Notas invisibles

Día 4 -Afinando lo que no se dice

Querido diario:

Hay algo extraño en el silencio.

Cuando no dice nada, pesa. Pero cuando se queda después de que alguien se va... duele distinta manera que no se sabe descifrar o no lo sé yo.

Hoy volví al salón de música después de almuerzo. No por una razón especial. Supongo que necesitaba estar en un lugar donde los pensamientos suenan menos fuertes. No había nadie. Bueno... eso pensé.

Caminé entre los instrumentos como si fueran parte de un museo secreto que sólo yo conocía. Me senté al piano viejo, ese que desafina en do sostenido, y dejé mis cosas sobre la banquita. Llevaba conmigo el cuaderno beige, el de las esquinas dobladas y los tachones infinitos. No pensaba escribir, solo... sentarme. Respirar.

Pero terminé abriendo el cuaderno, como siempre. Leí la estrofa que escribí anoche —la tercera. La que dije que no escribiría. Me pareció demasiado honesta. Como si cada palabra me hubiera quitado un poco de, pero del que tengo yo en mi corazón.

Y entonces, sin pensar, repetí en voz baja la primera estrofa. La que nadie ha oído. La que aún no me atrevo a cantar. La susurré. Apenas. Como una confesión.

Y ahí fue cuando lo escuché.

—¿Esa letra es tuya?

Me giré tan rápido que casi tiré el cuaderno al suelo. Gabriel estaba en la entrada. Medio adentro, medio afuera. Como si la puerta fuera una frontera peligrosa. Tenía esa cara suya de siempre: entre serio y distraído, como si estuviera a punto de desaparecer.

—La del otro día también, ¿verdad? —añadió, con voz suave. No sonaba a burla. Sonaba... sincero. Curioso. Casi tímido.

Me quedé paralizada, con las manos sobre el cuaderno. Dudando si esconderlo o arrancar la página. Pero no me dio tiempo. Él caminó despacio, y sin decir más, dejó algo sobre la tapa.

Una hoja arrugada. Lleno de letra rápida, como si las ideas le hubieran ganado a la mano. Lo leí. Y juro que me tembló el corazón.

"No sé si esto suena como música... pero sí como verdad."

No era una canción completa. No tenía rima perfecta ni estructura clara. Pero era él. Era lo que no dijo ayer. Lo que no me miró en clases. Era su respuesta.

Cuando levanté la vista, seguía ahí. Bajó los ojos un segundo. Y antes de irse, dijo:

—Yo también escribo canciones que no muestro. Solo que tú... tú las cantas sin darte cuenta.

Y se fue. No con prisa. Pero tampoco se quedó.

Me quedé sentada sin mover un dedo. Sin tocar una sola tecla. Y sin embargo... el salón de música sonaba completo. Como si su frase, esa que dejó flotando en el aire, se hubiera convertido en melodía.

Creo que por primera vez entendí que las canciones más reales son las que nacen del silencio. Y en este momento... él y yo estamos escribiendo la misma, aunque aún no lo sepamos del todo.

Estrofa añadida (oculta en el cuaderno de Sofía): Si tus palabras fueran acordes, yo tocaría en fa menor, porque ahí duelen bonito... como el eco de tu voz. Y si algún día me miras como si todo rimara en mí, te juro que esta canción... la canto solo por ti.



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En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 16.09.2025

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