Día 3 - La nota desafinada

Querido diario:

Hoy no hubo canciones.

Solo ruido.

El tipo de ruido que hace el mundo cuando algo no encaja, como si todo chillara entre líneas mal escritas. Esta mañana, Gabriel no se sentó a mi lado. Ni siquiera me miró. Pasó directo, con sus auriculares puestos, caminaba con los ojos al frente, como si ayer nada hubiera pasado como si todo solo fue un malentendido... o peor, un error.

Yo fingí que no me importaba. Que las dos estrofas que escribí no quemaban en mi bolsillo. Que la notita que encontré en mi cuaderno no vivía doblada en mi estuche. Lo fingí tan bien que por poco casi me lo creí.

Hasta que lo escuché hablar con Clara en el pasillo. La chica de las trenzas perfectas y los cuadernos sin una sola arruga. Siempre ha sido... amable. La clase de persona que recuerda los cumpleaños y te presta un marcador, aunque sea nuevo. Pero hoy, su risa con él sonó distinta. Como si ella supiera algo de Gabriel que yo apenas estoy empezando a imaginar.

Pero hoy, su risa con él sonó distinta. Como si ella supiera algo de Gabriel que yo apenas estoy empezando a imaginar. Reían. Como si compartieran un idioma que yo apenas empezara a aprender. Sentí algo raro, como si alguien hubiera cambiado el canal de la canción en mi cabeza y ahora solo sonara estática.

En la clase de historia nos tocó sentarnos por orden de lista. Gabriel estaba a dos filas. No lo miré. Pero lo dibujé. En la esquina de mi hoja, detrás de la fecha. Era él, con una nube encima, y la nube tenía forma de pentagrama.

"Las canciones también se desafinan", pensé. Y entonces decidí que esta noche no escribiría una tercera estrofa de la canción.

Pero mentí.

La escribí.

Y aunque aún no la canto, ya la llevo conmigo en mi mente y en mi corazón.