Notas invisibles

Día 8 - Cuando otros escuchan

Querido diario:

No sé si fue accidente. O destino. O simplemente que la música, cuando quiere salir, encuentra su manera.

Hoy nos tocó quedarnos después de clases para preparar la presentación de bienvenida a los alumnos nuevos. El profesor de música pidió voluntarios para ambientar el acto y, de pronto, sin pensarlo (y sin levantar la mano), me eligió a mí.

—Sofía, tú tienes buen oído. Podrías guiar los ensayos de esta semana.

Quise decir que no. Que no soy solista. Que apenas si me escucho cantar cuando nadie está. Pero alguien detrás dijo:

—Yo puedo acompañarla.

Era Gabriel. Con su voz tranquila. Y su cuaderno bajo el brazo.

No me miró cuando lo dijo. Solo se sentó frente al piano, con la calma de quien sabe que no tiene que explicar nada.

Y así, sin haberlo ensayado, el profesor nos pidió una prueba. Algo pequeño. Solo para romper el hielo.

"Lo que quieran", dijo.

No hablamos. Solo lo miré. Él asintió. Y empezó a tocar.

Un acorde. Dos. Yo lo reconocí. Era la base de nuestra canción.

Y entonces, sin pensarlo, canté.

La primera estrofa. Temblorosa. Suave.

Apenas llevaba media frase cuando noté que los demás se habían quedado en silencio. Alumnos, el profesor, los que pasaban por el pasillo. Todos escuchaban.

En otra vida, hubiera salido corriendo. Pero él... él no dejó de tocar.

Así que seguí. Canté la segunda. Y cuando llegamos a la parte nueva —la que él me pasó en la hoja del último capítulo— algo en mí se alineó. Como si las notas encontraran al fin dónde vivir.

Terminamos con un acorde sostenido. Nada más.

Nadie aplaudió. Ni hacía falta. Hubo silencio. De esos que duran más que cualquier ruido.

Después, el profesor dijo:

—Eso... fue real.

Solo eso.

Yo guardé mi cuaderno sin mirar a nadie. Y Gabriel, antes de irse, me susurró al oído:

—Ahora que te oyeron todos... ya no soy el único que sabe cómo suenas cuando eres tú.

No supe qué hacer después. Todos retomaron lo suyo como si nada. Como si no hubieran oído una canción que nunca debió salir del cuaderno. Pero yo... sentí como si me hubiera quedado expuesta. Como si cada verso hubiera sido un espejo.

Volví al salón de música al final de la jornada. No porque lo necesitara. Sino porque necesitaba saber que seguía ahí. Que seguía siendo mío.

Gabriel ya estaba allí.

No estaba tocando. Solo sentado frente al piano. Cuando entré, me dijo:

—Hoy no fue un ensayo.

Lo miré, sin entender. Él bajó la vista hacia sus manos y añadió:

—Fue un estreno.

Me quedé callada. Él también. Esa costumbre nuestra de guardar silencio como quien comparte algo sin necesidad de palabras.

—¿Te molestó? —preguntó al fin—. Que los demás oyeran algo que era solo tuyo.

Me tomó por sorpresa. Pensé un momento antes de responder. Luego dije:

—No. Me asustó. Pero no me molestó.

Él sonrió apenas. Y luego, con la naturalidad de quien no le da demasiadas vueltas a lo importante, preguntó:

—¿Y cómo se llama?

—¿Qué cosa?

—La canción... ¿tiene nombre?

Me quedé en blanco. Toda la historia había sido escribir sin pensar en títulos. Pero al mirarlo ahí —con sus dedos rozando teclas que no tocaba— lo supe.

—Notas invisibles —dije.

Él levantó la vista. Me sonrió. Y por primera vez... repitió el título en voz baja, como si lo memorizara para no olvidarlo nunca.

Notas invisibles. Así, en minúscula, como se escriben las cosas que nadie nota... hasta que se sienten.



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En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 16.09.2025

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