Adrián bajó la mirada, frustrado.
—Eres insoportable.
—Solo soy honesto. —Mateo sonrió con suavidad—. Y parece que incomodo donde más
importa.
El pianista se detuvo, dejando que los dedos descansaran sobre las teclas. La tensión era
palpable, cargada de preguntas no formuladas y emociones retenidas. Por un momento,
ambos compartieron un silencio que hablaba más que cualquier palabra.
—Mateo… —dijo Adrián, vacilante, la voz apenas un susurro—. No sé si… puedo…
—¿No puedes qué? —interrumpió Mateo con delicadeza, sin exigir respuestas.
—…controlar esto —murmuró—. Lo que siento cuando estás cerca.
Mateo parpadeó, sorprendido, pero no retrocedió. Se inclinó ligeramente hacia él, con los
ojos brillando bajo la luz débil.
—Yo tampoco puedo —confesó—. Y no me importa.

Un golpe seco de viento agitó las cortinas, llenando la habitación de sombras que se movían
como fantasmas de sus miedos. Adrián respiró hondo, intentando recuperar la compostura,
pero la cercanía de Mateo lo desarmaba cada segundo más.
—No digas nada —susurró, casi para sí mismo—. Solo toca.
Mateo asintió, y por primera vez esa noche, permitió que la música hablara por ambos. Los
dedos de Adrián danzaban sobre el teclado con más libertad, mientras Mateo lo escuchaba,
sintiendo cada nota como un eco de sus propios sentimientos.
Cuando la melodía terminó, ninguno se movió de inmediato. El silencio llenaba el espacio,
cálido y pesado, con un sabor a confesión que aún no necesitaba palabras.
—A veces —dijo Mateo finalmente—, los silencios dicen más que cualquier palabra que
podamos pronunciar.
Adrián lo miró y, por primera vez, no desvió la vista. Solo dejó que la luz tenue iluminara
sus ojos, y permitió que el silencio compartido los acercara un poco más.



#5173 en Novela romántica

En el texto hay: boyslove, music

Editado: 16.12.2025

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