Día 10.1 - Lo que no se enseña en clase

Querido diario:

La profesora Marlene no enseña con ejercicios. Enseña con silencios. Con preguntas que te obligan a responderte a vos misma. Hoy me pidió que me quedara después de clase. No fue por un error. Fue por una página.

Me hizo pasar al frente con una taza de té y una calma que desarma.

—Leí tu cuento —dijo—. Y no era un cuento.

Me quedé en silencio. Ella, en cambio, sonrió y añadió:

—Era una confesión disfrazada. Una escena demasiado sincera como para ser inventada. Y eso... es valioso.

Abrió una carpeta. Sacó una copia impresa de Notas invisibles. Mi letra. Mis versos. Los había leído.

—No voy a preguntarte si son tuyos. Lo sé —dijo, suave—. Lo que quiero saber es si los escribiste para esconderte o para encontrarte.

Le respondí sin pensarlo:

—Para entenderme.

Ella cerró la carpeta, como si esa respuesta fuera suficiente, y sacó un cuaderno de tapa bordó. Antiguo, lleno de hojas dobladas.

—Este era mío —dijo, sin mirarlo directamente—. Nunca se lo mostré a nadie. Pero al leerte, me dieron ganas de que alguien lo leyera.

Me pasó una hoja en la que había un solo verso:

"Hay canciones que nacen con nombre, y otras que lo descubren al cantarse."

Después, como si no fuera nada, me lo pidió:

—Escribí una canción para una voz que aún no se escucha. No para vos. Para otra. Para esa persona que todavía no sabe que también puede hablar.

Me la imaginé. Una voz apagada. Una historia sin escenario. Una estrofa sin autor.

—Quiero que la presentes al final del trimestre —agregó—. Puede cantarla quien quieras. Incluso nadie. Pero tiene que ser tuya. Y para alguien más.

Asentí sin saber cómo lo haría.

Cuando llegué a casa, no encendí música. Solo abrí mi cuaderno y me senté frente a la hoja en blanco con un temblor distinto. No de miedo. De propósito.

Y supe que esa canción no nacía de mí. Sino de todas las que alguna vez pensaron que su voz no era suficiente.

Y entonces escribí: