El cielo amaneció gris. No de tormenta, sino de esos grises suaves que parecen filtrar la luz como si el mundo estuviera en modo bajito.
Toda la escuela tenía esa energía rara. Los pasillos sonaban menos, las risas eran más breves y hasta los profesores parecían caminar con menos prisa. Yo pasé el día medio distraído, con la cabeza todavía en la frase que Gabriel dejó en mi cuaderno. Ni siquiera el almuerzo me supo a nada, y eso que había empanadas.
Y claro... en medio de tanto pensar, olvidé el cuaderno.
El cuaderno. El de las canciones, los tachones y las estrofas que me invento para no sentir tan fuerte.
Así que volví al salón de música en la tarde, después de clases. La puerta estaba entreabierta. No esperé encontrar a nadie. Pero estaba él.
Sentado en el suelo, con mi cuaderno en las manos. No lo hojeaba con prisa, ni con morbo. Lo leía como quien toca algo sagrado.
Iba a decirle algo. En serio. Lo juro. Pero no pude. Solo me quedé quieta en la puerta, con ese cosquilleo raro de que algo importante estaba a punto de pasar.
Entonces él me vio. Y no se levantó. Solo dijo:
—Tus palabras... me calman.
No supe qué responder. Pero entré. Me senté frente a él. No muy cerca. Pero no tan lejos.
Estuvimos así, en silencio, por... no sé cuánto. Hasta que él me pasó el cuaderno abierto por la mitad. Había una hoja nueva. En mi letra, pero no escrita por mí. Era como si yo la hubiera pensado y él la hubiera escrito antes de que me atreviera.
"Aunque no me mires, te escucho. Aunque no me hables, te entiendo."
Entonces ocurrió.
Él alzó la vista. Y por primera vez, no la bajó. Yo también lo miré. Y fue de esos momentos rarísimos donde todo parece estar suspendido. No había música. No había ruido. Solo dos miradas con tanto que decir, que cualquier palabra iba a quedar chica.
Él sacó su celular. Me lo acercó.
—¿Quieres que grabemos algo? —preguntó. —¿Qué cosa? —dije yo, sin voz. —Lo que sea... mientras sea de los dos.
No grabamos nada. Pero escribí. En la última hoja del cuaderno, mientras él tocaba acordes suaves con los dedos sobre el suelo como si fueran teclas invisibles.
vAún no sé si es una estrofa o solo un pensamiento. Pero salió fácil. Como si ya estuviera dentro de mí desde hace días. Como si él hubiera tenido que estar ahí... para que al fin lo dijera.
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